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jueves, 3 de diciembre de 2015

EL PEQUEÑO DESAHUCIADO (1964-2015)

EL PEQUEÑO DESAHUCIADO (1964-2015)

Llovía a mares. Cómo llovía en aquellas navidades. Un día, y el siguiente, y el otro, con apenas retazos de sol cuando escampaba, justo el momento para abandonar la protección del balcón del Ayuntamiento y seguir jugando al fútbol, o a algo parecido, en la Plaza, nuestro único patio posible. Eso sin contar con que Carrillo el municipal podía acudir y suspender el partido, o si pasaba la Maestra, niños, que os vais a cargar la farola (la farola era la única luz verdaderamente eficaz que había en la plaza, es decir, en todo el pueblo). Al poco, la tarde-noche cernía casi de golpe su penumbra y escenificaba una imagen bella e inolvidable: la delicada luminiscencia de las escasas bombillas de las esquinas penetraba en la niebla que envolvía las calles, las casas y los tejados de verdín, creando sugerentes espacios de acogedora soledad y abrumado silencio. El familiar olor al humo de las chimeneas disipaba en parte aquella sensación de frío, y los únicos sonidos posibles eran el de alguna inquietante ráfaga de viento, los chorros de la fuente, el golpeo del dominó y el tintineo de los vasos en el café.

En nuestra pobre Iglesia de cal y losas gastadas ya estaba el Belén montado, con sus corchos que imitaban ásperas montañas, surcadas de veredas, entre lentiscos y macetas de hierba, con pegujales de huerto y un río, a veces de papel plata de envoltorios de chocolate, otras con agua de verdad, según la pericia del montador. Y las casitas iluminadas que fabricó el Maestro, y los pastores y las ovejas sustentadas milagrosamente en aquellos barrancos de mentirijillas. También los Reyes, ah, los Reyes, majestuosos y elegantes, a caballo bajo aquel cielo de tela azul acribillada de resplandores de estrellas. Y la cueva donde estaba el Niño. Con el buey y la mula, y sus padres, desproporcionadamente bellos, en un pesebre, el lugar más humilde, pues aquella familia, forzosamente salida de su lugar de origen, no encontró acomodo, y la Madre, a punto de alumbrar, hubo de hacerlo entre pacas de alfalfa y heno, con el aliento de los nobles animales, el ánimo de José, la compañía de los rústicos y asombrados pastores,bajo el pálido reflejo de una luna aterida. Un desahucio para un recién nacido que habría de cambiar el destino de la humanidad.

Dicen que fue Francisco de Asís, el santo más santo de todos, quien ideó esa ingenuidad en la ermita de Greccio (Rieti, Italia), cuando en la misa de Nochebuena de 1223 colocó en un pesebre un niño Jesús esculpido por él mismo. El “poverello” (pobrecito), el amigo de los animales y las cosas, que pronunciara en su Cántico de las Criaturas aquello de “Laudato sie mi Signore, cum tucte le tue creature” (Alabado seas, Señor, con toda tu creación), donde incluye al hermano sol, la hermana luna y sus estrellas,y da las gracias por el agua humilde, preciosa y casta…por el hermano fuego…por la madre tierra …por los diversos frutos e hierbas…Es decir, Dios creador en medio de su obra, panteísmo puro, Dios-todo, universo-Dios, del que todos participamos de una manera cósmica y totalizadora. Desde San Francisco, el Belén se extendió por Italia (los de Nápoles, verdaderas obras de arte), y más tarde a Alemania, Bohemia, Eslovenia, Austria,Polonia, Hungría,Francia, España y Portugal, desde donde los frailes franciscanos lo llevan a toda la América Hispana.

Ahora se oyen voces sobre si sería menester retirar cualquier símbolo religioso de los lugares públicos. Bien puede aceptarse que ninguna creencia pueda supeditar el poder soberano del pueblo. Esto pertenece al pasado y en las sociedades democráticas es notoria la necesidad de que lo religioso pertenezca al ámbito privado. Sin embargo, esas sociedades, nuestras sociedades, son producto de una historia de la que emanan muchas de las ideologías que han propiciado las libertades que disfrutamos: la democracia es hija tanto de la tradición clásica greco-romana, como de los pensadores ilustrados racionalistas que idearon un gobierno del pueblo para el pueblo, lejos de las tiranías y fanatismos del pasado. Parte de esa tradición se debe también al Humanismo, es decir, a la idea de la supremacía del ser humano, y de la consagración de su dignidad y su libertad. Pero ese humanismo posee también una honda raíz que viene del cristianismo, y entiéndase bien, no de la Iglesia como institución, sino de la ética que emana de la Escritura: paz, amor, libertad, perdón, misericordia, ayuda al necesitado, igualdad entre los hombres…, es decir, lo que habría de predicar años más tarde ese Niño nacido entre estiércol y paja, palabras y hechos que le costaron la vida.                                                                                                                                                                            
Y hoy, en virtud de ciertas ideologías que desprecian esa memoria, parece que quieren acabar con la tradición del Belén. Primero lo relegan o trasladan, finalmente lo suprimirán. En el fondo, este mal entendido laicismo no es más que un reflejo del narcicismo y hedonismo de una sociedad opulenta y acomodada hasta el más inclemente de los egoísmos. Un mundo que sucumbe a las luminarias, al consumo desenfrenado, a las comilonas sin fin, al despilfarro en el vestir y en el actuar, tan lejanos al espíritu de esa navidad que propugnara el pobre de Asís. Ahítos de prosperidad, imponemos un estricto laicismo como si con ello fuesen a solucionarse los problemas que nos aquejan, pero apenas si miramos hacia los pobres y los parados sin futuro, hacia los jóvenes sin perspectivas, hacia los millares de refugiados, con sus hijos, que tiritan de frío, de hambre y desesperanza, y que mueren en las playas o en los bosques, esos nuevos pesebres que ahora se montan a lo largo delas fronteras de Europa. ¿Dónde están todos esos liberticidas de la memoria a la hora de cuidar a los viejitos como hacen las Hermanas de la Caridad en todas partes, los Médicos sin Fronteras en Siria, los misioneros en África, Cáritas en los comedores sociales, los voluntarios de Cruz Roja en el lugar de cada tragedia, los de Manos Unidas abriendo pozos en el desierto, los de Unicef salvando a los niños de la ignorancia, la enfermedad y la muerte? ¿Dónde están, que nunca los vemos fuera de su autosuficiencia y vana palabrería de moqueta recién pisada por zapatillas de marca y camiseta con mensaje?

Llueve sobre la plaza, aunque no tanto como hace cincuenta años, y como lloverá tal vez dentro de otros cincuenta. Ahora no hay zagales bajo el balcón esperando que escampe, pues están en sus casas con la videoconsola y el DVD. Pero las nubes, ligeras y puras,elevan su ingravidez desde el fondo del valle, dejando su dádiva de fertilidad sobre las laderas y el castañar despojado. Brilla el chaparral con algún hálito de sol que se escapa por las rendijas azules del cielo, acuna un viento amable las acículas de los pinos, y en el lejano horizonte las altas sierras se tocan de nieve. Todo sigue casi igual en el pueblo, tanto, que en la iglesia se ha montado de nuevo el Belén junto al altar. Con sus corchos y sus barrancos, con sus caminos y su río, pastores, ovejitas, casas iluminadas y Reyes Magos. En la cueva, bajo la mirada de sus padres, el olor a estiércol de la mula y el baheo del buey, duerme el Niño pobre de aquellos días, que ahora busca acomodo ante el nuevo desahucio que le imponen en otros lugares. El mismo que padecen millares de seres humanos, atrapados por la desigualdad, la injusticia, la guerra, el hambre y el frío.


De vuestro cronista, José Antonio Castillo.

Feliz y austera Navidad para todos.