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domingo, 1 de marzo de 2015

CHRONICA DEL SERRANO BURLÓN

CHRONICA DEL SERRANO BURLÓN
Érase una vez un hombre altivo y bien encarado, criado en la villa de Jubrique ,cuyos lugareños poseen un habla cantarina que algunas veces recuerda al de Canarias, y cuyo topónimo curiosamente rima con “alambique”, lo que no es ninguna casualidad, dada la afición por el aguardiente de la mayoría de sus hijos.  Desde aquel seno familiar, vino en darse cobijo nuestro hombre al pueblo de Casarabonela, blanco y rico en huertos y vergeles al pie de la Sierra de Caparaín. Allí terminara su crianza, a cargo de su afamado tío Antonio Carmona, que le enseñó a cuidar cuerpo y heredades, en lo que adquirió notorio aprovechamiento, a no ser porque un día de fiestas de guardaréste lo hallara en la puerta de la iglesia, con los zapatos rajados y el traje manchado aposta, pidiendo limosna para comprar tabaco a los hombres de bien y caritativas damas que del templo salían. De la sonora bofetada que su tío le propinara sacó Guillermo, que tal es el nombre de nuestro héroe, la clara conclusión de que nunca había que hacer bellaquerías en sitios conocidos, y sí aprovechar la condición de anonimato para perpetrar negocios que le sirvieran de provecho.
Pasó de la escuela al Instituto de Málaga, donde enseñaran entre otros el implacable catedrático Rodejas, y el no menos estricto y un tanto excesivo don Santiago Pogonowsky, de estirpe polaco-teutona, de quien Guillermo ponderaba su perfecto y afectado castellano, con aquella frase celebérrima del colofón de un fornicio en casa de mala nota “…basta, basta, la naturaleza ha obrado”. Y de allí a Magisterio, y de la Escuela Normal a ejercer de maestro en pueblos varios.
Hízose  hombre al fin, y llegara a Benalauría, donde conoció a su mujer, Ana, hija de Encarna y Mariano, con la que al poco se casó y vivió hasta los días en que esto se escribe. Le nacieron cuatro hijos, el mayor Guillermito, una especie de músico que es capaz de tocar cualquier clase de instrumento que en el mundo hubiera, pertinaz tuno hasta que el cuerpo aguante, casado con otra Encarna, boticaria de oficio, y padre de dos hijos, todos ellos avencindados en la vega granadina. Le sigue Encarnita, de nuevo el recurrente nombre familiar, moza garrida y de grande belleza, que desposara con José, profesor y madrileño castizo de Atocha, socio importantísimo del “Equipo de Dios, oyes…”, madre de Óscar y Almudena; luego Ana Belén, amante de gatos y criaturas, empresaria de cosas verdes del campo, compañera de Jaime, cortesano del Guadiaro transformado en AbúYaqub al Kurtisí por mor de una Fiesta de Moros, que él engalana con su voz y su arte inigualable, y por fin, Mariano, cocinero de alta escuela que regenta “La Molienda”, casado con Gema y padre de un hijo, Ruicillo puro, según dicen. Lástima que al padre, tan buen cocinero, hombres perversos lo encaminaran a ese equipo del nordeste, de nombre impronunciable por respeto a los oyentes, no sé qué de “Farsa”.
Pero volvamos a nuestro hombre. Si alguien requiere a persona que nunca tenga otra cosa que buen humor, búsquese bien y hallará a este ejemplar de la naturaleza, magnífico escanciador y mejor bebedor, en el buen uso de la palabra, gran degustador de tapas y manjares, tanto, que aun después de engullir cuantos yantares de mayor o menor acierto le ofreciesen en mesones, albergues y figones, no eximía a su paladar de un buen caldo de ave con limón, y una tortilla a la manera francesa que Ana siempre le dispusiera. En cuanto al vino, pues Fino si es menester, aunque prefiere de entre ellos el denominado Tío Pepe, que se dice en Ronda que ya es casi el único que lo solicita, pues al tinto se ha pasado casi todo el personal, y también él, a condición de que éste sea de buena crianza. Sólo un vino detesta, la fresca y dúctil Manzanilla, tan ligera según él, que en una ocasión dijo preferir beber agua antes que tan endeble vino.
Decíamos de su buen humor…pues recuérdense sus anecdotarios, chascarrillos, cuentos, recitaciones y demás artilugios de ingenio con los que ha deleitado y deleita a varias generaciones de parroquianos. ¿Cómo no recordar sus in números cuentos sobre gatos y gatas, a los que imita genialmente con gesto y facción? A ese respecto, atiéndase a lo que sigue:

“De lo que aconteció a una gata de angora
con un joven gato sin posibles,
al solicitarle éste sus servicios.”

SONETO

Como reina en su trono del tejado
una gata de angora, incontinente,
de suave pelambrera y sexo ardiente
ronronea en cortejo desbocado.

Acertó un gato joven y atigrado
a subir y le pide, diligente,
que es luna de verano y le es urgente
ser por ella en amores consolado.

Dijo el minino: no tengo trabajo,
escaso es mi peculio, parco, austero,
mas preciso calmar a mi badajo.

Hizo un mohín la gata, lastimero,
su pelambre agitó, y con desparpajo,
“fiau, fiau”, maulló, “fiau, sin dinero”.

Ode mujeres hartas de marido que se iban a tirar al tren, por desesperación, y terminaban tirándose al maquinista, los de San Apapurcio en el desierto, feliz recreación sicalíptica de aquellos eremitas de vida apartada, de los curas consoladores de viudas necesitadas, de los machos cabríos de los Bienes de Propios, que no montan a las cabras pues devienen en funcionarios, de los que acuden al padre a pedir no la mano sino el más preciado tesoro de su hija, del perdido en el desierto que hallara al genio de la lámpara y este le concediese como tercer deseo, en vez del instrumento insaciable con nombre de ave femenina de corral que le pidiera, una gallina que devoraba todo lo que se le ponía por delante…Cómo no recordar su intuición sobre el actual matrimonio gay, con su fino chiste de “mister John y mister Carter…”, oal desesperado peticionario que entrara en el bar de tapas rimando con vino, “de lo mismo me das a mí, y de tapa codorniz…”
Si fuera por las anécdotas…casi todas en Benalauría, con el gorrino al destete de Pepe Ricardo en referencia al afamado Mauricio y su gran y tremendacosa que llegó a superar el mostrador de Almagro, o cuando sostenían al Pirujo pisándole los pies de borracho que iba, y del tremendo costalazo de éste al soltarle la presión, o el aceite virgen que trajera Francisco el Mirlo para unas tostadas, tan virgen que si por poco fenecen allí mismo los comensales, pues no era tal sino aceite del velón de La Virgen, y menos mal que Luis, su compadre, ofreciera el ingenio de beber mucho vino para que, flotando, el aceite asesino saliese por la boca…o la famosa excursión a Jerez para ir por vino, y cómo las garrafas llegaron vacías al pueblo a causa de un cánula por la que escanciaban por riguroso turno el contenido, y las de Farruco, con los americanos a los que no cobró porque nunca volverían por allí, o cuando tras ingeniar una estratagema para que pagase un médico gorrón, el bueno de Farruco acabarapagando todo al fin, y en paz.Las de “Salvaorito”, uno de los tipos más ingeniosos que en pueblo nacieron, con los civiles acudiendo al prohibido juego de Las Chapas en La Ladera, y la contraseña que debía gritar si estos llegaban por sorpresa, “barreno, barreno…y ardiendo…”, o el día en que amarraron a su colchón a Carlos Barragán, que intentó defender heroicamente un jamón de bellota que colgaba, que el infelizreservaba para las Pascuas…En fin, en Benadalid, de donde hubo de salir a todo gas en moto al prender fuego a la traca en pleno baile…Sus veladas interminables en Algatocín, con Matías bailando como un zombi, o Talabarte y su dedo juguetón, con Palomo que, naturalmente, respondía a su llamada, “voy volandooo”, en Jubrique con Antonio Ríos, y con sus inolvidables hermanos Pepe y Antonio, o sus andanzas con Eugenio y Paco en Málaga. Gaucín, donde los parroquianos huían despavoridos al ver acercarse a los Ruíces, o en Ronda, donde tras recorrer los mesones, se iba al cine, sin importarle sala o programa, pues aquella era su siesta placentera. Sus paseos al Guadiaro, con ocasión de hacer un pozo en el cortijo, y a la Estación con su colono Domingo…Bares de Luisa y Manolo el Alcalde, éste tan feo que el propio Almagro rezumaba moral desde que conociera al susodicho, y más tarde con el Piquín y su figón, donde tras una sopa de ajo, su hermano Germán cayera redondo de espaldas con un síncope al escuchar uno de sus inefables chistes…Y en Cortes, con el gran Sevilla, que dicen las malas lenguas que cuando perdía el Madrid se encerraba a llorar sin desconsuelo, y con su amigo Cristóbal Núñez, un caballero en cuya tarjeta de visita se dibujaba una bandera de España y la leyenda: “español y de Cortes de la Frontera”, o con el no menos caballero Modesto, antifranquista hasta el tuétano, o con Diego el de Victoriano, y tantos y tantos amigos de aquella hermosa y hospitalaria población a pesar de la mala fama que le dicta la copla, paisaje y hospitalidad de los que guarda emocionado recuerdo este cronista.
Pues y los versos y las representaciones…mirad su rostro cuando recita, “Luego un can, luego nadie, nada, nada”, “el nabo no hay que dudar/ está muy bien colocado/ la que lo ha puesto es probado/ que lo sabe manejar…”, “Sacristán que vendes cera/ y no tienes colmenar/ raspavelas, raspavelas/ raspavelas del altar…” Y sus canciones, “Ana, asómate a la reja…”, “Ay va, ay va, ay Babilonio qué mareo…”, “En casa de un carbonero…”, “Maximiliano…”, y su infalible “Tres horas llevo aquí/ y he venido aquí con el aparato…”. Y por fin, después de cientos de chistes, canciones, chascarrillos y anécdotas, surgía un cohete, siendo éste colofón de tanto ingenio, siseando sobre la mano abierta, golpeando las piernas, aplaudiendo bien fuere de uno, dos y hasta tres traquidos, y explosionando pum, pum, pum, cosa que él aderezaba con el doble sentido de un satisfactorio fornicio, o bien de lágrimas, que eran un ¡¡ahhhh!! de gozosa concordia entre los asistentes.
Guillermo, que era algo afortunado en bienes, nunca soslayó junteras con cualquiera, aunque fuese de humilde condición, que tuviese ganas de un rato de charla, risa fácil y pocos deseos de discusión o disgusto, asuntos de los que siempre huía. Díganlo Pepe Ricardo o sus compadres Farruco y Luis, que eran pobres de solemnidad, y a quienes apadrinó hijos e hijas. Pero también era capaz de divertirse con los más pudientes, como Pepe Martín, a quien acompañó en múltiples desventuras y negocios, casi todos fallidos, a bordo de aquel destartalado LandRover, siempre averiado hasta que llegaba Juan Aguilar, quien, tras misteriosas manipulaciones, con un martillo en ristre golpeaba el cárter y decía, “arranca, Guillermo”, y el viejísimo coche ronroneaba milagrosamente dispuesto a seguir caminando. Correrías con Paco Viñas y su hermano Miguel, de tan grato recuerdo a todos. Y ya más en nuestros días, acertó a juntarse con unos jovenzuelos desenfadados que, guitarra en ristre, iban en peregrinación por ferias y saraos, los “Palmeros de Benalauría”. Con ellos,interminables tardes en la Venta de San Juan, con Manolo y sus dos hermosas hijas, los dos Castillos, Domingo Javier y Antonio el Civil, y Pepe Loras y el Niño de Paca. Salidascon su yerno el castizo, en busca del pescaíto y la luz salada de la mar malagueña, y también con Tomás, que ríe con él a cambio de hacerle la declaración de renta, algo truculenta como es natural, y con Francisquín, al que nunca convenció de que el pinsapar de los Reales quedaba a la derecha de la carretera, y finalmente con el añorado Juanito García, a quien profesó una honda amistad hasta su muerte.
Queridos amigos, querida familia. Aquí nos encontramos reunidos junto a este patriarca del buen humor. Brindemos por él, pero también por la alegría que siempre tuvo a bien transmitirnos. Nunca podremos agradecerle su impagable tributo a nuestra concordia y nuestra diversión, sana, amable y tantas veces  celebrada. Guillermo es irrepetible, por eso, los que hemos tenido la suerte de conocerlo le decimos: vive mucho tiempo, y sigue concediéndonos la dádiva de tu ingenio y buen humor.


    Como en la mejor tradición clásica, y abundando en sus virtudes, ofrezco este ovillejo al personaje:

¿Quién nunca triste y enfermo?
Guillermo.
¿Quién, de tapa, codorniz?
Ruíz.
¿Quién dicta al humor sus leyes?
Reyes.
Versos, cabras, gatas muelles,
viudas, frailes, bujarrones:
chascarrillos y canciones
de Guillermo Ruíz Reyes.
Amigo Guillermo, te rogamos encarecidamente que acabes esta perorata con un gran cohete, al menos de tres traquidos, que todos nosotros lanzaremos al cielo, con la segura confianza de que lo oirán los que han sido nombrados y ya no están, los que están y han sido aludidos, y otros que estando, y por olvido, no he acertado a nombrar.


De tu pariente y amigo, don Pablos.
Benalauría, a tres de enero de dos mil quince.






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De orden de la Autoridad Eclesiástica y el Santo Oficio, este escrito ha de ser recusado por contener graves insinuaciones a las buenas costumbres y la moral.
No se da permiso para imprimir, antes bien, se recomienda su destrucción en la hoguera,
y mandar a los corchetes a detener de inmediato
al autor de semejante libelo.
Fray Diego de la Buytrera, O.P.


miércoles, 6 de agosto de 2014

PREGÓN DE LA FERIA 2014

PREGÓN DE LA FERIA. BENALAURÍA, AGOSTO DE 2014

Sr. Alcalde, Sres. Concejales, autoridades,
amigos, convecinos y paisanos:


Hace exactamente 18 años fui requerido casi con la misma urgencia que hoy por la entonces alcaldesa Begoña para que diera el pregón de la fiesta mayor de Benalauría. No había pregonero, igual que ahora, tal vez porque había sido un año aciago en muertes no esperadas, y, como ahora, hube de confeccionarlo a toda prisa, de modo que, dadas las tristes circunstancias, aquel pregón no constituyó sino una triple elegía dedicada a otros tantos seres muy queridos.
Ninguna muerte excede en dolor a otra, ninguna soporta más caudal de llanto que la precedente o la posterior, ni más dolorida ausencia, ni más triste memoria. La muerte nos hermana a todos, tal vez sea esa su única virtud. Muchos otros han desaparecido desde aquellos días, que a los que ya gozamos de cierta edad se nos escapan a puñados amigos, familiares y vecinos. Sin embargo, si hablo y rememoro aquellas tres es porque en su momento representaban el pasado, el presente y el futuro de nuestra fiesta:
- Francisco Viñas era el viejo capitán, emotivo y convincente, de una tropa de infantería mal equipada, indisciplinada y borrachina, enfrentada a aquellos moros envueltos en tizne y jaiques de estameña. Era el pasado.
-Juan García fue la conciencia del cambio y la renovación de la Fiesta de Moros y Cristianos, con su tozuda insistencia en crear una Asociación para salvaguardarla y mejorarla. Fue el presente.
-David Villanueva, que aún llevaba en su alma la flor de cerezos y azahares, significaba el futuro, como muy bien podemos constatar en los de su generación, hoy pilares básicos de nuestro festejo.
Pasado, presente y futuro. Y esta noche, de nuevo ante ustedes, me pregunto si no es hora de honrar igualmente a los que nos han dejado recientemente, algunos tan dolorosamente cercanos a quienes estamos en este escenario. No los nombraré, con su recuerdo basta.
Honrados los ausentes, vayamos pues al pregón que, en realidad, ya ha comenzado cuando estos esforzados dominicos que tengo aquí delante iniciaron esta tarde la procesión de su patrono. Ellos realizan cada año un silencioso canto, una hermosa oración bajo los arduos hábitos de la Orden de Predicadores, sin faltar ni una sola vez. Vedlos ahí, silenciosos y austeros, sin esperar otra recompensa que la que les proporciona el honor de llevar a su Señor. A ellos, queridos amigos, nuestro primer y más cálido aplauso.

Apuraos, dominicos,
acudid hasta la iglesia,
que Santo Domingo ocupa
sus andas, y está a la espera.
Enfundaros vuestros hábitos,
cíngulo, cogulla y suelas
de esparto o cuero en sandalias,
y el ánima bien dispuesta.
Fervorosos, en el coro,
implorad primas y tercias
en facistoles que vieron
estremecerse las piedras
con el canto gregoriano
de maitines a completas.
Y luego, cuando la luna,
entre amarilla y bermeja,
gata redonda y en celo
en la noche verdinegra,
se pose por los collados
y las cumbres pinariegas,
levantad a nuestro Santo,
llevadlo con manos recias
y los hombros bien curtidos
por las empinadas cuestas.
Llevadlo, mientras sonríe,
con su perro y su bandera
de plata, mientras bendice
cada casa y cada puerta,
cada rincón, cada patio,
por humilde que éstos sean.
Mirad cómo escucha atento
el pregón que se presenta,
y luego, tras la palabra,
llevadlo, que ya regresa
hasta el domingo en que entonen
las músicas su propuesta
y la pólvora se adueñe
del aire, el agua y la tierra,
cuando los moros ataquen
con saña brava y guerrera,
y los cristianos dispongan
sus tropas a la defensa.

Santo Domingo y su familiar iconografía de hábito viejo, gran tonsura, banderita plateada, y con su rosario y su perro. Ah, el perro, compañero inseparable y amigo fiel, ¿cómo queréis que desaparezcan los perros de nuestras calles si el Santo Patrón de la villa no se separa jamás del suyo? Eso sí, es milagroso, como no podía ser de otra forma tratándose de un santo, que ese animal no haya sido sorprendido nunca haciendo lo que no debe por algún rincón.
A ver si vamos tomando ejemplo, que el pueblo está que se sale de bonito: plazuelas, rejas, miradores, macetones, calles como con zapatos nuevos, callejones floridos, ¿habéis visto qué callejones?, incluido el del Sr. Alcalde, y las flores de cada vecina, a millares estallando en colores de todos los tonos, un vasto jardín callejero, con alcorques a retazos, átomos de campo, pizcos de primavera prendidos en rejerías, balcones y puertas: Benalauría viene a ser como un gran patio cordobés en forma de laberinto, o si se quiere, he aquí un gran patio cordobés en el laberinto verticaldeBenalauría, gracias al afán, mimo, cuidado y amor de nuestras mujeres, y cuyo ejemplo más conspicuo, por citar alguno, es ese decorado amoroso en flores que va desde la puerta deAna Mari, ¡qué selva de colores y perfumes nos has compuesto, Narcisa!,hasta la Plazoleta, donde Carmela,Maite, Elena,Isabelina, Anita e Isabel María hacen estallar sus fachadas en hortensias, rosas y bouganvillas. A todas ellas, y a todas las restantes mujeres anónimas que siembran, podan y riegan en sus tiestos de barro y corcho, nuestro aplauso y reconocimiento.
Si es que tenemos de todo… Salón de Actos, Guadalinfo, gimnasio, y hasta piscina, aunque usarla la usamos poco. ¡Quién lo iba a decir!, un pueblo de fundación musulmana, de la civilización que inventó la cultura del agua y los baños públicos que recogieran y perfeccionaran de Roma, reniega hoy del chapuzón, desprecia el frescor y se niega a participar de las bendiciones y la salubridad que proporciona el agua.
Y, últimamente, disponemos incluso de una torre al parecer de vigilancia. Digo yo que, dado el sitio que ocupa en lo más alto de la Copa Ventura, tal vez sirva en el futuro para avisarnos de algún ataque de nuestros apacibles vecinos de Benadalid, tanto,que hace cuatro siglos fueron atacados por los moriscos de este pueblo, destruidos sus archivos y quemada alguna casa, y aún no han respondido: de ahí la torre, no sea que les de por saldar aquella vieja deuda.

¡Cuánto hemos cambiado en tan escaso tiempo, y cuánto ha cambiado nuestro pueblo! Y sin embargo, tengo la sensación de que en estos casi veinte años transcurridos desde aquel pregón del 96, casi todo ha cambiado en apariencia, pero casi nada ha cambiado en realidad. Las madrugadas siguen oliendo al pan recién horneado de los hermanos Guerrero y de Juan Andrés. Las tardes de junio se enjugan con brisas de puro campo y cerezos, y del olor dulzón a tramas de castaño. Los colores del otoño siguen pintando su cuadro de fuego y oro viejo, y el verano conjuga la ceremonia y los aromas del tablar recién regado con el chorrillo amable de una alberca, mientras desde muy temprano se escucha la algarabía vana y tenaz de las chicharras percutiendo con su cacharrería de bronce sobre los chaparros. Prosiguen los aromas del cantueso y el almoradux, siguen amarilleando aulagas, escobones y genistas, vive como siempre el viento en los pinares anidados de trinos, transcurren los arroyos y también nuestros dos ríos, plenos de sombra verde, perfumados de húmedo mastranto, y guardados por los chopos centinelas,armados de mariposas de brisa en tornasol en lugar de hojas. Se repiten los roces del dominó sobre las mesas, y las ajadas cartas en las interminables tardes invernales, el agua de las canales sigue sonando igual,con la benefactora lluvia de las noches y de las tormentas que traen los Ábregos de poniente.
Naturalmente, decimos que antes llovía más, que no revientan los nacimientos, y que hacía más frío, y que ahora hace mucho, mucho calor, tal vez porque es verano, como el próximo invierno hará de nuevo más frío, porque es invierno, y aunque caigan más dos mil litros por metro cuadrado, alguno seguirá diciendo que antes llovía más. Seguiremos hablando del aparcamiento que nos harán la Diputación o la Junta, y del ensanche de la carretera y de la depuradora que nunca llegan, y del centro de salud, que ahora sí. Los perros, como se ha dicho, siguen por las calles, por no incomodar a Santo Domingo, y las bodas, que ya son superiores a las famosas de Caná, en la Plaza, como si fuera un día de feria: propongo al Ayuntamiento que haga coincidir las bodas con nuestra fiesta, que así se ahorraría un pastón. Van las mujeres al toque del rosario: un pequeño grupo de ancianas, que lo aprendieron de la inolvidable doña Carmen,se niegan a que el Señor permanezca solo todo el día, y van como pueden, sacando fuerzas de donde ya no hay, al toque de campanas; ah, las campanas, latido espiritual del alma de los pueblos. Si alguna vez enmudecieran, yo no querría ser testigo de ese inquietante silencio, y si alguna vez se cerrara nuestra iglesia, tampoco desearía ser cómplice de tal infamia.
Las cosas del campo siguen estando igual de mal que siempre, los frutos valiendo igual que siempre, es decir, casi nada, mientras otros se aprovechan, como siempre. Rufina prosigue con sus afanes de recolección de las arboledas y su sabiduría de encinas que no se preparan, y que se van a quemar, que “es menester ver”… Dominguito con su célebre, ¿“las ovejas?, vosotros no sabéis lo mal que están las ovejas”, los Chetes y su gente,descorchando, Pepe Ana Ventura con su saquillo al hombro viniendo de la Alberca a llevarle,asinquezo, a su hermano Antonio unas poquillas de cerezas. Pepe el de la Puerta de la Iglesia con su hablar pausado de almácigas, Antonio el juez y su hermano el Rubio en su vertical jardín del Huerto Pujerra,Domingo Álvarez, caminando sin parar como su abuelo Domingo Álvarez caminaba sin parar, Guillermo consus famosos chascarrillos y anécdotas contados ya a la quinta generación, Tomás transcurre con el río de sus risas, la Albarrácon su tertulia de sabios, Ricardo, Currito, Joaquín. Antonio Tintín a sus huertos, a los que ahora se agregan una caterva de chicos recién jubilados, como Aurelio, Blas, Juan Mena o Paco el Mellizo, que parece, por lo que dicen, van a reventar el mercado de tomates y pimientos. Se fue Antonio, el farma, ese hombre bueno y apacible, pero nos llega Enrique, como van y vienen médicos, curas o maestros.La fuentecilla manando, como la Alberca, los niños jugando con la pelota en la Plaza, como en tiempos de Carrillo, las obras de los “Socorríos”, inacabables, y los bares, ahora numerosísimos, con pizarras llenas de tapas exóticas, y la tienda de Ana Ventura, y las caballerías con su metálico andar por las calles, y llega el pescado con toda clase de pescados, y las hortalizas con toda clase de hortalizas, y los polvorones en navidad, y los santos en las calles por Semana Santa, con la amenaza de lluvia, como siempre, y las ferias y las romerías cercanas, y … ¡Cuántos cambios, pero qué poco hemos cambiado!

Y es que esta es,dijo el poeta Pablo Neruda,

La misma luna que hace blanquear los mismos árboles

Aunque luego añadiera

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Y, sin embargo, todos veíamos que algo comenzaba a cambiar en los días de aquella década de los noventa. Impulsado por los años de progreso que Europa nos trajo, este pueblo, como otros de la Montaña Mediterránea, vino a realizar una gigantesca reconversión de actitudes que lo sacó del ensueño y la inmovilidad: un nutrido grupo de jóvenes y otros ya no tanto, animados por las inversiones que llegaban de la Unión Europea, arriesgaron su hacienda y su salud por crear un nuevo foco de riqueza, en forma de empresas e iniciativas artesanales, agroindustriales y turísticas, que tuvieron la virtud ponernos en el mapa. Nada fue ya igual en Benalauría tras la creación de La Molienda, como en Benarrabá tras su hotel, como en Benadalid tras sus alojamientos rurales, como en Genalguacil tras sus artistas. La ciudad se acercó hasta este antes incógnito valle que, desde esos días, vio cómo los caminos, los ríos y los pueblos se llenaban de gentes ávidas de paisaje. Pero esa transformación fue sacudida de manera inmisericorde por una crisis injusta y despiadada que ha dado al traste con aquella esperanza. Todo pareció derrumbarse a nuestro alrededor cuando pensábamos que tal vez teníamos el derecho a vivir en la montaña, y no asistir, como en las décadas precedentes, al abandono de la tierra de los padres. Entonces, nos preguntaremos, ¿cómo sobrevivir en estos días?
Os contaré algo: los pueblos de este valle tienen ya a sus espaldas más de mil trescientos años de existencia. Por ellos han transcurrido guerras terribles, como las moriscas, la de la invasión napoleónica, o la horrenda guerra incivil del 36. Han sufrido despoblaciones, epidemias, sequías, hambrunas, miserias y desgracias de todo tipo y condición, y sin embargo han sobrevivido. Han sobrevivido incluso a la gran crisis de finales de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, cuando más de dos tercios de la población tuvieron que emigrar, a partir del fin y ruina de la agricultura tradicional de ladera. Pues a pesar de la que fuera más grave crisis demográfica de toda la montaña mediterránea, han sobrevivido. Y lo han hecho porque, a pesar de tanto éxodo, de tanto abandono, han conservado su memoria.
La memoria de los pueblos ¿quién podría destruirla?
Quien os habla, que ama, estudia y recorre la montaña malagueña hasta la extenuación, os anuncia su admiración cuando contempla paisajes incólumes, bosques frondosos, limpios y honrados huertos, tierras productivas, bancales en sazón, pueblos blanquísimos, y todo eso a pesar de la incuria, de la ignorancia y la indiferencia del poder, de todos los poderes y gobiernos, hacia la montaña.
En una ocasión, asomado a un mirador en Sierra Bermeja, donde el mar de los pinos se mueve en oleadas verdes con la furia del Levante, me preguntó alguien:
“¿Y esos pueblecitos que se ven a lo lejos, ¿qué es lo que producen?” Y yo le contesté: “producen aguas, producen arboledas, producen paisaje, producen oxígeno, producen salud para la insostenible ciudad a la que usted pertenece”.
Y esa conservación, y esa tozudezen preservar, y ese afán por aferrarnos a lo nuestro, porque, insisto, no hemos perdido la memoria. Una memoria que va impresa indeleblemente a nuestro paisaje:

De octubre a septiembre el ciclo
transcurre; nacen y pasan
horas, días, meses, años,
que, interminables, señalan
nubes, nieblas, polvo, estrellas
y soles con que acompañan
al campo los esplendores
de la luz mediterránea.
Sobre este paisaje, el hombre
de la Sierra, su morada
construyó con gran trabajo
y con tozuda constancia.
Dispuso pueblos minúsculos
de cal humilde y honrada,
rojos tejados y piedra
con rejas en las ventanas.
Desbrozó los pegujales,
escalonó las terrazas,
en las orillas molinos
de pan o las almazaras
dispuso, y el aparejo
de las azudas y alfagras.
Transformó el monte en dehesa
(que es costumbre antigua y sabia)
para nutrir su ganado,
cerdo, cabra, oveja o vaca.
Respetó las arboledas
que encontró cuando llegara,
acrecentando con otras
su riqueza y abundancia.
Si hizo uso del monte
fue con esparto y con palma,
las colmenas, las caleras,
y con las podas sobradas
el arduo y negro carbón
para el hogar; las brazadas
de leña, las sabias hierbas
que alivian, curan y calman,
y por fin el alcornoque,
con su piel útil y parda.
Y así, en paz con las rocas,
con los vientos y las calmas,
con el cielo y el rocío,
con las lunas nacaradas,
con las calores, los fríos,
con las criaturas y el agua,
su paraíso en la tierra
construyó, y no ambicionaba
otra riqueza o afán
que vivir en consonancia
con su honorable trabajo
y lo que el campo le daba.

Esa es la memoria-paisaje de la que os estoy hablando, hija de los ciclos astrales y de las viejas costumbres que emanan del campo.
Rebelémonos pues, amigos, ante esta situación de abandono y desesperanza y reivindiquemos nuestro lugar en el mundo. Todo no puede estar sujeto a la productividad, a la rentabilidad fácil, sin sospechar que la verdadera riqueza estriba en la concordancia del hombre con su entorno, como muy bien nos enseñaron los antepasados.

Este domingo escucharemos decir al q’aidIbnXamais:

Y aunque el exilio me impongan
a causa de esta condena,
decid, Señor, a los Reyes,
que con memoria certera
siempre mis ojos verán
los puentes y las veredas,
los castañares sombríos
y las rosadas cenefas
que tejen en los arroyos
las flores de las adelfas;
y las oscuras encinas
y el agua de las albercas, etc…

Ibn Xamais no quiso perder su pasado, y se llevó al exilio las luces, las sombras y los afanes de sus padres. Amigos y amigas: Confianza en el futuro, ira contenida contra el abandono, convicciones y razón sobre nuestros valores, dignidad contra las limosnas, son las premisas para afrontar otros mil años de vida serena, de paz con la tierra y con las aguas, y de preservación de los paisajes, nuestra mayor, formidable y única riqueza. Esa ha sido nuestra herencia, y ese deberá ser nuestro legado.Y cuando al fin nos falten las fuerzas y debamos marchar al exilio definitivo, gritaremos al cielo con el citado Al Xamais:

Y en mis sienes plateadas
se quedarán los sudores
que dieron vida y colores
a estas sierras tan amadas:
la tierra de mis mayores.




José Antonio Castillo Rodríguez.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

ARTESANOS Y ARTESANÍAS, A PESAR DEL VENDAVAL

Desde hace más de una década, en este pueblo se celebra una Feria que pretende involucrar a los artesanos y autónomos de la comarca, en una exposición con vistas a la venta, promoción y difusión de sus trabajos. En años anteriores, al buen viento de una prosperidad que no parecía tener fin, la Feria se adornaba con toda suerte de eventos paralelos, entre los que destacaba sobremanera el celebrado “Canta que te canta”, un festival de grupos folklóricos, a los que se añadía siempre una panda de verdiales. Se hacían demostraciones de cocina, degustaciones, exposiciones, presentaciones y charlas, no faltaba el flamenco y, desde luego, una cohorte de políticos que acudían con su séquito de pajes, aduladores y huestes agradecidas y en nómina, que pronunciaban sus gastadas palabras de apoyo a la iniciativa, al desarrollo endógeno, a los sacrificados autónomos y cooperativistas, concitaban el aplauso y, llenos de voluntarismo sensible y buen rollito, comían y bebían, y marchaban luego en sus oscuros cochazos oficiales en busca de otra feria, chacinas siempre y comistrajos variados de setas, conejos, hierbas y sopas singulares, con palabras y parabienes similares, volvían a comer y beber, y así hasta finalizar el puente de la Constitución, o de la Inmaculada, según otrosy tradiciones y creencias.
La inmisericorde crisis hizo mella en estas actividades, y especialmente en muchos de los autónomos y empresas cooperativas, que vieron como se derrumbaban con estrépito todas las expectativas, todas las ilusiones, todo el futuro. La sombra del desempleo y la ruina se cernía sobre las sierras y los valles, los dineros escaseaban, las inversiones y sinecuras, largamente celebradas durante los años del despilfarro y la imprevisión, se cortaban de golpe, dejando a la población mirando absorta y desesperada hacia un horizonte donde sólo se apreciaban negros nubarrones. Larga, horrible e injusta crisis, que se cebó, como siempre, en las capas más débiles, y especialmente aquí en aquellos que habían puesto todo su empeño en crear desde la nada, en saltar por encima de la tiranía que impone la montaña, con su difícil vida, con su tierra ingrata y áspera a pesar de su belleza, para conseguir una estructura productiva que, desde dentro, pudiera dar cabida a las potencialidades que esa montaña ofrece. Vaciáronse así mesones y bares, cerraron las casas rurales, ahora con telarañas entre los cortinajes de rafia y las vigas a la vista, languidecían mustios los hoteles, se interrumpían los pedidos, las obras, las restauraciones…Sólo los ayuntamientos, haciendo encajes de bolillos sin hilo ni tela ni rueca ni agujas, ofrecían de vez en vez un trabajo si quiera para poder subsistir ante el vendaval que asolaba las tierras de España y aun las de media Europa.
Con ese panorama, se celebra, a pesar de tanta escasez, desánimo, miedo e incertidumbre, la Feria de los artesanos de Benalauría. Han cambiado los contenidos: una carpa con unos cuantos puestos de héroes anónimos, de gentes que se niegan a abandonar la nave a pesar del oleaje, que se empeñan en proseguir, contra levantes, nortes o ponientes, el rumbo que se fijaron, enhiestos en el timón de su nave, fijos los cordajes, remendadas mil veces las velas, porque navegan, aún navegan, no se sabe hacia donde, pero llevados siempre hacia adelante, sin mirar atrás, frente a frente a un océano que los puede llevar o al abismo o al paraíso, como ha tiempo ocurrieraa Colón y a sus intrépidos marinos.
Ya no hay canciones, ni pandas, ni tanta demostración, degustación, charla o concierto. No hay comidas y, por tanto, apenas políticos con su cohorte, séquito y fanfarria, que se refugian hoy en otros acontecimientos menos golpeados y sufridos, donde, en palabras de algún visitante, se sigue comiendo a dos carrillos, abundancia eso sí, pero sin apenas un ápice de concesión al buen gusto, a la cultura, y a la digna pobreza que imponen los tiempos. Porque ahorael Ayuntamiento, con su alcalde y su corporación, está solo, infinitamente solo, con la caja vacía y el futuro incierto y oscuro. Y, sin embargo, la Feria prosigue. Con menos medios tal vez, pero con más imaginación, cálculo, empeño y tesón que nunca. Baste un ejemplo: un acto cultural y gastronómico que duró dos horas casi, con lleno absoluto y participación abundante, por menos de cincuenta euros, con una parca y humilde degustación de morcilla de chivo al final para los asistentes, gracias a la hospitalidad de un bar y de sus dueños. Es la austeridad, la templanza, el ingenio, la sobriedad hechas festejo, para ejemplo de tiempos futuros en que, si Dios quiere y querrá seguro, habremos salido de este abismo.
Pude ver a las gentes acudir, no sé si en mayor medida que otros años, comprar y visitar el pueblo, llenado el bar de la carpa, y también los establecimientos del pueblo. Pude ver a los artesanos dar lo mejor de sí mismos, aguantando estoicamente en sus puestos por vender un chorizo hecho con el amoroso mimo de unas manos, un pan nobilísimo conformado a partir del calor de las podas delmonte, una mermelada quintaesencia de la dulzura del huerto, castañas bañadas en el oro glaseado o en añoso brandy, aceitunas partidas impregnadas de todos los aromas posibles de las hierbas silvestres, quesos de cabra de sabor picante en su baño de aceite, o frescos como el alba, o cremososcomo un fruto,huevos de la hermana gallina, de vientre limpio y generoso, aceites criados en islas de mínima tierra rodeadas de bosques, y recios tintos rondeños que saben a bandoleros, madroños y encinas. Pude ver agentes que curten pieles, que tallan a navaja, vendedores de pequeñas ilusiones que se gestaron con hábiles dedos, cesteros que vienen de la noche del hombre, finos alarifes que hacen casas como las que vieron sus abuelos, carpinteros que esculpen como imagineros puertas, ventanas, barandas y muebles…Y pude contemplar, por fin, a un hombre rústico y sencillo, mostrando con sabias y viejas palabras del campo el funcionamiento de unos molinos en miniatura, maquetas de un tiempo pasado que nunca debió morir: almirecilla, solera, alfargue, cargo, solera, saetín, cruz, viga de la puente, maquila, atroje, tolva, fanega, alpechín, cubo, azuda,soscaz…¿quién pronunciaría palabras más bellas?,en un empeño de restaurar desde la dignidad aquel mundo campesino que complementaba las arboledas del Genal con los campos y dehesas del Guadiaro, siempre con los dos ríos, omnipresentes y guardianes de hombres, criaturas, árboles y rocas.
Aquella fría noche del siete de diciembre, la luz sagrada de fuego amoroso de los hogares del pueblo se hizo patente al exterior en cientos de farolillos que, con vocación de ángeles en fulgores, atravesaban la opaca oscuridad de las tinieblas, subiendo y subiendo sin cesar, hasta agotar su combustible de amor en un mensaje certero y rotundo, en un apacible grito luminoso y etéreo, que se vio y oyó desde todas las colinas y serrijones, desde todas las vaguadas, laderas y collados: estamos vivos, aún existimos, aquí, al sur del confín de Europa, y nos decidimos a seguir en nuestro esfuerzo titánico de cada día, presta y al frente la mirada, henchidas las viejas velas, fijas las cuerdas, recto el timón, y dentro de un tiempo, cuando cesen los vientos contrarios, miraremos a nuestro alrededor y diremos, no ha sido nada, sólo una tormenta, y ahora el mar apacible nos llevará por caminos y singladuras que habrán de navegar nuestros hijos, esos que tendrán la misión de seguir habitando dignamente esta bravía y hermosa sierra, espolón de Occidente entre mares, madre de vientos y brumas, que nos acoge y acogerá siempre, a pesar de tanta pobreza, a pesar de tanta dificultad, a pesar de tanto abandono.



De vuestro cronista
Benalauría, 9 de diciembre de 2013.

martes, 3 de diciembre de 2013

EL FIN DE LA INOCENCIA (HISTORIA DE DOS NAVIDADES)

EL FIN DE LA INOCENCIA

(HISTORIA DE DOS NAVIDADES)

Recuerdo que al final de aquel otoño de 1957 las intensas lluvias habían causado estragos en la carretera de Algeciras. Se hablaba en Ronda que tal vez la Empresa Comes no pudiera pasar en unos pocos días, aunque finalmente escampó, y el mismo 24 de diciembre, casi de noche ya, nos bajábamos en la venta, donde mi tío Ramón Almagro nos esperaba con el mulo dispuesto para transportar los bultos.
Era aquella una tarde rasa y fría como un estanque de la estepa. En la plaza del pueblo, bajo unas acacias que tiritaban su desnudez, un grupo de mozalbetes embutidos en sus largas pellizas, demasiado grandes y raídas, y unos pocos zagales jugando a la reja:

Uno, dos y tres;
al que pille, pillé.

Vestían chalecos de lana gastada, rota por los codos, camisas que alguna vez fueron blancas y alpargates de esparto. Tenían los ojos grandes y profundos, mejillas de carmín, y al más pequeño le pendían dos velas de mocos de la helada nariz. Una mujer de edad indeterminada y rigurosamente enlutada llenaba su cántaro en la fuente, mientras unas recuas bebían del pilar grande, bajo la distraída mirada de su amo.
Olía el aire a leña y a humedad del bosque, el olor del invierno, cuando se encendieron las luces del alumbrado de las calles. Eran aquellas unas pocas bombillas de bajo voltaje, una en cada esquina,cuyo resplandor se reflejaba gracias a unos desportillados platillos de porcelana. Se encendían igualmente las de las casas, tras el cotidiano anuncio de ya ha llegado la luz, como un renovado milagro vespertino en aquellos tiempos de penuria. Quedaba entonces el pueblo sumido en una semipenumbra que, con la niebla y el humo, producía sentimientos encontrados de inquietud y recogimiento.
En las casas se cenaba aquella noche con lo que se podía. Nada de pavo, salvo excepciones, tal vez carne de cerdo o cabrito, y, en general, la olla, como casi siempre. Lo único que distinguía aquella noche de las del resto del invierno era una bandeja con unos cuantos polvorones, alfajores, dulces caseros y tal vez turrón. Una copa de aguardiente o anís venía a remojar aquella digna pobreza. Eso era todo.
Tras la cena, la gente acudía a la Misa del Gallo. Recuerdo el suelo húmedo de las calles, las piedras resbaladizas y los charcos putrefactos. Veo las ventanas entornadas, y tras ellas algo me decía que allí había algunos niños, con los que yo jugaría los días siguientes, que habrían de comer peor que yo, pasarían más frío, y seguramente tendrían después peores, incluso nulos, Reyes: jamás pude entender el porqué de aquellas diferencias.
La iglesia, fría e inhóspita, se llenaba lentamente: las mujeres se situaban delante, atrás los hombres, los niños y niñas, a izquierda y derecha, en las primeras filas. Salió don Isidro con su casulla verde y dorada, escoltado por unos monaguillos con hábito rojo y blancos capillos, Introito ad altare Dei. Ad Deumquilaetificatiuventutemmeam (Me acerco al altar de Dios. Al Diosque alegra mi juventud) Entonces comenzaban los cantos de las muchachas, entonados por la citarina de don Francisco, el maestro:

Pastorcillos id trepando las veredas de Belén,
id trepando, id trepando, que ha nacido nuestro Bien…

Aunque yo sólo tenía ojos para el gran portal que estaba frente a mí, con sus montañas de corcho, su río de verdad y sus cepellones de musgo, los campitos arados, las casas iluminadas y el Misterio, enorme en su gran cueva, como indicando que constituía el principio de todo, además de los pastores, y aquellos Reyes majestuosos que parecían sacados del famoso cuadro de BenozzoGozzoli. ¡Qué tendría aquel rústico y bellísimo portal para llenar nuestra imaginación y dar contenido al misterio del nacimiento de Cristo! Hoy, desde la distancia que me impone el inmisericorde tiempo, me doy cuenta que aquella significación no era otra cosa que el deseo y plasmación de traer un trocito de campo a la iglesia: las altas montañas con nieve, las laderas arboladas y los campos recién arados, el río, las veredas…todo era como una maqueta del paisaje que circunscribía a nuestro pueblo.
Cantaban también en la adoración del Niño, con el almirez, los panderos y hasta con una zambomba, otros villancicos que hablaban de burras que iban a Belén cargadas de chocolate, viejas con aguinaldos, de peces que cantaban en el río, pampanitos y hojas de limón, y de ropas tendidas al romero. Luego salía la gente de la iglesia, y como no había donde ir, se organizaban reuniones, por afinidad o parentesco, donde se hablaba, se cantaba y se hacían buñuelos. Yo me acostaba pronto, y bajo aquellas sábanas endiabladamente frías y el peso acogedor de las mantas de lana de Grazalema de mi bisabuela Rita, escuchaba, en duermevela, la sorda y bienhechora lluvia (¡por qué recordaremos siempre su apacible sonido!), el quejido del viento helador y los cantos de los zagales que daban serenatas:

A tu puerta hemos llegado
cuatrocientos en cuadrilla,
si quieres que te cantemos
saca cuatrocientas sillas.

Transcurrieron diez años. Muchas cosas habían cambiado en el pueblo, pero casi todo seguía igual. Las luces eran más potentes, y no se iban con la tormenta, tras las ventanas se intuían cenas más abundantes, con más dulces y bebidas, y si uno se ponía a escuchar, se podían oír los ecos de alguna televisión, muy pocas aún en aquellos días. Aquella tarde, desde el altavoz de la iglesia, nos habían inundado los sones de un nuevo villancico que cantaba un joven de voz potente y poses algo amaneradas:

El camino que lleva a Belén
baja hasta el llano que la nieve cubrió,
los pastorcillos quieren ver a su Rey:
le traen regalos en su viejo zurrón,
ronponponpon, ronponponpon…

En la cena de la casa de don Diego y la Maestrase discutió aquella noche si era pertinente que los jóvenes organizaran un baile en la antigua escuela de niñas, nada menos que con el tocadiscos de la iglesia. ¡Vaya un atrevimiento! Y doña Carmen que aquello era pecado, y don Diego, que era sordo como una tapia, ¿qué dice que no viene ahora pescado? El Maestro que no ponía reparos porque prefería, como solía repetir, una España faldicorta, y otra vez don Diego, pues a mí me gusta más el turrón que la torta, y Anita la de abajo que hay que dejar a la juventud que se divierta, que no hacen mal a nadie, y Dominga, con su habitual sabiduría, e Isabelina, deje, usted, Maestra, que se reúnan, que en algún sitio tienen que estar, que así están los padres más tranquilos, que los tiempos han cambiado, etc…Lo cierto es que, como siempre, a mí me tocaba actuar de intermediario, esta vez con el cura, y, ¡oh, prodigio!, éste accedió: el concilio Vaticano II había llegado por fin a Benalauría.
Organizóse rápidamente el salón. Los muchachos trajeron un pino que se decoró con espumillón, bolas y luces intermitentes. Las muchachas limpiaron a fondo, encalaron los bajos y dejaron como un sol aquella venerable aula que aún olía a tiza y a monotonía de tablas y dictados. Por fin, en la tarde del día 25 comenzó el baile. Iban algunos jóvenes ataviados con traje y corbata, otros conjerseys y camisas de rayón. Todos llevaban zapatos. Las chicas vestían trajes de chaqueta de lana, o vestido y rebeca, y en sus caras se notaban las huellas el carmín y del rimmel, y todas olían a colonia más o menos barata. ¡Dios Santo, qué cambio! España, dejando atrás su miseria de siglos, pasaba del esparto al tergal, del borrico al seiscientos.
Y el baile, ¡ah, el baile! Habían abierto con Cartagenera, presidiendo Guillermo la mesa donde estaba el tocadiscos y se agolpaban los singles. Murmuraba aquel son latino que traía efluvios de playas de luna y frutas exóticas, bailaban las parejas consolidadas y también parejas de chicas, que sólo se separaban cuando dos muchachos iniciaban el cortejo con el consabido ¿queréis partir? Y nos deslizábamos por aquel tobogán de ilusiones recién estrenadas, con los himnos de aquella juventud que bebía sorbitos del champán del primer amor, antes de lamentarse cuando tú me dijiste adiós, porque mejor era cuando tú me querías, y ahora, que estás sola, y no sé por qué, yo ya estoy borracho otra vez…Ah, Francisquín, Los Brincos, nuestros amados Brincos…
Y algunos se estremecían con las Melodías encadenadas y el inquietante Strangers in thenightde “la voz”, qué voz la de Sinatra, a la que acompañaban los chapoteos de las botas para caminar por el fango, la sangre y el napalm de aquella lejana guerra, de aquella maldita guerra del Vietnam. Llegaban con retraso, pero llegaban, los ritmos frenéticos que surgieron de la pradera profunda y la selva africana, Elvis, Jerry Lee Lewis, Roy Orbison y su Prettywoman, que era, sin duda, nuestra preciosa muchacha de aquel momento. Y oíamos con recogimiento como aquellas voces de ébano de Missouri o Georgia, se sentaban en un viejo muelle de la bahía, para ver pasar una cadena de locos. Todo era un zodíaco de sones, de ritmos, pero todo se detenía cuando comenzaban aquellas canciones que parecían estar pegadas a nuestra piel, Itwon’t be long, Yesterday de aquellos cuatro rebeldes de Liverpool, de aquellos hombres de ninguna parte (Nowhereman) que cantaban a su chica en un bosque noruego (Norwegian Wood), y que juraban amores de ocho días a la semana (Eigthdays a week), en días agotadores (Day tripper), cuando bailábamos todos en aquella noche, qué noche de aquel día (A hardday’snight). Se colaba entonces algún Suspiro de España, pero Guillermo volvía de nuevo aCartagenera, y entonces alguno pedía, ¡poned a la extranjera! ¡poned a la extranjera!, que no era otra que aquella Mamá Cash de voz robusta y clara, que nos sumergía, California Dreamin, yMonday, Monday, bajo los días invernales de hojas caídasen los campus lejanos de San Diego y Berkeley.
Al día siguiente, cuando nos disponíamos a preparar de nuevo la escuela para el baile, alguien notó que el tocadiscos no funcionaba. Nadie pudo arreglarlo, ni siquiera Manolo el de Plazoleta lo consiguió. ¡Qué enorme tragedia! ¿Qué íbamos a hacer? Entonces sobrevino uno de esos milagros que sólo pueden ocurrir en Navidad: Paco Ruíz llegaba a visitar a su hermano Guillermo y, ¿qué traía?, pues un flamante tocadiscos que acababa de adquirir en Ronda. Aquel buen hombre, sabedor de nuestra tragedia y desconsuelo, prestó el tocadiscos a su hermano y gracias a este gesto, del que él mismo disfrutó aquella noche, pudo reanudarse la fiesta. Y volvimos a aquellos viejos himnos, y a deslizarnos por aquel extraño tobogán de emociones compartidas, también por Año Nuevo, y el sábado, y el domingo, y así hasta el mismo día de Reyes.

Aquel siete de enero de 1968, el seiscientos de mi padre enfilaba las temibles cuestas de la carretera de Ronda a San Pedro, oliendo a pringue de matanza y a mandarinas recién cogidas, pero yo estaba absorto, sentado entre mis dos hermanas, con una nostalgia evocadora que me hacía llorar lágrimas ocultas, las mismas por donde resbalaban los rostros y las risas de los amigos que habían quedado atrás, y el recuerdo agridulce de la hermosa e inocente muchacha con la que yo había compartido aquellos días tan felices.
Cuando el coche enfiló por fin la última curva, antes de llegar al Puerto del Madroño, yo veía desde la ventana empañada como mi pueblo, tendido en la montaña como un puñado de jazmines, sacaba su pañuelo blanco en una despedida lejana y silenciosa.

No sé lo que te pasa,
pero estás triste y no sé qué hacer…

No; yo ni sabía ni podía hacer nada para detener el tiempo. En aquella hora, ni siquiera la luz prodigiosa del ya cercano Mediterráneo era capaz de consolar aquel extraño desgarro que me embargaba. Tal vez porque en el fondo yo desconocía entonces, al igual que mis amigos, Antonio el Civil, mi hermano Paco, Domingo el Pirujo, Tomás, Blas el de Luis, Domingo el del Patio, y tantos otros, que después de aquellas noches, después de aquellas noches las de aquellos días, habían quedado atrás, para no volver jamás, los felices e inocentes años de nuestra niñez.


De vuestro cronista. Diciembre de 2013

Feliz Navidad para todos.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

CRÓNICA DE LA FERIA DE AGOSTO 2013

CHRÓNICA DE LA FIESTA DE AGOSTO (Este cronista cede gustoso y hospitalario al pícaro don Pablos, que nos visitó este año, la descripción de los festejos acaecidos en la villa, por ello hallarán ustedes palabras y expresiones salidas desde cuatro siglos atrás)
Acontece por la montaña media del Genal que en los primeros días del mes de agosto las gentes de Benalauría se echan a la calle para celebrar a su patrono Santo Domingo de Guzmán. En los festejos del presente año de dos mil y trece, primera jornada, destacaron sobremanera las actividades de los niños en el lugar de “Era Cabezas”, donde se ha dispuesto una especie de patio para juegos de pelota, y al lado una como gran charca para baños y abluciones, donde es moda agora ponerse a tostarse al sol, untándose el cuerpo de afeytes las mujeres por no quemarse. Por la noche, los cantos y zambras de extraña factura y condición que unos moços efectuaron en la Plaza del pueblo, dizque con guitarras e vihuelas y laúdes de rara forma, con sonido commo de las canales cuando la lluvia cae, y con unos atambores y cajas que facían un estrépito mayor que los que la morisma tiene a bien hacer sonar cuando se ponen en camino de guerra y combate. El caso es que los moços y las moças disfrutan de esta suerte de músicas, que un antepasado mío acertó a llamar “chichiritúmbica”, intentando con el nombre expresar el ruido que desta se describe. La noche fue, a mi parescer, un éxito de asistencia,con todo tipo de baile e contorsiones que los dichos zagales facencon sus cuerpos, que más parecen equilibristas de circo que creaturas de buen estar. Son los sonidos rotundos e ásperos, aunque extrañamente armónicos, que dicen algunos que los han visto en el África,y que son parescidos a los que los hombres de color efectúan en aquellas selvas e desiertos cuando van a caçar a las fieras. En el segundo día se dijo la Santa Misa a Santo Domingo, y luego se procesionó la imagen por unos frailes dominicos que, con grande recogimiento y no menos fuerza, portaron a su titular hasta la Plaza, donde el Regidor de la villa, a la sazón don Eugenio Márquez, dio por bienvenidas las fiestas, y dixo que a todos conviene la alegría aunque los tiempos no sean buenos por falta de trabaxo, y explicó que el Ayuntamiento y cabildo facen grandes esfuerços por acudir en ayuda de todos, e que las fiestas, si bien cuestan muchos maravedíes, son una oportunidad para que las gentes de toda condiçion y clase salgan de las sus casas y gasten, e que ansí se favorece el comercio y se crea optimismo con vistas a un futuro mejor. Y luego presentó a un juglar joven y enteco, llamado Francisco José Castillo y Gil, que se licencia agora en quinto año de Historia y Letras en la Universidad de Málaga. El muchacho, bien adereçadode traje, jubón y lazo, tuvo a bien fablar de la fiesta y las emociones que ésta conlleva, que son las que él mismo ha vivido a lo largo de su corta vida, y luego fizo un canto a las bellezas del paisaje serrano de esta tierra, sin faltar esa milagrosa sombra verde que domina el fondo de los valles, por donde el Genal y sus tributarios llevan sus aguas interminables hasta la mar. Començó más tarde la fiesta, con una música más serena que la de la noche pasada, sonidos que recordaban el metal y las cuerdas, de sones alegres y sugerentes en una pieça que llaman “pasodoble”, y que las parejas bailaban con garbo y donosura, y cantaban en la orchesta unas zagalas de magnífico porte y voces limpias como la cercana fuente, y tras la elección de reinas, damas y reyes de la fiesta, hubo divertimento hasta el alba.
El tercer día tuvieron lugar acontecimientos a todas las horas, con las gentes en las barras de las tabernas y figones, los de don Cristóbal y don Juan Manuel, y aún el mesón de don Mariano, bebiendo buenos vinos y unos comistrajos breves, a los que llaman “tapas”, que son commo pequeñas porçiones de guisos y comidas que se dan con el vino, e así éste no se sube tanto a la cabeça, y al cabo del tiempo el comensal está ya ahíto y colmado. Y en la Plaza, el puesto de churros y papas de Joaquín, o el magnífico servicio de un mesonero de nombre Reyna. Dábanse allíguisos y bebidas y refrescos, y cerveza de cebada expelida de unos grifos de los que manaban grandes espumas, e que nunca parescían acabarse, que era cosa de grande misterio para el que escribe esta chrónica. En esas, unos músicos bastante ruidosos, con artilugios parescidos al clavicordio, efetuaban sus cantos paras las gentes que, con regocijo extremo y llevados por los efluvios de Baco, facían sus zambras hasta bien entrada tarde. Entre tanto, en el lugar del Bailadero se corrían caballos, cuyos caballeros debían ensartar unos como pinchos en argollas de las que pendían unas cintas de colores: aquel jinete que más cintas truxera serían el afamado campeón de aquel insólito e incruento torneo. La noche de este día es siempre la más larga, y cuando el alba, los zagales y zagalas se ponen sus atavíos de moros y moras, e de christianos, e bailan ya con el sol en la calle una pieça que llaman “Paquito el Chocolatero”, que es música de la tierra de Valencia, alegre y chisposa, que al parescer tocan en aquel Reyno cuando celebran fiestas similares a la que nos ocupa. No es extraño ver en esa algarada a los proprios actores que ese día deben facer sus papeles dramáticos, y el director se empeña siempre en echarlos a dormir porque descansen un poco, sobre todo a los más recalcitrantes, como un tal Tomi, que huye de la cama como el gato del agua, y otros y otras de igual condición, que gustan de juntar el día y la noche sin sueño de por medio, cosas de la edad, dada en non cesar en el jolgorio. Y llega por fin momento de los Moros y Christianos, el más esperado, centro y colofón de estos festejos. Ese día, cuando el sol sale poderoso por las sierras a Levante, el aire parece detenerse en este rincón de la Tierra de Ronda, y como suspendido entre las agrestes laderas donde los castañares y chaparrales se asientan, envuelve cálido y acogedor al entramado blanco de casas que se derraman desde el cerro del Olivo hacia la vaguada de Las Veguetas. El pueblo, silencioso por un momento tras la noche larga de farra y grímpolas, se despereza lentamente (quien se hubiere acostado, que son los menos), cuando la Banda de Algatocín desfila con sus fanfarrias y trompetas y atambores por las empinadas calles. Tocan aires festivos o solemnes, y a veces se interrumpen por tomar una copita de aguardiente que algunos vecinos les sacan, o servidas por losmayordomos de música, Paco del Castillo y Pepe Loras, antes de llegar al lugar de Plazoleta, donde vivía el inolvidable Francisco Guerrero y de las Viñas; entonces se aprestan, sacan partitura y tocan, a petición del vecino al que llaman Antoñito el de Rafaelín, el pasodoble “Nerva”, que sonó aquella mañana con tal pureza, precisión y armonía, que los viejos ladrillos de aquel recinto, y quién sabe si alguna ánima, parescieron conmoverse y llamar a los presentes a un sentido y respetuoso silencio. La mañana de los moros es un caos de organizadas y sincrónicas actitudes, pues el gentío es de tal magnitud, que se hace muy difícil organizar las idas y venidas, los saltos y carreras, los combates y parlamentos, en fin, la grande algarabía de proprios y extraños, y sin embargo, la acción se desarrolla casi improvisada, tal vez porque cada cual saca lo mejor de sí mismo para que todo funcione. Ansí, las limpiadoras, que ponen a punto los espacios de la interpretación, o Pepe y Francisco, responsables una especie de machina con unos auriculares o pinchos de oreja que amplifican los sonidos de tal manera, que non hay rincón en el pueblo donde no se oiga la conversación y las músicas;apréstase, siempre eficaz, el apuntador, Antonio el de las Viñas. Tal es luego la limpia voz de Reme, la chronista, o el garbo de Gaspar, el embajador IbnQusman, acompañado de sus escuderos Antonio Andrés y su jovencísimo hijo, el entusiasta ordenanza Pedro Javier, o las asustadas mujeres, doña Inés y doña Beatriz, la genial arenga de Jaime, el muecín Al Qurtisí, y en fin, de los soldados de la milicia, comandados por Salva, Benjamín, Enrique, Dani, José María, Curro, Manolín y Saúl, entre otros más jóvenes,agora con sus blancas camisas y coloridos chalecos, y las mujeres christianas, que se adornan de bellos trajes recién confeccionados, o la morisma, con esas hermosas mujeres veladas y adereçadas por el “atrezzo” Jesús,que intuyen ojos profundos y nacaradas mejillas, o los moros aguerridos, los llamados en christiano Rafa, Jesús, Aurelio, padre e hijo,Crisanto, Chiquitín, Nene, y tantos otros que son legión y non se pueden enumerar aquí. Tras la primera parte, vuelve el festín a los mesones y la Plaza, agora con los sones de unos músicos de Rute, que non descansan un minuto de sus cantos y pieças hasta que la tarde cae, y con ella también los ánimos y las fuerças de artistas, mesoneros y feriantes.
Por la tarde, con las últimas luces, los organizadores dan los últimos toques a tracas y petardos, a velones y antorchas, a banderolas y doseles. Comienza la acción con la gente en espera, pues el alcaide de la villa, don Sergio Márquez, ha ideado una estratagema para recuperar la iglesia y su imagen. Tendríais que ver la oración del Capitán, don Tomás Rodríguez, la angustia de la madre de los niños, doña Pilar, el gracejo del pastor Pepe “Pisha”, y la batalla del Ayuntamiento, envuelta entre el humo y el tronar de la pólvora. Llega don Miguel, el oidor, con paje la milicia a caballo, Oliver yJavi, soberbios y airosos, y por fin, el inimitable Cristóbal, IbnXamais, con su elegía emocionada, con su despedida sublime, con su serena y a la vez apasionada descripción del paisaje que sus padres le legaron, y que ahora debe abandonar con muchos de los suyos, por no traicionar su tradición y su pasado.
Las buenas gentes que asistían al espectáculo guardaron un piadoso silencio al terminar el Q’aid, y al poco prorrumpieron en aplausos, generosos y sostenidos. Fuesen con la emoción contenida tras el Santo hasta la Iglesia, cuando las luces rosadas de lanoche posaban sus dedos delicados sobre las sierras lejanas. Quedóseen paz el pueblo y dispuesto a apurar los últimos tragos de su fiesta, tranquila La Plaza, rotos los cuerpos, apaciguado el afán, vacíos los bolsillos. Al fin, en los estertores de la noche, surgieron los truenos de la gran tormenta de la traca final, ese microcosmos de estallidos, chispas y humaredas, que parecen querer llevarse todos los felices momentos vividos, todos esos instantes de sensaciones y emociones, en una combinación de efímeras luces y rugidos, tras de los que no quedan ya sino los despojos requemados colgando de los alambres, el cansancio del gentío y la nostalgia de una feria ya acabada, último instante vivido, y primero de un tiempo por venir, a la espera de la gran fiesta de 2014. Don Pablos En Benalauría, a seis de agosto, del año de Nº Sñr de dos mil e trece años Con licencia del Rey y su Gobierno, e no conteniendo cosa alguna contra la fe y buenas costumbres, imprímase Rúbrica: Fray Diego de la Buytrera, O.D.

CRÓNICA DE LOS MOROS Y CRISTIANOS EN RONDA, JUNIO 2013

(En agradecimiento a la acogida y hospitalidad de esa ciudad) Ronda se había preparado para recibir una turbamulta de gentes de la sierra, ataviadas con vestimentas del siglo XIX. Veíanse por doquier los trajes de majo, con calzón, medias y zapatos de hebilla o polainas de cuero, camisa y chaleco o marsellés de solapas y manga abierta, faja de color en la cintura. Cabello recogido en cofia o pañuelo, patillas copiosas, montera o tres picos, y catite, eran el tocado más visto. Otros vestían con la adusta levita y el sombrero de la incipiente burguesía o de las clases altas. Las bellas mujeres iban de polisón, con guardapié de color vivo, media, zapato de hebilla, jubón para el torso con aletas, mangas estrechas, con pegaduras bordadas y abotonadas en plata. Algunas llevan delantal de adorno, y como complemento, basquiñas y mantilla. Los tocados con madroñera, o pañuelo y catite: ¡No hay un traje más bello ni de mayor elegancia en los reinos de España que éste de las mujeres de Ronda! A caballo alguno, con trabuco o pistolón y navaja cabritera en la faja, que no estaban los caminos para ir desprovisto, ni los tiempos eran de paz. Abundaban los uniformes gabachos, con el color azul, blanco y rojo del Imperio, los fusiles con bayoneta, cañones y morteros de bronce. Orgullosos, displicentes, como amos del mundo, mirando de reojo no fuera que un patriota deviniera en guerrillero o bandido, que lo mismo da, y destripara en un pispas al descuidado soldadito en alguna esquina que éste frecuentase en busca de alguna joven rondeña de ojos garzos y corazón caliente. La mañana estallaba en azules. Un cielo furioso expelía resplandores sin cesar, casi violentamente, como si la luz hubiera estado guardada por este largo invierno, a presión en los depósitos celestes, y ahora, con junio abierto de par en par, saliera impetuosa, como el agua de una presa o azuda desventrada, por el río de la mañana que el sol hacía hervir en brillos, golpeando la cal de las casas, y destilando miríadas de verdes sobre las hojas de las arboledas. Cabalgaban las sierras de Ronda hacia sus incógnitos destinos, Libar, Guadiaro abajo, El Pinar en Grazalema, o hacia Jarastepar, en los límites del Genal y Sierra Bermeja, también hasta las altas Nieves, Blanquilla, Hidalga y Los Merinos, o al oeste en los peñones de Mures, y las tablas de Salinas y Las Aguas, antecedentes de la mítica Acinipo. El Tajo, hendido de someras aguas verdes, con la roca incandescente y altiva, el corazón de la ciudad, latiendo belleza, nobleza e historia. El Guadalevín privilegiando el valle, ajedrezado de pegujales de trigos y olivos, entre casitas blancas y los entramados de las modernas plantaciones de uvas tintas. Hervía Ronda en gentes de toda clase, origen y condición. Atraídos por el hálito romántico de esta magnífica fiesta, acudían desde todos los rincones de las serranías de las tres provincias que la ciudad concita desde Gibraltar hasta las campiñas béticas y las llanadas del norte, desde la cercana Costa, y las ciudades andaluzas más próximas, sin olvidar las cohortes de extranjeros que, comandados por guías y cámara en ristre, abrían sus asombrados ojos ante tal despliegue del pasado, y constataban felices que cuánto habían leído sobre la ciudad y su sierra se hacía realidad ante sus ojos: majos, rondeñas, bandoleros, franchutes, contrabandistas, arrieros, caballos, enganches, toreros…Ni Ford, Roberts, Merimèe o Hemingway lo hubieran narrado mejor.
La escalinata de la iglesia conventual de La Merced fue el escenario escogido para interpretar aquella gran representación de la historia. Pasaron por allí batallas, proclamas, emboscadas, atrocidades y tragedias tan propias de aquella guerra cruel contra Napoleón. Se oyeron los estallidos de los cañones y las cargas de fusilería, el entrechocar de bayonetas y sables, los gritos airados de la soldadesca, los lamentos de los heridos, en una contienda sin cuartel. Se rememoraron los infames fusilamientos de Torrijos y sus conjurados por la felonía del rey Fernando VII, se representaron amores imposibles, justas literarias, constituciones fallidas. La piedra escalonada, dos viejas palmeras y la limpia fachada del templo se ennoblecieron con tal despliegue, al tiempo que en la vecina Alameda, tenderetes y tenduchos, chamizos,entoldados, locales tabernarios y bazares, esparcían a modo de estancias mil productos, alimentos y condumios, vinos, aceites, chacinas, quesos, telas y artesanías, humos, colores, sabores y olores; un mercado redivivo y traído a este segundo milenio por artesanos, taberneros y tenderos que parecían haber salido de un grabado de época. La última representación, en un domingo atribulado de sol, fue la que narraba la rebelión y exilio de los mudéjares del Valle del Genal, en 1501. El pueblo de Benalauría llegaba con su harka de moros, ellos con chilaba y turbante, ellas con vestido largo, velo y diademas de cobre, que no eran sino modestos labriegos y pastores, perdidos en el intrincado mundo de las laderas de Wadi Sanar y WadiArus. Trajeron éstos sus banderas multicolores, los cristianos sus pendones, de Santo Domingo de Guzmán y de Castilla y Aragón. Cabalgaron briosos caballos arriados de borlas, sargas y enjalmas de tela de Burgos, con ataharres y jáquimas talabarteados con profusión, monturas de cuero y estribos de bronce. Vestían los moros principales yelmo picudo con cota y turbante, sobrepelliz y zaragüelles, botas altas de cuero y espadas nazaríes. Iba el alcalde cristiano de negro en terciopelo y encaje, llameaba el capitán con su capa roja, ambos tocados con gorra de ala estrecha ladeada, se aprestaban los hombres de la milicia del pueblo con sus pardos calzones, camisas blancas, alpargatas de esparto y chalecos de color, con espadas, horcas y bieldos, circunspectos el oidor, con gorro chaperón de turbante, y el conde de Cifuentes, altivos los caballeros, discretas las mujeres con estameña y velo, rudo el pastor de la sierra, envuelto en lanas y zafiedad, inocentes los hijos del qa’id… Iniciaron sus diálogos, a caballo IbnQusmán, el emisario, con su báculo el santón Al Kurtisí, y así, la heroica resistencia, la lucha airada entre los traquidos y los humos de la pólvora, y después la imposible asimilación, el fin de Al Andalus y el inicio de la nación moderna encarnada en los dos reinos ya unidos por Fernando e Isabel. Sonaba una delicada música de tonalidad oriental, cuando el qa’id Ahmed Ibn Muhammad Al Xamais bajó la escalinata y se dirigió al público narrando con sentimiento y pasión las bellezas de su valle, las arboledas en los nortes y los minúsculos bancales de riego con sus huertos y naranjales, los pastizales y cercados, los molinos y caleras, las alcarias y caminos, los azudes, albercones y acequias, el paraíso en la tierra que sus padres construyeron en tierras pobres, boscosas y ásperas, y su adiós entre lágrimas a la que había sido su tierra, que ya no sería la de sus hijos. Entonces se hizo un respetuoso silencio, y las últimas y doloridas palabras del caudillo mudéjar pusieron un nudo en la garganta entre los espectadores que se agolpaban entre los verdores de la Alameda del Tajo y el adusto paramento del Convento de la Merced. José Antonio Castillo Rodríguez. Cronista oficial de Benalauría.

CRÓNICA DEL FESTIVAL CINEMASCAMPO EN MÁLAGA, ABRIL 2013

EL DÍA EN QUE LA SERRANÍA SE HIZO CINE EN CALLE ALCAZABILLA
Málaga entera hervía en luminarias primaverales que parecían emanar de un mar que encerraba en sí todo el azul del universo. Transida la ciudad en brillos y espejos, las ramas de sus arboledas decantaban verdes intensos en filtros de destello incesante, una luz oblicua de tonos poderosos que irrumpía en las alamedas con trazos puros, fulgores lineales y esplendentes,en un plasma que se dibujaba en ellos con miríadas de moléculas suspendidas sobre la fresca brisa marina. El gentío, diverso y multicolor, se expandía por calles y paseos, por los parques y palmerales, por las plazas diáfanas y abiertas de par en par a un cielo lejano y profundo, celeste e inmarcesible, por las orillas del mar de arenas suavemente cálidas e invadidas de azahares traídos por los vientos, junto al puerto y sus pérgolas, que son como el blanco espinazo de un pez monstruoso, y en sus recintos semiocultos de verdores y fuentes entre edificios de cristal y barcas de pesca, siempre bajo el sol soberano y la mar atrapada, limpia y serena, apacible y verde, esa Mar Chicadel puerto que cantara el gran Manolo Alcántara, que reflejaba en confusas y temblorosas acuarelas las altas cubiertas de los cruceros y los elevados perfiles de los rascacielos, del monte pinariego de Gibralfaro, de las vetustas piedras de la Alcazaba detrás del palio fecundo de las arboledas del Parque, y en fin, de los lejanos montes azules y grises, casi confundidos con ese cielo totalizador y esa luz que impera y esculpe destellos de cada elemento, casa, cosa o criatura, y del agua y del aire, haciéndose en sí misma Málaga luz, luz siempre, y sólo luz, en una transformación paulatina de la urbe hacia una imagen casi etérea: Oh, ciudad, no en el tierra, acertó a definirla Vicente Aleixandre.
Los restaurantes hervían igualmente de gentes expectantes, a la búsqueda de la fría cerveza o el nobilísimo vino, risa del agua que cosquillea narices y labios, o sangre divina de caldos recios que enronquecen gargantas y donan perfumes de bosques a las carnes de leña, y a los guisados entre humos y aromas del monte. Busca el gentío mejillones de roqueo, salmonetes de escamas de cobre, boquerones fritos en alburas y oros, adobo que huele a campo y sabe a mar, la cálida ola del caldillo de pintarroja, la gamba, como el zarcillo de una nereida, tal vez un búsano, extraño ser de exoesqueleto surrealista, o la concha fina, esa mariposa de mar con alma de coral y cuerpo de espuma, y la coquina, lágrima furtiva de una sirena que ha perdido en la noche su amor junto a la playa. La calle Alcazabilla se enmarca hoy entre un teatro nacido de Roma y un Alcázar que escuchó las suras del Libro. La breve colina se disfraza por la tarde de una piel entre siena y pétrea en la que los siglos han dictado su impronta de nobleza. A los destellos casi dolorosos del día, sucede este tenue resplandor de oro viejo y gastado, como si fuese una muda necesaria para acogerse a la noche inevitable. Hay demasiada hermosura en el gran recinto en que se ha convertido la antigua calle, donde uno puede pasear en menos de una hectárea por casi toda la belleza que crearon los hombres: Fenicios y griegos escondidos bajo cristales, Roma de Plauto y de Terencio, los adarves, arcos y celosías del Islam, la exquisita portada gótica del Sagrario, la Catedral medio italiana, pura y estricta, como el mejor Renacimiento, o adornada en curvaturas, excesos y perfiles quebrados, como el mejor de los barrocos, el gran palacio dieciochesco de la Aduana, que habrá de acoger las pinturas del diecinueve y los restos arqueológicos de todas esas culturas, la Plaza de la Merced, el gran ágora diseñado por la Málaga burguesa de la Revolución Industrial, y por fin ese palacio, recatado y a su vez abierto, que acoge al genio del siglo XX, Pablo Picasso, el creador de palomas de sal, azules inocentes, rosas recatados, objetos partidos en cuatro dimensiones, grises de plomo en cuadrados, cilindros o esferas, y retratos imposibles. Entre tanto esplendor, no podía faltar un viejo cinematógrafo, el Cine Albéniz, respetado milagrosamente y salvado a tiempo de esa infame hoguera de la rentabilidad de la que surgieron los horrendos multicines. Con su fachada impoluta y sus balcones de finas rejerías, hoy acoge películas de contrastada calidad, en estrenos, o es filmoteca de historias inmortales. Un galán terrible, burlón y mujeriego, y un director de comedias, adornan con afiches una de sus cristaleras, y junto a ellos, el anuncio de un juego de palabras que es ya una realidad: “Cinemascampo”, es decir, el arte más urbano de toda la Historia, el cine, se hermana, se acerca o se ocupa de los pueblos, aldeas y campos, donde ese espectáculo, de llegar, lo hacía en forma de salas inhóspitas, cuando las hubiera, o locales y patios donde una sábana reflejaba los rayos de alguna antiquísima Kodak, sobre la que quedaban plasmadas, entre cortes y rayones, con músicas trémulas y voces entrecortadas, las risas, los llantos, el amor, la tragedia, la espada,la maldad, la nobleza, el ocaso y la flor.
Junto a aquel local venerable, la tarde se hizo noche cuando las gentes de la Sierra comenzaron a pasear una alfombra roja jalonada de serones de pleita, rosas y matas de fragante yerbabuena. Una vez dentro, los políticos desplegaron su vacua cháchara, siempre inasequible al desaliento. Al menos esta vez fue corta y discreta, y luego, con la sala felizmente abarrotada, pasaron películas que hablaban de hambrunas de pan entre piedras, grano a grano, espiga a espiga, hasta poder cubrir una necesidad que se podría medir en milenios. Y surgían historias de tomates y huertos, de eneas y materiales y oficios perdidos. El campo venía a la ciudad subsumiendo en aquellas imágenes las temibles dificultades de la inhóspita tierra serrana, esa montaña áspera y difícil de Andrés Bernáldez, la tiranía de las pendientes, la extrema pobreza de los roquedales, el heroísmo de unos hombres por sacar jugo a esa tierra, y la sabia actitud de unas mujeres que criaban sus hijos al par que trabajaban hasta la extenuación, día tras día, sin descanso ni ayuda, hasta quedar ellas mismas, y sus hombres, ajados, envejecidos, encorvados y terrosos, como ese mismo material sobre el que se habían forjado sus vidas y sus sueños.
Hubo luego un discreto ágape para los que quisieron en el local de una Hermandad Penitencial cualquiera, que prestó digna hospitalidad a las gentes de la Serranía. Málaga se encasquetaba ya su enagua de noche, y las calles se iban vaciando de vida bajo las amarillentas luces de las farolas. El tráfico, incesante y vertiginoso, se diluía por las arterias de la gran ciudad, por las angostas callejas o las avenidas de palmeras y soberbios edificios, y luego por entre rondas, radiales, puentes y tréboles, ríos y afluentes de asfalto, unos hacia su casa, en los abigarrados arrabales de la periferia, otros buscando la salida de aquel hervidero para regresar a la paz de su pueblo tranquilo, blanco en jazmines, que ya dormía sosegado entre las densas arboledas de castaños, chaparros y encinas. Don Pablos Málaga, a 13 de abril, de 2013