Vistas de página en total

martes, 17 de diciembre de 2019

CRÓNICA DE NAVIDAD

De vuestro cronista José A. Castillo. Benalauría, diciembre de 2019

A pesar de los malos humos que nos rodean, y no hablo en sentido figurado. A pesar de la plaga silenciosa y asesina del plástico en los mares, de los catastróficos incendios en California y Australia, de las inundaciones, de la carbonización que no cesa a causa de los oscuros intereses y la egoísta insensatez. Del recelo a las energías limpias que no acaban de despegar.

A pesar de estos mediocres tiempos políticos donde se gobierna a base de ocurrencias, que no de ideas. A pesar de la parálisis de nuestra España, sólo en marcha gracias al tesón y la responsabilidad de la mayoría de sus ciudadanos: como se dijo en el Poema del Cid, Dios, qué buen vassallo si oviesse buen señor… A pesar de los falsos profetas que todo lo prometen, que todo lo dan, pero que nunca dan nada salvo a sí mismos y los suyos. A pesar de tanta mentira, de tanta impostura, de tanta injusticia, de tanta falsa supremacía de pensamiento y de pretendida e inmoral superioridad.

A pesar de los negros nubarrones que algunos anuncian para la economía y bienestar del mundo. A pesar de los padres y madres que ven sus monederos y sus frigoríficos semivacíos a causa de ese paro crónico que les acontece; a pesar de los miles de jóvenes que se levantan cada día con la desesperanza de no encontrar un hueco en esta sociedad que les niega el pan y la sal.

A pesar de tanto dolor y tanto miedo a causa de los maltratos a los y las más débiles, de los crímenes atroces, del innoble olvido de pasadas y sangrientas pesadillas no tan lejanas.

A pesar de los miles de inocentes que naufragan y mueren, envueltos en ese inmenso sudario de sal y espuma en que se ha convertido el padre Mediterráneo; a pesar de los que huyen de las infames guerras del fanatismo y la pobreza, cuando no de bastardos intereses económicos.

A pesar de los que padecen la enfermedad y el dolor inmisericorde, de los que ven como día a día el mal corroe sus cuerpos y su ánimo, de los que lloran una vida cercana que se fue, de los que viven en un pozo sin luz y sin fondo, vagando sin rumbo por los oscuros laberintos de la mente.

A pesar de todo ello, queridos vecinos, hay que levantar los corazones, mirar a lo más alto de las ásperas montañas, y a lo más profundo y lejano de los mares azules, para intentar hallar la luz, para establecernos en la paz, para seguir caminando con firmeza sin mirar demasiado hacia atrás.

Y es que es Navidad, nada menos. Una época que algunos, y con razón, denuestan por superficial y despilfarradora, por su hipocresía bien pensante, por su optimismo exacerbado. Sin embargo, esta fiesta de la civilización cristiana occidental parece venir a decirnos, seamos o no creyentes, que es el momento de la reflexión sobre uno mismo, de reconciliarnos con esa maltratada Tierra donde vivimos, de dar algo de lo que quizá nos sobra, y de sonreír, de sonreír siempre, si quiera unos días, una pausa entre tanto egoísmo, entre tanta indiferencia, entre tanto olvido. Ojalá fuera navidad todo el año, me digo a veces, en una reflexión que es sin duda utopía bien pensante y en cierto modo exculpatoria. Como sé que es imposible, me consuelo con ese rinconcito del calendario, entre diciembre y enero, donde se refugia buena parte delo mejor de nosotros mismos.

Lo de menos es el portal que ideara el Poverello de Asís, el árbol nórdico, o las luminarias grandilocuentes que embellecen nuestras ciudades. Tampoco importan el barbudo del traje rojo, o los tres Magos, quién sabe si Reyes, que caminaban en pos de su estrella. Eso se justifica ya de por sí con la sonrisa de un niño, una de las cosas más bellas que uno puede contemplar, como es la más desgarradora el oír su llanto.Pues procuremos lo primero y evitemos que se produzca lo segundo, en esas escenas terribles de hambruna que vemos desde nuestra insultante abundancia.

Noche de Paz, canta el villancico inmortal, Patrimonio de la Humanidad, que compusiera en 1818 un maestro austríaco llamado Franz Grüber, y al que puso letra el sacerdote Joseph Mohr.Pero yo os digo, mejor Año de Paz, por siempre, para siempre. Paz, trabajo, abrigo, hogar y pan para todos los seres humanos que poblamos el seno amable y acogedor de nuestra vieja y generosa patria, la Tierra.
YOU’LL NEVER WALK ALONE

Tú nunca caminarás solo, cantan los enfervorizados hinchas del Liverpool a su equipo. Tanto en la derrota como en la victoria, ningún otro grupo sabe arropar a los suyos como con este himno inmortal, cuyo encabezamiento es el lema de la institución, grabado en letras de gloria en las paredes del viejo campo de Anfield.

Nuestro amigo José Antonio cumple 50 años, que dicen son los años de la sabiduría, de la serenidad, de ver las cosas con perspectiva de pasado y de futuro. Menor de dos hermanos, vino al mundo bajo la Plazoleta, tan cerca de Antoñita y Francisquín como de la eterna María Mateos, frente al olor en la amanecida de ese honrado pan nuestro de cada día que Cristobalina, Antonio y sus hijos nos proporcionan, y vecino siempre de Pepe Luis y su gente, delas dos Anita Rodríguez, de Rafalín y Mary Carmen, y del inolvidable Guillermo, de cuya hija Belén es uña y carne. De estudios medios, supo hacerse un hueco como administrativo municipal cuando el gobierno de Begoña, cargo que desempeña desde entonces con eficiencia y honradez.

Un cargo que le hace estar siempre al pie del cañón, a las duras y a las maduras, que lo mismo vale para un roto que para un descosido, para una defunción y funeral, para un nacimiento, para una inscripción en el censo, para un impuesto que explicar, para una tasa que examinar, para un trabajo que ofrecer y controlar, para un presupuesto que calcular, para un pago que realizar, para un ingreso que incluir.

Siempre, tras su mesa, allí veréis a Joséantoñito, con su figura oronda y su amable sonrisa, atendiendo cuatro asuntos a la vez, tres oficios que han llegado, dos llamadas que han sonado, tres visitas que esperan ser atendidas, esperando que, de cuando en cuando, que es casi todos los días, llegue el alcalde Eugenio con ese papel urgente que necesita de su atención inmediata, sin que importen todos esos montones de carpetas y expedientes que necesitan ser resueltos. También, como manijero que es de todo lo que se cuece en el municipio, ha de viajar acompañando a la autoridad para ver qué se puede hacer en Ronda, en algún organismo comarcal, o en Málaga, navegando por las difíciles aguas de la Diputación, intentando que la habitual palmadita en la espalda del presidente o la diputada de área se haga realidad en forma de algún proyecto que venga a paliar las graves deficiencias que en estos pueblos acontecen.

Él sufrió la pérdida cruel y prematura de su madre, y supo paliar el drama familiar con un cuidado exquisito hacia su anciano padre, a quien asistió de manera ejemplar hasta su muerte. Quedose solo, entonces, pues su único hermano vivía y vive junto a la mar sampedreña, aunque nunca lo estuvo, a tenor tanto de las visitas en ambos sentidos de Paco e Inmaculada, como por la amistad que a tantos y a tantas le une; aquélla fue su inevitable desgracia, ésta su suerte, ganada a golpes de ser tan buena persona.

Él sufre como nadie, pues tiene un puesto donde todo se contempla, la situación de aquella familia a la que no le llega cuando acuden las crisis y los Ayuntamientos tienen que tirar de donde no se sabe dónde. Él ve desde su atalaya las faltas de su pueblo, las continuas averías y desperfectos a los que deben acudir siempre, de noche y de día, en la alegría y la enfermedad, con la calor y la escarcha, esos otros dos admirables factótum que son su primo Fran y su amigo Pepe. Él padece diariamente la falta de presupuesto casi para todo, tirando de la serreta suavemente a los munícipes de turno cuando estos ven el vaso medio lleno, cuando en realidad no es que esté medio vacío, es que a veces ni siquiera hay vaso. Él abre e inicia interminables expedientes para las promesas que no llegan o se eternizan: aquel muro, aquella calle, esa plaza, el saneamiento, los cableados, la fibra, el Wi-Fi, y por supuesto, esas dos obras que amenazan con resolverse cuando ya ni siquiera existan los coches: la carretera y el aparcamiento.

Y él observa como nadie el mayor de los dramas que atenaza a los pueblos del interior, y especialmente a los serranos: la creciente despoblación, el abandono de las actividades, del monte y de las tierras, los negocios que no funcionan, el envejecimiento irrefrenable, las casas cerradas que ya no se abren, las calles que se quedan medio vacías.

Esa es su vida diaria y esos sus aconteceres, a los que se añaden su continua colaboración en las fiestas del pueblo, sobre todo en lo que respecta a la Iglesia, donde guarda y expone, viste, adorna y organiza, bajo la atenta e implacable mirada de Isabelina, no vaya a ser que un clavel se haya salido del jarrón, esa vela se apague, la Dolorosa se vea descolocada o Padre Jesús tenga una mancha en la túnica.

También, y por fortuna, sus repetidas visitas a sus innumerables primos Villanueva, y a sus numerosos amigos de toda edad y condición, hogares donde concelebra merendonas de dulces y matanzas, o tal vez festines en los que participa con su acreditado buen hacer en la cocina, en esas interminables tardes del invierno, cuando la falta de luz abre las bombillas y la lluvia extiende su manto de niebla y nostalgia por los cerros y vaguadas del Valle.

Amigo de todos, buen conversador, nunca en él la malicia o la crítica desmedida o el comentario inapropiado. Observa, opina a veces, otras calla, y siempre propone aquella salida, un viaje inesperado, una reunión con pretexto o sin pretexto, con un vaso de vino cuando su salud se lo permite, y una buena comida a propósito de lo que sea, que lo que sea siempre viene bien para estar con la gente, con esa gran familia en que se ha convertido su pueblo entero.

No, amigo José Antonio. No estás solo en este mundo. Tus vínculos son demasiado fuertes, tus quehaceres demasiado imbricados en la sociedad en la que vives, tu dedicación a los demás en permanente actitud, tu sonrisa en generosa prestancia. Termino como comencé: por todo ese trabajo, por todo ese afán y por toda esa amistad, tú nunca caminarás solo.


De tu amigo, don Pablos, Benalauría, a 23 de noviembre de 2019.

martes, 17 de septiembre de 2019

DON JESÚS, EL MÉDICO

DON JESÚS, EL MÉDICO

De vuestro cronista, José Antonio Castillo. Septiembre, 2019.

Aunque sea su natural sencillo y nada proclive a los halagos, don Jesús merece, después de tantos años, casi treinta ya, unas palabras escritas en este foro, si quiera por su labor callada, por su celo, por su amor a la carrera y al juramento que se le requiriera, de atender al enfermo o herido en toda circunstancia y lugar, de curar hasta donde se pueda, de anunciar la vida que viene y certificar la muerte del que se va, de consolar al afligido por la pérdida o al desesperado que no puede más. Él lo consiguió con creces y en demasía, desde la profundidad de su saber, de sonreír siempre, y siempre es todos los días, y desde esa confianza que destilan sus manos, su actitud y su mirada.

Llegó desde su Málaga con Begoña, esa alcaldesa que supo y pudo concitar y encauzar las actitudes y afanes que vinieron a cambiar la fisonomía y las expectativas de este pueblo, y desde entonces no ha cesado de hacer su trabajo, día a día, guardia a guardia, visita a visita, con sus niños y sus niñas, con sus enfermos crónicos y ocasionales, con los que viven aquí y con los transeúntes, con sus viejitas, con sus embarazadas, con sus accidentados. Nunca le oí un reproche, ni una crítica dirigida ni siquiera a esa administración que tan mal los trata, nunca una queja por su excesivo trabajo y las dificultades, las distancias y la falta de medios para realizar su labor. Nunca. Por el contrario, la disponibilidad a diario, el consejo certero, la sabiduría expresada que emana de su dilatada experiencia en el mundo rural que él escogió, lejos de los grandes centros hospitalarios y las ciudades, de los oropeles de las clínicas privadas y sus fríos colores que anuncian un falso bienestar, porque su vocación le impelía a restar el dolor a los más indefensos, a los que están más aislados, a los que son más pobres.

Siempre dispuesto, suele acudir al lugar donde más se le necesita, porque él sabe dónde están los que sufren y padecen, y lejos de cumplir su estricto horario, se presta a paliar ese mal que ya no tiene cura, o ese sufrimiento familiar que no es posible aminorar si no es con esa visita que abre una puertecita a la esperanza, porque, insisto, él lo hace posible desde el corazón y no desde la profesión.

Amigo de todos, y desde luego de sus amigos, sabe también echar ese buen rato que, más que nadie, necesitan los profesionales de la salud pública, resignados a convivir cada día con la enfermedad que no cesa, con la desesperanza que aparece de golpe, como un guantazo inmisericorde, o con la muerte que se anuncia. Hombres y mujeres esforzados, siempre en la orilla de lo más doloroso de la condición humana. Y lo hace como uno más, casi escondido, sin pontificar nada que no haya demostrado en sus años de servicio a estas comunidades rurales a las que ya pertenece de pleno derecho.

Algunas calamidades alcanzaron hace poco a su familia, azotada por inclemencias inauditas, sobre todo la inesperada muerte de su hermana Ana, también profesional de la medicina, a quien se llevó en plenitud, cruel e inesperadamente, un viento extraño e implacable que asoló a su familia. Pude ver a Jesús en el funeral y comprobar que, aun desde la noble profundidad de sus ojos, tal vez se rebelaba contra tamaña injusticia, y sin embargo, sabedor de lo inexplicable de la vida y de la muerte, y atribuido de esa bondad que le caracteriza, en su cara triste y atribulada por aquella desgracia sin consuelo me pareció ver como esbozaba una tímida y resignada sonrisa.

lunes, 19 de agosto de 2019

HEMOS CONSEGUIDO ALGO MUY GRANDE

HEMOS CONSEGUIDO ALGO MUY GRANDE

-Traedme ese moro ahora.
-Así lo haré si me aguardas.

El día 4 pasado Benalauría se entregó a su fiesta en cuerpo y en alma. No había en esa mañana luminosa y alegre ni un centímetro cuadrado que no estuviese ocupado por una bella andalusí, por un belicoso campesino, por una cristiana o un mudéjar airado. Caballos bien arriados, gallardetes y estandartes, velos, espadas, horquetas, bieldos. Cascos relucientes, cotas, turbantes, banderas, pañerías, y la gente, niños, niñas, mayores con demasiadas canas y otros en trance, gentes de dentro y de fuera, estos ya vestidos y agregados a la celebración, como si fuera suya porque ese fue siempre nuestro deseo y nuestra recomendación: la Fiesta sin límites, para todos, con buena voluntad, con alegría, bajo la acogedora hospitalidad que siempre hemos procurado.

Estamos en la cima, queridos amigos, y eso es bueno, es hermoso y satisfactorio tras lo que ha significado un trabajo bien hecho. Demasiados años ya, y aquí seguimos hasta donde Dios nos dé fuerzas, y en su caso podamos y sepamos transmitirlas a los que vienen detrás. Estamos instalados en un éxito indiscutible, que nos ha llegado a través de un gran esfuerzo colectivo, de una organización que gana en efectivos año tras año, de una técnica que se perfecciona, de un exorno que nos embellece las calles y plazas, de un elenco de actores que nos hacen crecer la emoción, sin que se noten los relevos, porque los nuevos han aprendido, y mucho, de los que se fueron, que siguen ahí. De unos extras disciplinados y siempre dispuestos, siempre, celebración tras celebración, sin fallar nunca aunque las fuerzas faltena veces tras tanto jolgorio.

Hemos conseguido el colorido y la acción, las actitudes y las palabras, la puesta en escena más provechosa y ajustada que en el mundo hubiera, dada la multitud y dados nuestros escasos metros, para que todos puedan estar, sin que falten nadie ni nada, incluso la oración ritual a Dios o a Allah, sin que parezca extraño, pues aquí todo cabe dentro del respeto, de la tolerancia, de la concordia, de la diversión sana y alegre. Y tenemos nuestro nuevo libro, con notas brillantes de expertos estudiosos, incluso con la natural controversia historiográfica que aquí admitimos desde siempre; un libro bello con imágenes de magníficos fotógrafos y un texto limpio y cuidado, en una edición hermosa que nos va a dar más prestigio y nos va a conceder más rigor.

Y todo esto no puede ser casualidad, no. No lo es porque es imposible concitar tanto entusiasmo y tanto esfuerzo si no hay detrás algo muy potente. No lo es porque a buen seguro el trabajo se engarza y se traba en un imaginario colectivo que ha llevado a este pueblo a convertirse en un gran plató donde todos los hombres y las mujeres, sin importar edad o condición, han superado el límite de la realidad para vivir en una ficción que han hecho suya, porque supone la raíz de su propia historia: se han creído a pie juntillas que ellos son los campesinos y sus mujeres, las andalusíes, hermosas y alegres, y los aguerridos moros, en su pueblo, por su pueblo, en un grito que ha de resonar por toda la Serranía: tenemos derecho a sobrevivir, tenemos la necesidad de permanecer en nuestra tierra, tenemos la necesidad de un trabajo útil, digno y provechoso.

Una fiesta como símil de una aspiración vital en una tierra olvidada y escondida, que sin embargo se levanta cada día con la noble aspiración de habitar su hermosa serranía.

miércoles, 23 de enero de 2019

LA DIGNIDAD Y LA MEMORIA

El sábado 19 de enero se celebró en nuestro pueblo el II Foro de Pueblos en Movimiento. Más de cien participantes tomaron parte en las charlas y debates que se fueron desarrollando, en jornada completa, primero con las brillantes aportaciones de los ponentes, profesores Francisco Boya y Rufino Acosta, más tarde con los debates, reuniones y organización de comisiones. Más allá de las formalidades que este tipo de actos requiere, lo que se detectó allí fue el entusiasmo y el trabajo bien hecho por parte de la organización, incluyendo aquí el apartado gastronómico (cuánto se echa en falta un equipamiento eficaz, ahora perdido en la nada, para conceder hospitalidad al visitante), la mayoría aplastante de jóvenes, y la prestancia de todos y cada uno por aportar alguna idea o propuesta para conseguir que la voz de los pueblos pueda oírse, alta y clara, allá donde corresponda.
Los pueblos del interior, ese mundo aún rural, delicadamente campesino, se nos están quedando vacíos. Cualquier estadística que se precie nos indica el devastador efecto de la emigración hacia las periferias marítimas o las grandes ciudades del interior, con su corolario de abandono del campo, que tanto sufrieron los pequeños propietarios, la descapitalización, la pérdida o insuficiencia de equipamientos, el envejecimiento de la población que permanece, y un desánimo que actúa como un martillo pilón sobre las mentalidades y la conciencia colectiva. Cunde la idea de no hay solución, de que todo está perdido, de que no existen políticas que puedan solucionar este drama, y de aquí, la resignación, la desesperanza, la falta de objetivos ante un futuro que se atisba como inevitable fatalidad.
En nuestro Genal, el paradigma de la despoblación salta a la vista cuando contemplamos los pueblos semivacíos, ya casi aldeas, el abandono de los terrazgos, y la ocupación del antaño espacio productivo por el monte voraz que, implacablemente, va ensortijando un paisaje que fue singular, en que hombre y naturaleza convivían desde hace siglos en armonía y mutua dependencia. Aquí, como tuve el honor de advertir en el cierre de la jornada, la paradoja del progreso se hizo patente desde finales de los 50 del pasado siglo, esto es, la llegada de nuevos materiales, combustibles, carreteras y transporte, así como de las tecnologías de corte industrial, vinieron a mejorar la vida, sin duda, de estas pequeñas comunidades, pero al mismo tiempo destruyeron cientos de oficios y ocupaciones, al par que distorsionaron la rentabilidad de las explotaciones, incapaces de competir con los sistemas productivos que generaba la agricultura comercial. En absoluto se propugna desde aquí una vuelta a ese pasado, lo que constituye una quimera cuando no un idealismo romántico absolutamente estéril: la pregunta es, ¿qué se hizo tan mal en nuestras sociedades abonadas al progreso desmedido para no sustituir esos viejos oficios y ocupaciones que propiciaron el abandono y la migración, por otros que sujetaran a las cohortes más jóvenes en sus pueblos de origen? ¿Cómo no supimos ver un problema que a la larga provocaría una de las injusticias distributivas más crueles en el seno de las pretendidamente avanzadas sociedades occidentales?
La segunda paradoja, circunscrita concretamente a la montaña malagueña, es que la emigración masiva a la Costa del Sol supuso en un primer momento un vacío de población dramático en muchos casos, aunque hoy, los hijos de esa migración procuran un evidente retorno de capitales en lo que respecta a la recuperación de las viviendas familiares que se abandonaron entonces, contribuyendo a la conservación de los pueblos, y,tal vez, gracias a la pervivencia de un cierto atavismo, a modo de retiro o como segunda ocupación en los espacios temporales de ocio, se ocupan en cierta medida del cuidado y recuperación de algunos agrosistemas. También se observa una pequeña, por el momento, migración pendular, es decir, de ida y vuelta en el día, o en ciclos cortos, favorecida por la mejora de las comunicaciones, que puede paliar la falta de trabajo y oportunidades que en los pueblos se ofrece.
Ni que decir tiene que la calidad ambiental de esta montaña comienza a ser un valioso recurso para una población creciente en la conurbación costera y las ciudades relativamente próximas, y para un turismo foráneo que demanda hoy algo más que el sol y la playa. Así, esa Costa devoradora de recursos y de hombres, puede estar comenzando a devolverlos en base a su propia saturación de un lado, y de otro a demandar de manera creciente los valores ambientales que los valles interiores ofrecen: es mi idea, plasmada en una próxima publicación, de “La Montaña Protectora”, porque de ella emana gran parte del bienestar y la calidad de vida que se disfrutan en los microclimas costeros, y hablamos no sólo de esos valores climáticos, un recurso inigualable e imbatible, sinode la reserva y nacimiento de las aguas, de las arboledas y bosques, verdadero pulmón verde para la gran aglomeración costera, de los viejos usos como valor etnográfico, del disfrute de los caminos y de los pueblos, en una vuelta a los orígenes, siquiera sea como experiencia y alternativa al ajetreado mundo urbano. Concretamente, el Valle del Genal ocupa el quinto puesto en biodiversidad de entre todos los espacios naturales de Andalucía, y Sierra Bermeja el primero, sin que apenas se beneficien de protección: he aquí una injusticia flagrante, sobre todo en lo que respecta a Bermeja, por cuanto sus excepcionales valores geobotánicos y paisajísticos quedarán fuera del futuro y vecino Parque Nacional de la Sierra de las Nieves. Injusticia, ignorancia y no sé si maldad.
Es a partir de esta perspectiva desde donde hay que comenzar a recuperar nuestra dignidad. Nada de lamentos por una pobreza que no es estructural, sino sobrevenida. Nada de limosnas vergonzantes, ni de conmiseraciones o de búsqueda de algunos votos por parte de las administraciones. Todo de valoración de los propios recursos, de puesta en marcha de políticas sectoriales que constituyan desarrollos sostenidos y sostenibles, de comunicaciones mejoradas para vertebrar tanto al interior de la Serranía, como en lo que respecta a las salidas hacia la fachada marítima y las centralidades urbanas e industriales. Todo para los equipamientos, aunque éstos sean optimizados en colectivos eficientes, y todo para procurar el cuidado del monte y la arboleda, la prevención de incendios, el desbroce de caminos, las repoblaciones selectivas.
Es la hora de recuperar la dignidad, pero también es el momento de hacerlo con la memoria colectiva, la memoria hecha paisaje. Los pueblos que pierden esta memoria están condenados a desaparecer, pues al abandonar su esencia y fundamento pierden su razón de existir. Memoria y dignidad deben de ir unidas en el arduo camino que este Foro ha emprendido, el resto es responsabilidad de la sociedad, de la política con mayúsculas, si es que ésta deja de reflejarse en el espejo fatuo de la rentabilidad a toda costa, y apuesta por mirarse, sin bajar los ojos, en las personas que necesitan de su impulso y ayuda.

De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez