Crónica del
Verano
De los
balates, albarradas, bancales y majanos
Desde el año 2018 los balates forman parte del Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad, que promueve la UNESCO. Pero, ¿qué entendemos por un
balate? En general se hace referencia a un murete de piedra seca, realizado en
una pendiente de una ladera, para poder sostener tierra en horizontal que nos
permita un determinado cultivo. Es decir, una rectificación del terreno
realizada por el campesino para aprovechar al máximo la tierra de la que dispone,
que sin esta estructura no podría ser cultivada. En nuestro término municipal
tenemos un ejemplo toponímico en la de todos conocida “Huerta del Albalate”,
donde efectivamente existe una notable pared de estas características, que
limita una explanada en la que siempre conocimos cultivos de regadío, mediante
manantial y alberca. El término viene del árabe albalat, camino, lugar empedrado, aunque su primer origen parece
griego, plateia, es decir, explanada,
o del latín parietis, que significa
pared, y de ahí nuestra parata.
Extendidos a lo largo de nuestra montaña, los
balates “esmaltan los paisajes (Guzmán Álvarez, 2010)” en todo lo que fue el Xharq al Andalus, es decir, la actual
España a levante, y a lo largo de la montaña mediterránea, sean de riego, los que
se escalonan con esta técnica, estos más altos y fuertes para soportar el mayor
peso que proporciona el agua, sean en secano, creando nichos incluso en laderas
muy pronunciadas, para sostener árboles, generalmente olivos, aunque también
almendros, algarrobos, higueras, incluso cepas de vid. De los primeros tenéis
un magnífico ejemplo en el Molino de Pedro Álvarez, o en los huertos de
Almenta, y en algunas explotaciones de La Alberca, Jemáez o en los pagos del
Guadiaro, de los segundos los más bellos y laboriosos los he hallado en
Balastar (Faraján), sobre las faldas de Sierra Prieta, en Yunquera, Montes de
Málaga, y sobre todo en la Axarquía, en Sedella, Salares, Árchez, Sayalonga,
Cómpeta, Canillas de Albaida, Arenas, etc…, donde además de servir de soporte a
complejos agrosistemas de riego, con un gran entramado de tomas y acequias,
existen verdaderos escalonamientos de paredes que siguen fielmente las curvas
de nivel: además de su función de
favorecer los cultivos, por sí solos constituyen un elemento humano esencial
para paliar o incluso detener los graves procesos erosivos de aquellos valles.
La diferencia entre balate y bancal es que el primero
es una pared, un soporte, mientras que el segundo es la superficie de cultivo(mejor
llamarlo tabla o tablar), por eso se confunden los
términos, pues en zonas de roca consolidada a veces no es necesario construir
con piedra seca, sino escalonar simplemente el talud, como podéis observar en
el Huerto de los hermanos Conde (ignoro el porqué de “Huerto de Pujerra”), o en
nuestros “Bancales”, bajo el pueblo. Otra acepción es la de Albarrada, también
muro o pared de piedra. No hace falta insistir en este nombre, que hace
referencia a una de nuestras calles más transitadas.
Diversos nombres revisten los balates según la
función que realizan, pues el de los cultivos es solo una de tantas (Yus Ramos,
2018): si se trata de limitar propiedades mediante muros se llaman pasillosi van paralelos, con un camino
entre las explotaciones. De este tipo tenéis un muy bien conservado modelo en
Benajamón. Si sostiene una senda o camino en una ladera con gran pendiente, se
denomina poyata, poyato o poyo, (se me ocurre pensar si el nombre
de nuestra más alta sierra no hace sino referencia al viejo camino hacia Siete
Pilas y el valle del Guadiaro). Si tiene
forma semicircular y se construye en un fondo de valle, responde al nombre
de majano.
Pero majano tiene
otras acepciones, que responden a sus diversas disposiciones, como el
apilamiento después de un despiedre de un campo, un elemento de separación para
ganado o explotación, y, según me cuenta Cristóbal Díaz, una especie de murete a
piedra seca con orificio para el fuego que servía de cocina exterior a la casa,
si lugar hubiera, para guisar en verano, con leña claro está, dado el excesivo
calor que en el interior de la vivienda producía un hogar encendido. Os adjunto
una imagen de uno que él mismo ha reconstruido en un patio del Fresnillo.
El caso es que, de una manera o de otra,
perviven en el mundo campesino de nuestra montaña muchos de estos ejemplos
citados, muestra de un pasado en que la vida en el campo era muy ardua y
trabajada, en una tierra hermosa, aunque “áspera y difícil” como la definiera
un cronista real en tiempos de los Reyes Católicos.
Pero hay que advertir que en nuestra provincia
están desapareciendo, sea a causa del abandono progresivo e imparable de los
cultivos en las serranías tras la crisis de la agricultura tradicional, sea por
la especulación brutal a que se ve sometida la tierra axárquica, hecho debido a
la implantación masiva del aguacate en grandes bancales esculpidos a base de
maquinaria pesada, con el consiguiente peligro de grave erosión, en lugar de proseguirla
tradición del balate aunque sea con técnicas más modernas, como se ha hecho con
acierto en algunos pagos de la Alta Axarquía.
En definitiva, esta vieja sabiduría de la
piedra pura que sostenía el pan o el maíz, la hortaliza, el aceite o el fruto
de los campesinos, está, como otros tantos usos del campo, en trance de ser
borrada de nuestras laderas, oscureciéndose para siempre lo que fue uno de los
más bellos ejemplos de la comunión del hombre con su tierra, aún presente en
aquellos viejos paisajes culturales de
las vertientes del Mediterráneo.
De vuestro
cronista, José Antonio Castillo Rodríguez. Benalauría, Junio de 2021.