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domingo, 10 de abril de 2022

Lluvia de sangre

 LLUVIA DE SANGRE

(Crónica De La Primavera)

 

Llueve sangre del cielo sobre el mar y la montaña. Las aguas, de tan esperadas, han regresado con furia inusitada y teñidas del rojo polvo del desierto. Aguas son, al fin y al cabo, y han venido a paliar una sequía que amenazaba con llevarnos a otro de esos años en que los árboles y arbustos languidecen, se secan las fuentes y arroyos, y los ríos divagan escuálidos y hambrientos.

El pueblo se nos disfrazó de un color anaranjado en las fachadas que miran a Poniente. El barro, arcilla casi indeleble, cubrió tejados y balcones, ventanas y rejas, arriates, terrazas, calles, muros, plazas…era la señal convenida para que la naturaleza nos recordase que el desierto está ahí, amenazante e inmenso, a la vuelta de la esquina según se traspasan el Rif y las dilatadasllanuras del Magreb.

Pero ha llovido. Y bien, a tenor de los caudales de los veneros y las corrientes impetuosas de nuestros dos ríos. Revive la arboleda, resucitan las hierbas tardías, se tocan levemente de nieve las sierras al noreste, y el valle entero se viste ya con las galas de abril: sobre el pastizal sobrevuelan como copos tenues los pétalos del cerezo y del ciruelo, florecen jaras, majoletos y asfódelos,mientras amarillean aulagas, genistas y escobones. Se abren las asteráceas como infinitos soles sobre las laderas, pespuntan las yemas en las ramas de de los castaños, se renuevan los quejigos con ese verde brillante para su traje nuevo, comienzan a aletear las choperas, alisedas y saucedas. Es el jardín. El más prodigioso y perfecto que pueda verse en este mundo, cuando la brisa mediterránea acristala los aires y sol se posa con sus dedos de fuego sobre nuestra Serranía.

Pero los tiempos no son buenos. Parece ser que la epidemia que nos ha encerrado y desesperado ya no es tan dañina, que van a quitar las mascarillas que nos taparon la sonrisa, que ya estamos a salvo, o casi. Y justo cuando comenzaba la ceremonia de la reconciliación con todo lo que nos rodeaba, cuando por fin dábamos la paz y la palabra, cuando recibíamos la dádiva del trabajo y la convivencia, de nuevo en el horizonte una nueva amenaza, un fantasma casi olvidado que se abate de nuevo sobre las confiadas fronteras de Europa. La guerra. La guerra en su más cruel manifestación: una agresión premeditada sobre una nación soberana, a la que se intenta aplastar a sangre y a fuego. Mueren los más inocentes, los niños, los ancianos, y mueren los hombres y mujeres que esperan aterrados en silencio o que empuñan las armas en un ejercicio de resistencia tan heroico como desesperado. Huyen las familias a millones, dejando atrás todo su esfuerzo, todo su techo, todo su pan. ¿Quién podrá repararles tanto dolor y tanto daño?

Es tiempo, sin embargo, de recogimiento y reflexión. De la conmemoración de otra injusticia acaecida hace dos mil años, hecho que puebla las calles de toda España en forma de cortejos e imágenes dolientes, como espectros del sufrimiento y del sacrificio en los imprecisos tiempos del Dios-Hombre. El dolor de hoy y el de ayer, hermanados en esta primavera inquietante y trágica. Respétese el dolor de ahora, aunque algunos nieguen de manera miserable la tragedia que acontece en uno de los pórticosde la vieja EuropaY respétese también el sentimiento de un sacrificio infinito que se renueva cada primavera. Respeto y paz para los inocentes aplastados bajo la bota de los tiranos. Silencio y sosiego ante la tradición y la piedad.

Cedió la lluvia roja pero ahora nos envuelve por doquier una terrible humedad de sangre y de terror. Aquí mismo, tan cerca, tan inminente. En un tiempo que creíamos seguro y confortable. Es este un momento propicio para la reunión familiar, para los reencuentros, para el descanso. Pero al mismo tiempo hagamos cuanto esté en nuestra mano para recuperar la paz. Acojamos a esos millones de refugiados que huyen de la obscena tempestad de las bombas y los misiles. Tensemos nuestros corazones en un denodado esfuerzo por acabar con toda forma de tiranía y de opresión. Paz a los muertos. Castigo a los culpables (algún día en este mundo o en el otro). Desprecio a los indiferentes de la negación y la mentira, a quienes la Historia se encargará de arrojar a su ya superpoblado basurero.

Porque esta primavera cae sobre nuestras conciencias una terrible y cruel lluvia de sangre.

 

De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez.

Benalauría, abril de 2022.