HIJOS DEL AGOBIO
Un año ya, desde que la Fiesta Mayor
de este pueblo echara el telón. Un largo año, aunque no sabemos si al final fue
realmente tan largo. Llegó el otoño con su lánguida neblina de hojas que se
engastan en el cobre del sol, las tardes acortadas de azules que se diluyen con
rapidez entre rotundas nubes de plomo, y las noches inasequibles a descifrar su
misterio. Lluvias cayeron pocas, ano ser las de noviembre y, antes de que nos
diéramos cuenta, la Feria de Artesanía y los primeros compases de villancicos,
la compra de turrones y la cena del día 24, cada vez menos nacimiento de Dios,
recato y austeridad, y cada vez más dislate, despilfarro y vacuidad.
Llegó luego
enero con su estremecimiento y su pesada capa de nostalgias, y más tarde el
invierno se hizo patente con fríos intensos, no vistos desde hacía décadas, y con
esa ausencia de luz que en el Genal se traduce en sombras y umbrías evocadoras,
en arroyos recrecidos, y en el despojo de los castañares, indigentes y grises,
como implorando al cielo un poco de verdor, ellos, que son siempre fresca
opulencia de ramajes protectores, y ásperos nidos donde habitanlas dulces
violas de su fruto. Primavera trajo consigo el retorno acristalado de un aire
fresco y alegre, que acunaba en sus ráfagas suaves la llegada de las primeras
yemas y brotes, de las asteráceas, genistas o brezales, de los prados apacibles,
y de las liturgias del renacer del Cosmos que, en la religión Cristiana, tan
hija de los mitos clásicos, significa la muerte y la resurrección del Dios
redentor, generoso en vida y esperanza, artífice de los dones de la Madre Tierra
quien, ahora abierta en su seno, nos muestra su generosa prestancia a ser de
nuevo fecundada para generar los frutos que habrán de recoger más tarde las
criaturas y los hombres.
La primavera
fue muy seca, sin embargo. Tanto, que la tierra se agostó un mes antes de lo
usual, menguaron los veneros, arroyos y ríos y, sin apenas tregua, el verano se
presentó de golpe, airado, enfebrecido, exageradamente cálido, hasta el punto
de batir todos los registros desde los últimos treinta años. Aun así, este
cronista os dice que no hay que asustarse; olas de calor han sido incluso más
largas y penosas que ésta, al menos tres en el pasado siglo, porque el tiempo,
el clima, tiene memoria, y de vez en vez, recurre a sus extremos, dependiendo
como depende de múltiples factores cósmicos, de fuerzas, elementos y factores
atmosféricos que el hombre, afortunadamente, no puede dominar. Dicen que vamos
a un calentamiento global…, puede ser, pero, en fin, estudios hay también en
sentido contrario. Y aunque parece que la temperatura media del planeta se ha
acrecentado en los últimos doscientos años, bien estará que aprendamos que
oscilaciones similares han existido durante toda la historia de la humanidad,
con frecuentes glaciaciones en el pasado remoto, que sepultaron en hielo a
países hoy ricos de Europa y América del Norte, y calentamientos brutales que
originaron desiertos, como el del Sáhara, que antes de esos días era una
gigantesca pradera o sabana, plena de vida, e incluso, más cerca de nuestros
días, una denominada Little ice age,
una “Pequeña edad del hielo”, desde finales del siglo XVII hasta bien entrado
el XVIII, que ha quedado plasmada en cuadros y grabados de la época, donde podemos
ver a los niños jugando con trineos en los helados lechos del Támesis o del Rhin.
Digo todo esto, amigos, para que no cunda la alarma, y que las aguas, nunca
mejor dicho, volverán a su cauce, aunque es bien cierto que hemos de evitar
coadyuvar a ese posible cambio climático, dejando de consumir de una vez por
todas esos sucios y peligrosos combustibles fósiles, que han de ser sustituidos
por las energías limpias que cada vez, con el permiso de los gobiernos y de los
poderosos grupos de presión que los dominan, se hacen más necesarios, pero esa
es otra cuestión.
Decía que ha pasado un año. Durante él nos han dejado algunos vecinos;
no los nombraré pues están en el ánimo de todos, y su ausencia se hace bien
patente entre nosotros, dejando tras su sombra un hálito, una imagen etérea y
amable de su paso por la vida. El resto hemos sobrevivido de momento, a pesar
de la que dicen crisis, que también afirman otros ya ha pasado, no sé, cada
cual mirará su bolsillo y verá si le han sobrado algunos billetes para alegrarse
la vida tras cubrir su necesidades básicas y las de sus allegados.Quiera Dios
que las cosas se arreglen en España, que cesen esas tragedias anónimas de la
pérdida de la vivienda, de la penuria en el frigorífico, de la miseria que
amenaza a los más débiles, comenzando por esos niños que aún no han comenzado
casi a vivir. De esto, en nuestro pueblo, apenas hay, pero lugares son donde la
escasez ha sido una constante en estos terribles años.
Hoy tenemos un nuevo
gobierno municipal, aunque siga al timón el mismo partido, la Agrupación de Electores,
y el mismo alcalde, Eugenio Márquez, con el Partido Socialista en la oposición,
y mi amigo Domingo Almagro al frente. Es el turno de la normalidad democrática,
sin aspavientos, ni rencores. En un pueblo pequeño, bueno será que remen ambos
en la misma dirección, con tal de paliar o solucionar las graves carencias que
la villa tiene. A ver si de una vez por todas se soluciona el problema del
acceso al pueblo y un aparcamiento que ya se hace imprescindible si queremos
seguir avanzando. Es, sencillamente, una cuestión de supervivencia.
Y en fin,
vuelvo a la Fiesta Mayor de este año.En las noches del sábado y el domingo,
tras los festejos diurnos, pudimos oír algunosla magnífica interpretación de la
orquesta (deberíamos redimensionar la fiesta al tamaño de la localidad, como dice
Antonio Viñas. No por más elementos y sonido se toca mejor o se está más cómodo
en la Plaza, sino todo lo contrario. El volumen excesivo nos expulsa de la
fiesta: la feria ha de ser para todos, y no sólo para los que gustan del ruido).
Decía que, en un homenaje al desaparecido grupo Triana, la banda nos retrotrajo
a muchos de nosotros a aquellos días de los finales setenta cuando, en el patio
de la destartalada y entrañable “Carbonería” sevillana, este cronista vio tocar
a un grupo de mozalbetes, quienes, tocados por la varita mágica de la siempre
presente genialidad andaluza, dieron en fusionar sones de músicas aflamencadas,
quejíos de soleares y animosas trazas de bulerías, con los instrumentos y aires
del Rock, y quien sabe si del Blueso incluso del Soul: una amalgama felicísima que resonaba en teclados, bajos,
cuerda eléctrica y percusión, atemperados por la poderosa y fresca voz de Jesús
de la Rosa, alma del grupo y conductor de tanto gesto airado y tanto lamento y
tanta amorosa confesión. Y en esas noches senos hicieron patentes los “Sentimientos
de amor” que inventara aquel grupo, una composición que no era sino un
desesperado grito, que se elevaba entre sones que parecían por momentos
efluvios de noches plateadas a la sombra de alguna torre o algún palacio,
porque “me llevó de ti una ilusión”, esa que iba navegando su nostalgia e
imposibilidadcon el éter del agua del Guadalquivir, cálidaen lunas y en susurros
de oro. Al fin, como una parábola de lo porvenir, siempre repetido y siempre
acechante, “Hijos del agobio”, nos decían, cuán frágil puede llegar a ser nuestro
bienestar, nuestra felicidad. “Hijos del agobio y del dolor”, cantaban, pero
también “quiero sentir algo que me huela a vida”,pues somos supervivientes, a
fuerza de ilusión o de ser ilusos, a tanta emboscada con que la vida nos
atenaza.
Sobrevivimos amigas
yamigos, un año más, bajo las luces nocturnas de la Plaza, con los sones de esta
magnífica orquesta que nos llevó en volandas a los más veteranos a tiempos y
amores que ya no volverán, cuánta nostalgia, cuánto acompasado dolor por lo
perdido, y con los refrigerios y tapas y
vinos, al pie de los orgullosos pendonescon que la brisa serrana juega y enreda, bajo los
que nuestra Fiesta de Moros y Cristianos nos acoge cada agosto, para indicarnos
que, a pesar de tanto agobio y desesperanza,y de tanto amor desperdiciado,
seguimos disfrutando de nuestra vida, plena de limpia y honrada cal, del breve
jardín de la maceta, de los riscos salvajes, de las inmensas
lunas bermejas, y de arboledas sin fin.
De
vuestro cronista, en Benalauría, a 7 de agosto de 2015.
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