CRÓNICA DEL VERANO
"LA HUERTA DEL
BALATE"
Benalauría, julio de 2022
En
estos aciagos tiempos de temibles incendios que calcinan los montes
de España, y de repetidas desgracias, conflictos y enfermedades,
bien nos valdría refugiarnos en uno de esos pequeños oasis que nos
permiten atisbar algunos rayos de esperanza.
Aquí, en nuestro
valle, bajo los bravíos peñones de la Dorsal calcárea que nos
separa del hermano Guadiaro, se establecieron desde antiguo algunos
espacios de huertos y sembradíos, aprovechando las fuentes y
surgencias del acuífero Benadalid-Gaucín, responsable de los
importantes
avenamientos de Fuensanta y Salitre, entre otros.
En nuestra vertiente manan Azanaque y El Balate, de purísimas aguas
y sugerentes nombres árabes que dan fe de su ancestral uso: “Los
Cercados”, el primero, “Las Paredes”, el segundo. Y así es,
Huerta del Balate, haciendo referencia a un extenso muro de piedra
ceñido a un suave talud, y perimetral a una pequeña y fértil
llanada de
aproximadamente una hectárea, a la que se suman los
restos de otros muretes con bancales abandonados que escalan hacia el
denso encinar instalado sobre las paredes del Monte Poyato. Por
cierto, os recuerdo que la técnica del balate, o muro a piedra seca
para el cultivo en terraza, es Patrimonio de la Humanidad.
El
lugar no puede ser más ameno. El agua surte en la vieja alberca con
su son infinito, cortejada por algunos frutales y chopos
desperdigados. Allí se dieron hasta dos cosechas de cereal en
tiempos de
penuria, así como buenas producciones de maíz,
habichuelas, con huertos de verano e invierno. Una casa de piedra y
cal con techumbre a teja preside aquel agrosistema, como hemos dicho
un auténtico oasis entre los roquedales y el encinar, “una isla de
ager (cultivos) sobre un mar de saltus
(bosque y matorral)”,
como lo hubiera expresado mucho mejor el profesor Sánchez Blanco en
su libro sobre los andalusíes del Bajo Genal. Quedan arriba las
violentas cresterías de la Dorsal, ahora casi ocultas por la
recuperación espectacular de las encinas, con su cohorte del aulagar
y tomillar, y
las peonías y el espinar de maholetos, mientras
que al frente se nos abre, inmensa y totalizadora, la gran barrera de
Sierra Bermeja con sus nubecillas del Levante posadas sobre cerros y
collados, hoy desolada imagen del inmenso pinar dos veces devorado
este año por el fuego de la iniquidad y el abandono.
Pero
aquí, las desgracias casi ni se contemplan al lado de una primorosa
horticultura que Susana, Jacobo y su hijo se han empeñado en
reverdecer. Venidos de la ciudad, se afanan en recuperar los usos de
sus mayores, haciendo florecer con nuevas y estudiadas técnicas los
viejos huertos que eran el preciado condumio de aquellos campesinos.
Buena tierra, agua impoluta, clima envidiable, brisa que transporta
los inimitables perfumes del monte, bosque y roquedal, además de
afanes indesmayables, esfuerzos inauditos, e ideas claras, muy
claras, para escapar de tiranías y vivir con y en libertad en este
lugar de fertilidad, sosiego y hermosura.
Junto a esos variados
cultivos de proximidad, en la más estricta disciplina de lo
tradicional, que es la mejor de las ecologías, esta familia nos
recibió menguando julio, a partir de las iniciativas y apoyos de
"Montaña y Desarrollo", la Universidad Paulo Freire y
otras instituciones, para presentarnos su ambicioso proyecto. De
momento, un honorable suelo cernido, limpio y dispuesto para la
siembra,
los pequeños pasillos de separación de los cultivos
con sus tuberías para el goteo y la
microaspersión, los
encañamientos para los productos del verano, como ese exquisito
tomate rosa de la Indiana ahora en recuperación, del que dimos buena
cuenta en el consecuente refrigerio. Todo parece dispuesto para el
buen orden y la lógica de los aprovechamientos, en una distribución
racional y muy bien estudiada.
De momento, los primeros y
satisfactorios resultados. De momento la fuerza vital de estos
emprendedores que no merecen otra cosa que el éxito. Ellos nos abren
el camino para lo que haya de venir, que algunos intuimos no augura
nada bueno.
Y de momento, el agua casta de fondos turquesas, el
austero encinar de trinos y vuelos, el inquieto mariposeo de las
hojas del chopo, la fecundidad del manzano, el ciruelo y el nogal, la
orla gozosa de la adelfa en sus floridos caminos del agua. Todo bajo
el inconmensurable azul de un cielo potente y cercano, las fragancias
del animoso viento, y el fantástico decorado de nuestra siempre
Montaña Protectora.
De vuestro, cronista José Antonio
Castillo.
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