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martes, 14 de diciembre de 2021

CRÓNICA DE LA NAVIDAD

CRÓNICA DE LA NAVIDAD

 

El aire de oro mueve las ociosas 

hojas de los pinares…

(Jorge Luis Borges. “A un soldado de Lee”)

 

Malos tiempos corren, vecinos y vecinas. El virus ha hecho mella en nuestra sociedad, dejando tras de sí miles de víctimas, enfermos, y secuelas físicas y psicológicas muy difíciles de curar. Eso sin hablar de la economía, o de la carestía, a pesar de las alegres campanas de la fanfarria gubernamental, que trata de tapar lo que es una realidad incuestionable: de esta salimos no más fuertes, sino más pobres.

 Afortunadamente parece que las vacunas palian los efectos y la gravedad de las sucesivas olas y cepas del COVID. En esto sí se ha acertado; ahora toca convencer a los irresponsables de que sin ellas los graves riesgos personales se acrecientan, por no decir del peligro en que nos ponen a todos los demás.

 Malos tiempos. En la isla de La Palma se ha abierto una ventana por donde la ira de la Tierra expele sin cesar fuego y cenizas, que están sepultando sueños y esperanzas. Y aquí, en nuestro valle, ese horrible incendio del final del verano, con Sierra Bermeja calcinada y las dos pinzas temibles que entraron al Genal por el norte y por el sur. Incendio de sexta generación, nos dijeron, incendio de sexto abandono, decimos algunos. La crisis de la agricultura de ladera, con su corolario de pérdida de rentabilidad, propició la llegada de los cuatro jinetes de nuestro particular apocalipsis: emigración, envejecimiento, despoblación y abandono. Y tras el abandono, el fuego. Ahora todo son plataformas, promesas y buenos deseos, pero cuando los suelos se enfríen y rebroten las semillas (tampoco ayuda esta persistente sequía que mantiene exhausto a nuestro sur), todo quedará en el olvido. En un sexto olvido.

 ¿Qué hacer? Es claro que aquella agricultura de casi subsistencia o intercambio de pequeño espectro territorial no va a volver. Que los viejos usos del bosque fueron sustituidos por un progreso que aniquiló oficios y manejos que mantenían el equilibrio en la montaña. Ni es posible por rentabilidad, ni es solución volver al pasado en un momento en que la moderna agricultura comercial ha engullido cualquier atisbo de volver a las actividades agropecuarias de proximidad, a no ser de manera anecdótica.

Pero hay soluciones muy posibilistas: mantengamos, con adaptación a los nuevos modelos productivos, alguno de aquellos usos, por ejemplo, el ganado, la mejor desbrozadora posible si se regula adecuadamente la carga animal. La limpieza, poda y aclarado para fabricar biocombustibles, cuyas plantas de tratamiento deberían instalarse aquí. La protección efectiva del fuego,de las laderas y sierras con labores de temporada mediante la contratación de efectivos del lugar, que son los que mejor pueden y saben interpretar los ciclos, los métodos y los trabajos en estas difíciles barrancas.

 Y ayudar al campesino, al que sólo se ofrecen hoy trabas excesivas, a veces absurdas, provenientes de despachos de caoba y moqueta tan fuera del mundo real, en vez de fijarse estas a partir de las verdaderas necesidades de nuestros campos. Ayudas, sí, mediante las políticas comunitarias europeas que subvencionan por doquier la producción agraria, mientras los sectores forestales quedan abandonados sin remedio. Como dijo un productor de corcho de Huelva, en un reciente encuentro forestal celebrado en la Universidad de Sevilla al que asistí, ¿por qué se subvenciona a un olivar, o al girasol, y no a un castañar o un alcornocal? Y, desde luego, la protección integral, y digo integral, de Sierra Bermeja, excluida de manera absurda, infame y acientífica del nuevo Parque Nacional de la Sierra de las Nieves. Ello nos ayudaría sobremanera a la orla periférica, en forma del establecimiento de actividades silvoforestales y pecuarias, además de hosteleras. Pero de esta compleja cuestión hablaremos otro día, pues sé que las presuntas leyes y limitaciones de este tipo de espacios no son bien recibidas por un campesinado que ya no puede resistir más.

Insto desde aquí a los alcaldes de este Valle a actuar, y a hacerlo ya. No queda tiempo: con las actuales políticas el territorio ha perdido más de dos tercios de su población en sesenta años. Toca cambiar el tratamiento para curar al enfermo, pues el diagnóstico es bien claro: el pequeño mundo del Genal y su paisaje, donde el hombre ha sido y es protagonista decisivo, está a punto de fenecer tal como lo conocemos. Hay que actuar ya, insisto, sin dilaciones, con unidad, sin egoísmos ni absurdos partidismos. No nos queda apenas tiempo. Ha llegado la hora de exigir, no de rogar ni de aceptar más limosnas. ¿Estarán nuestros 15 alcaldes a la altura de este gravísimo momento?

 Esta crónica se os ofrece con un pesimismo muy poco navideño, esa es la verdad. Pero yo no puedo, como cronista que soy de la realidad del momento, engañarme y engañaros. Sin embargo, quiero ver en el horizonte un rayo de luz. Tal vez, a través de los negros nubarrones de la indiferencia, la inacción y el olvido, se abran paso las ideas, los proyectos, las iniciativas de los más jóvenes, con paradigmas como esa asociación “Montaña y Desarrollo” que se ha instalado en algunos de nuestros pueblos. Que se desprecien esas vergonzantes limosnas y se obtengan los beneficios de nuevas políticas que pongan fin a tanto olvido, a tanta desesperanza. Que se sostenga población en una medida suficiente para que el paisaje y los pueblos no se nos mueran. Que retorne la lluvia con ese llanto viejo, pausado y persistente de los ábregos sobre nuestros bosques. Que corran los arroyos desatados hacia los padres Genal y Guadiaro. Y que de nuevo, al atardecer, el aire de oro vuelva a mover las ociosas hojas de los pinares rebrotados, en nuestra salvaje, singular y valiosa Sierra Bermeja.

 

 Feliz Navidad. Paz, salud, prosperidad y esperanza. Y consuelo a quienes han perdido a sus seres queridos.

 

De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez. Diciembre, 2021.