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lunes, 1 de agosto de 2016

LA PISCINA Y LAS CHICHARRAS

LA PISCINA Y LAS CHICHARRAS
(Crónica del verano. José A. Castillo. 2016)

Aquella mañana de finales de julio el sol había salido potente y cegador por las sierras de levante. Los altos riscos desdibujaban sus sombras entre neblinas y el valle entero se impregnaba de la luz abrumadora del estío, con las inmensas arboledas como mullidas alfombras verdiazuladas, las cumbres de Bermeja con algunos retazos de nubes posadas entre los pinares, y las del Poyato blancas, purísimas en sus destellos de piedra con el telón de fondo de un cielo azul, puro como el agua de una alberca.

 La noche anterior, la Plaza bullía en gentes, vinos y raciones. Había en el ambiente como un deseo de recuperar el tiempo perdido, de salir de casa en busca de la conversación que nos concede la paz del vino, que es costumbre vieja y amable. Los tres bares del pueblo se afanaban en servir, cada cual según su estilo, y ahora con la innovación que nos traen Joaquín y su esposa. Y es que han sido años muy duros en los que el noble pueblo español, ese que nunca grita ni sale a destrozar lo que es de todos, ha soportado estoicamente la carestía, los recortes presupuestarios, el paro, los desahucios, la desesperación de los hijos. ¿Estamos ya recuperándonos a tenor de esa alegría que se atisba en las calles? Este cronista sabe poco de macroeconomía, terrible palabra, pero se esperanza en esa cierta alegría que ve en las buenas gentes, en los honorables padres y madres que salen a tomar el aire de la noche con el suave pellizco de la cerveza frígida, en los jóvenes que ahora comienzan a ver una pequeña luz en el túnel, aunque esa luz sea tan sólo una pizca de lo que sería necesario. Eso si nuestros políticos no se empeñan en destruir, por su ceguera e incapacidad, lo que a todas luces suena a recuperación más o menos consolidada. ¡Qué decepción si fuésemos a unas terceras elecciones! ¡Qué horrendo fracaso de nuestra democracia y qué indignación entonces la de ese honrado pueblo de España, sufrido, paciente y sabio!


Al eso del medio día, mucha gente subió a la piscina. Las incansables cigarras, como los políticos antes citados, hurgaban el aire de oro del estío con su impertinente y continua cacharrería de sones, que convivían tozudamente con la brisa que se posaba entre las ramas de los chaparros, castaños y encinas. Esas chicharras, que son como el termómetro de la arboleda: silentes en invierno, charlatanas en el estío. Allí arriba, el viento amable barre cualquier atisbo de calor, mientras al frente se recrece en encinar bajos los poderosos riscos de la Dorsal. ¡Qué bellísima profundidad de campo! ¡Qué limpieza en los perfiles aguerridos de las altas calizas! ¡Qué gozosas tonalidades del mundo desperdigado por montes y hondonadas! En aquellas alturas, Salva y Begoña nos ofrecen la calidad de sus carnes y sus vinos, mientras parte del pueblo, que tal vez debería mirar más hacia lo suyo y no buscar fuera lo que en casa tiene de sobra, se refrescaba en las aguas azules donde los niños chapoteaban bajo el ahora tenue sol de la tarde y la sombra protectora de la montaña pura en encinas, vuelos y brisas. Cuando bajó por fin la gran mariposa de la tarde con sus élitros de sombra, todo quedó allí en calma, a la espera de la luna y su trémulo despliegue de estrellas.