CHRONICA DEL
SERRANO BURLÓN
Érase una vez un hombre altivo y bien
encarado, criado en la villa de Jubrique ,cuyos lugareños
poseen un habla cantarina que algunas veces recuerda al de Canarias, y cuyo
topónimo curiosamente rima con “alambique”, lo que no es ninguna casualidad, dada
la afición por el aguardiente de la mayoría de sus hijos. Desde aquel seno familiar, vino en darse
cobijo nuestro hombre al pueblo de Casarabonela, blanco y rico en huertos y
vergeles al pie de la Sierra de Caparaín. Allí terminara su crianza, a cargo de
su afamado tío Antonio Carmona, que le enseñó a cuidar cuerpo y heredades, en
lo que adquirió notorio aprovechamiento, a no ser porque un día de fiestas de
guardaréste lo hallara en la puerta de la iglesia, con los zapatos rajados y el
traje manchado aposta, pidiendo limosna para comprar tabaco a los hombres de
bien y caritativas damas que del templo salían. De la sonora bofetada que su
tío le propinara sacó Guillermo, que tal es el nombre de nuestro héroe, la
clara conclusión de que nunca había que hacer bellaquerías en sitios conocidos,
y sí aprovechar la condición de anonimato para perpetrar negocios que le
sirvieran de provecho.
Pasó de la escuela al Instituto de Málaga,
donde enseñaran entre otros el implacable catedrático Rodejas, y el no menos
estricto y un tanto excesivo don Santiago Pogonowsky, de estirpe
polaco-teutona, de quien Guillermo ponderaba su perfecto y afectado castellano,
con aquella frase celebérrima del colofón de un fornicio en casa de mala nota “…basta,
basta, la naturaleza ha obrado”. Y de allí a Magisterio, y de la Escuela Normal
a ejercer de maestro en pueblos varios.
Hízose hombre al fin, y llegara a Benalauría, donde
conoció a su mujer, Ana, hija de Encarna y Mariano, con la que al poco se casó
y vivió hasta los días en que esto se escribe. Le nacieron cuatro hijos, el
mayor Guillermito, una especie de músico que es capaz de tocar cualquier clase
de instrumento que en el mundo hubiera, pertinaz tuno hasta que el cuerpo
aguante, casado con otra Encarna, boticaria de oficio, y padre de dos hijos,
todos ellos avencindados en la vega granadina. Le sigue Encarnita, de nuevo el
recurrente nombre familiar, moza garrida y de grande belleza, que desposara con
José, profesor y madrileño castizo de Atocha, socio importantísimo del “Equipo
de Dios, oyes…”, madre de Óscar y Almudena; luego Ana Belén, amante de gatos y
criaturas, empresaria de cosas verdes del campo, compañera de Jaime, cortesano
del Guadiaro transformado en AbúYaqub al Kurtisí por mor de una Fiesta de
Moros, que él engalana con su voz y su arte inigualable, y por fin, Mariano,
cocinero de alta escuela que regenta “La Molienda”, casado con Gema y padre de
un hijo, Ruicillo puro, según dicen.
Lástima que al padre, tan buen cocinero, hombres perversos lo encaminaran a ese
equipo del nordeste, de nombre impronunciable por respeto a los oyentes, no sé
qué de “Farsa”.
Pero volvamos a nuestro hombre. Si alguien requiere
a persona que nunca tenga otra cosa que buen humor, búsquese bien y hallará a
este ejemplar de la naturaleza, magnífico escanciador y mejor bebedor, en el
buen uso de la palabra, gran degustador de tapas y manjares, tanto, que aun
después de engullir cuantos yantares de mayor o menor acierto le ofreciesen en
mesones, albergues y figones, no eximía a su paladar de un buen caldo de ave
con limón, y una tortilla a la manera francesa que Ana siempre le dispusiera. En
cuanto al vino, pues Fino si es
menester, aunque prefiere de entre ellos el denominado Tío Pepe, que se dice en Ronda que ya es casi el único que lo
solicita, pues al tinto se ha pasado casi todo el personal, y también él, a
condición de que éste sea de buena crianza. Sólo un vino detesta, la fresca y
dúctil Manzanilla, tan ligera según él, que en una ocasión dijo preferir beber
agua antes que tan endeble vino.
Decíamos de su buen humor…pues recuérdense
sus anecdotarios, chascarrillos, cuentos, recitaciones y demás artilugios de
ingenio con los que ha deleitado y deleita a varias generaciones de
parroquianos. ¿Cómo no recordar sus in números cuentos sobre gatos y gatas, a
los que imita genialmente con gesto y facción? A ese respecto, atiéndase a lo
que sigue:
“De lo
que aconteció a una gata de angora
con un
joven gato sin posibles,
al
solicitarle éste sus servicios.”
SONETO
Como reina en su trono del tejado
una gata de angora, incontinente,
de suave pelambrera y sexo ardiente
ronronea en cortejo desbocado.
Acertó un gato joven y atigrado
a subir y le pide, diligente,
que es luna de verano y le es urgente
ser por ella en amores consolado.
Dijo el minino: no tengo trabajo,
escaso es mi peculio, parco, austero,
mas preciso calmar a mi badajo.
Hizo un mohín la gata, lastimero,
su pelambre agitó, y con desparpajo,
“fiau, fiau”, maulló, “fiau, sin dinero”.
Ode mujeres hartas de marido que
se iban a tirar al tren, por desesperación, y terminaban tirándose al
maquinista, los de San Apapurcio en el desierto, feliz recreación sicalíptica
de aquellos eremitas de vida apartada, de los curas consoladores de viudas
necesitadas, de los machos cabríos de los Bienes de Propios, que no montan a
las cabras pues devienen en funcionarios, de los que acuden al padre a pedir no
la mano sino el más preciado tesoro de su hija, del perdido en el desierto que
hallara al genio de la lámpara y este le concediese como tercer deseo, en vez
del instrumento insaciable con nombre de ave femenina de corral que le pidiera,
una gallina que devoraba todo lo que se le ponía por delante…Cómo no recordar
su intuición sobre el actual matrimonio gay, con su fino chiste de “mister John
y mister Carter…”, oal desesperado peticionario que entrara en el bar de tapas
rimando con vino, “de lo mismo me das a mí, y de tapa codorniz…”
Si fuera por las anécdotas…casi todas en
Benalauría, con el gorrino al destete de Pepe Ricardo en referencia al afamado
Mauricio y su gran y tremendacosa que llegó a superar el mostrador de Almagro,
o cuando sostenían al Pirujo pisándole los pies de borracho que iba, y del
tremendo costalazo de éste al soltarle la presión, o el aceite virgen que
trajera Francisco el Mirlo para unas tostadas, tan virgen que si por poco
fenecen allí mismo los comensales, pues no era tal sino aceite del velón de La
Virgen, y menos mal que Luis, su compadre, ofreciera el ingenio de beber mucho
vino para que, flotando, el aceite asesino saliese por la boca…o la famosa
excursión a Jerez para ir por vino, y cómo las garrafas llegaron vacías al
pueblo a causa de un cánula por la que escanciaban por riguroso turno el
contenido, y las de Farruco, con los americanos a los que no cobró porque nunca
volverían por allí, o cuando tras ingeniar una estratagema para que pagase un
médico gorrón, el bueno de Farruco acabarapagando todo al fin, y en paz.Las de
“Salvaorito”, uno de los tipos más ingeniosos que en pueblo nacieron, con los
civiles acudiendo al prohibido juego de Las Chapas en La Ladera, y la
contraseña que debía gritar si estos llegaban por sorpresa, “barreno, barreno…y
ardiendo…”, o el día en que amarraron a su colchón a Carlos Barragán, que
intentó defender heroicamente un jamón de bellota que colgaba, que el
infelizreservaba para las Pascuas…En fin, en Benadalid, de donde hubo de salir
a todo gas en moto al prender fuego a la traca en pleno baile…Sus veladas
interminables en Algatocín, con Matías bailando como un zombi, o Talabarte y su
dedo juguetón, con Palomo que, naturalmente, respondía a su llamada, “voy
volandooo”, en Jubrique con Antonio Ríos, y con sus inolvidables hermanos Pepe
y Antonio, o sus andanzas con Eugenio y Paco en Málaga. Gaucín, donde los
parroquianos huían despavoridos al ver acercarse a los Ruíces, o en Ronda,
donde tras recorrer los mesones, se iba al cine, sin importarle sala o
programa, pues aquella era su siesta placentera. Sus paseos al Guadiaro, con
ocasión de hacer un pozo en el cortijo, y a la Estación con su colono
Domingo…Bares de Luisa y Manolo el Alcalde, éste tan feo que el propio Almagro
rezumaba moral desde que conociera al susodicho, y más tarde con el Piquín y su
figón, donde tras una sopa de ajo, su hermano Germán cayera redondo de espaldas
con un síncope al escuchar uno de sus inefables chistes…Y en Cortes, con el
gran Sevilla, que dicen las malas lenguas que cuando perdía el Madrid se encerraba
a llorar sin desconsuelo, y con su amigo Cristóbal Núñez, un caballero en cuya
tarjeta de visita se dibujaba una bandera de España y la leyenda: “español y de
Cortes de la Frontera”, o con el no menos caballero Modesto, antifranquista
hasta el tuétano, o con Diego el de Victoriano, y tantos y tantos amigos de
aquella hermosa y hospitalaria población a pesar de la mala fama que le dicta
la copla, paisaje y hospitalidad de los que guarda emocionado recuerdo este
cronista.
Pues y los versos y las representaciones…mirad
su rostro cuando recita, “Luego un can, luego nadie, nada, nada”, “el nabo no
hay que dudar/ está muy bien colocado/ la que lo ha puesto es probado/ que lo
sabe manejar…”, “Sacristán que vendes cera/ y no tienes colmenar/ raspavelas,
raspavelas/ raspavelas del altar…” Y sus canciones, “Ana, asómate a la reja…”,
“Ay va, ay va, ay Babilonio qué mareo…”, “En casa de un carbonero…”, “Maximiliano…”,
y su infalible “Tres horas llevo aquí/ y he venido aquí con el aparato…”. Y por
fin, después de cientos de chistes, canciones, chascarrillos y anécdotas,
surgía un cohete, siendo éste colofón de tanto ingenio, siseando sobre la mano
abierta, golpeando las piernas, aplaudiendo bien fuere de uno, dos y hasta tres
traquidos, y explosionando pum, pum, pum, cosa que él aderezaba con el doble
sentido de un satisfactorio fornicio, o bien de lágrimas, que eran un ¡¡ahhhh!!
de gozosa concordia entre los asistentes.
Guillermo, que era algo afortunado en
bienes, nunca soslayó junteras con cualquiera, aunque fuese de humilde
condición, que tuviese ganas de un rato de charla, risa fácil y pocos deseos de
discusión o disgusto, asuntos de los que siempre huía. Díganlo Pepe Ricardo o
sus compadres Farruco y Luis, que eran pobres de solemnidad, y a quienes
apadrinó hijos e hijas. Pero también era capaz de divertirse con los más
pudientes, como Pepe Martín, a quien
acompañó en múltiples desventuras y negocios, casi todos fallidos, a bordo de aquel
destartalado LandRover, siempre averiado hasta que llegaba Juan Aguilar, quien,
tras misteriosas manipulaciones, con un martillo en ristre golpeaba el cárter y
decía, “arranca, Guillermo”, y el viejísimo coche ronroneaba milagrosamente
dispuesto a seguir caminando. Correrías con Paco Viñas y su hermano Miguel, de
tan grato recuerdo a todos. Y ya más en nuestros días, acertó a juntarse con
unos jovenzuelos desenfadados que, guitarra en ristre, iban en peregrinación
por ferias y saraos, los “Palmeros de Benalauría”. Con ellos,interminables tardes
en la Venta de San Juan, con Manolo y sus dos hermosas hijas, los dos Castillos,
Domingo Javier y Antonio el Civil, y Pepe Loras y el Niño de Paca. Salidascon
su yerno el castizo, en busca del pescaíto y la luz salada de la mar malagueña,
y también con Tomás, que ríe con él a cambio de hacerle la declaración de
renta, algo truculenta como es natural, y con Francisquín, al que nunca
convenció de que el pinsapar de los Reales quedaba a la derecha de la
carretera, y finalmente con el añorado Juanito García, a quien profesó una
honda amistad hasta su muerte.
Queridos amigos, querida familia. Aquí nos
encontramos reunidos junto a este patriarca del buen humor. Brindemos por él,
pero también por la alegría que siempre tuvo a bien transmitirnos. Nunca
podremos agradecerle su impagable tributo a nuestra concordia y nuestra
diversión, sana, amable y tantas veces celebrada. Guillermo es irrepetible, por eso,
los que hemos tenido la suerte de conocerlo le decimos: vive mucho tiempo, y
sigue concediéndonos la dádiva de tu ingenio y buen humor.
Como en la mejor tradición
clásica, y abundando en sus virtudes, ofrezco este ovillejo al personaje:
¿Quién nunca triste y enfermo?
Guillermo.
¿Quién, de tapa, codorniz?
Ruíz.
¿Quién dicta al humor sus
leyes?
Reyes.
Versos, cabras, gatas muelles,
viudas, frailes, bujarrones:
chascarrillos y canciones
de Guillermo Ruíz Reyes.
Amigo Guillermo, te rogamos encarecidamente
que acabes esta perorata con un gran cohete, al menos de tres traquidos, que
todos nosotros lanzaremos al cielo, con la segura confianza de que lo oirán los
que han sido nombrados y ya no están, los que están y han sido aludidos, y otros
que estando, y por olvido, no he acertado a nombrar.
De tu
pariente y amigo, don Pablos.
Benalauría,
a tres de enero de dos mil quince.
+
De orden de la Autoridad
Eclesiástica y el Santo Oficio, este escrito ha de ser recusado por contener
graves insinuaciones a las buenas costumbres y la moral.
No se da permiso para imprimir,
antes bien, se recomienda su destrucción en la hoguera,
y mandar a los corchetes a detener
de inmediato
al autor de semejante libelo.
Fray Diego de la Buytrera, O.P.