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lunes, 14 de junio de 2021

Crónica del Verano. De los balates, albarradas, bancales y majanos.

 

Crónica del Verano

 

De los balates, albarradas, bancales y majanos

 

 Desde el año 2018  los balates forman parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, que promueve la UNESCO. Pero, ¿qué entendemos por un balate? En general se hace referencia a un murete de piedra seca, realizado en una pendiente de una ladera, para poder sostener tierra en horizontal que nos permita un determinado cultivo. Es decir, una rectificación del terreno realizada por el campesino para aprovechar al máximo la tierra de la que dispone, que sin esta estructura no podría ser cultivada. En nuestro término municipal tenemos un ejemplo toponímico en la de todos conocida “Huerta del Albalate”, donde efectivamente existe una notable pared de estas características, que limita una explanada en la que siempre conocimos cultivos de regadío, mediante manantial y alberca. El término viene del árabe albalat, camino, lugar empedrado, aunque su primer origen parece griego, plateia, es decir, explanada, o del latín parietis, que significa pared, y de ahí nuestra parata.

 Extendidos a lo largo de nuestra montaña, los balates “esmaltan los paisajes (Guzmán Álvarez, 2010)” en todo lo que fue el Xharq al Andalus, es decir, la actual España a levante, y a lo largo de la montaña mediterránea, sean de riego, los que se escalonan con esta técnica, estos más altos y fuertes para soportar el mayor peso que proporciona el agua, sean en secano, creando nichos incluso en laderas muy pronunciadas, para sostener árboles, generalmente olivos, aunque también almendros, algarrobos, higueras, incluso cepas de vid. De los primeros tenéis un magnífico ejemplo en el Molino de Pedro Álvarez, o en los huertos de Almenta, y en algunas explotaciones de La Alberca, Jemáez o en los pagos del Guadiaro, de los segundos los más bellos y laboriosos los he hallado en Balastar (Faraján), sobre las faldas de Sierra Prieta, en Yunquera, Montes de Málaga, y sobre todo en la Axarquía, en Sedella, Salares, Árchez, Sayalonga, Cómpeta, Canillas de Albaida, Arenas, etc…, donde además de servir de soporte a complejos agrosistemas de riego, con un gran entramado de tomas y acequias, existen verdaderos escalonamientos de paredes que siguen fielmente las curvas de nivel:  además de su función de favorecer los cultivos, por sí solos constituyen un elemento humano esencial para paliar o incluso detener los graves procesos erosivos de aquellos valles.

 La diferencia entre balate y bancal es que el primero es una pared, un soporte, mientras que el segundo es la superficie de cultivo(mejor llamarlo tabla o tablar), por eso se confunden los términos, pues en zonas de roca consolidada a veces no es necesario construir con piedra seca, sino escalonar simplemente el talud, como podéis observar en el Huerto de los hermanos Conde (ignoro el porqué de “Huerto de Pujerra”), o en nuestros “Bancales”, bajo el pueblo. Otra acepción es la de Albarrada, también muro o pared de piedra. No hace falta insistir en este nombre, que hace referencia a una de nuestras calles más transitadas.

 Diversos nombres revisten los balates según la función que realizan, pues el de los cultivos es solo una de tantas (Yus Ramos, 2018): si se trata de limitar propiedades mediante muros se llaman pasillosi van paralelos, con un camino entre las explotaciones. De este tipo tenéis un muy bien conservado modelo en Benajamón. Si sostiene una senda o camino en una ladera con gran pendiente, se denomina poyata, poyato o poyo, (se me ocurre pensar si el nombre de nuestra más alta sierra no hace sino referencia al viejo camino hacia Siete Pilas y el valle del  Guadiaro). Si tiene forma semicircular y se construye en un fondo de valle, responde al nombre de  majano.

Pero majano tiene otras acepciones, que responden a sus diversas disposiciones, como el apilamiento después de un despiedre de un campo, un elemento de separación para ganado o explotación, y, según me cuenta Cristóbal Díaz, una especie de murete a piedra seca con orificio para el fuego que servía de cocina exterior a la casa, si lugar hubiera, para guisar en verano, con leña claro está, dado el excesivo calor que en el interior de la vivienda producía un hogar encendido. Os adjunto una imagen de uno que él mismo ha reconstruido en  un patio del Fresnillo.

 El caso es que, de una manera o de otra, perviven en el mundo campesino de nuestra montaña muchos de estos ejemplos citados, muestra de un pasado en que la vida en el campo era muy ardua y trabajada, en una tierra hermosa, aunque “áspera y difícil” como la definiera un cronista real en tiempos de los Reyes Católicos.

  Pero hay que advertir que en nuestra provincia están desapareciendo, sea a causa del abandono progresivo e imparable de los cultivos en las serranías tras la crisis de la agricultura tradicional, sea por la especulación brutal a que se ve sometida la tierra axárquica, hecho debido a la implantación masiva del aguacate en grandes bancales esculpidos a base de maquinaria pesada, con el consiguiente peligro de grave erosión, en lugar de proseguirla tradición del balate aunque sea con técnicas más modernas, como se ha hecho con acierto en algunos pagos de la Alta Axarquía.

 En definitiva, esta vieja sabiduría de la piedra pura que sostenía el pan o el maíz, la hortaliza, el aceite o el fruto de los campesinos, está, como otros tantos usos del campo, en trance de ser borrada de nuestras laderas, oscureciéndose para siempre lo que fue uno de los más bellos ejemplos de la comunión del hombre con su tierra, aún presente en aquellos viejos paisajes culturales  de las vertientes del Mediterráneo.

 

De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez. Benalauría, Junio de 2021.