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miércoles, 1 de junio de 2016

ALONDRA EN EL CORPUS

ALONDRA EN EL CORPUS

     Alondra, la gata huérfana, suele pasear su figura de pequeña tigresa por las calles y plazas. Ahora que llega el buen tiempo su silueta aparece por doquier, como si fuese ubicua, meneando su cola y destellando al sol su pelambrera entre naranja y amarilla, mientras te mira si la llamas con sus ojos tristes y ya algo cansados.

      Refulge el pueblo en este mayo tardío con tantos pétalos como colores puedan imaginarse. Las calles y los rincones, aún pintados de verdín por las lluvias persistentes de la primavera, son jardines pequeños, ya lineales y ajustados a cada fachada, ya en caótico grupo, sin respetar gradación alguna, o tal vez pendiendo de los balcones, como cascadas multicolores: nada es casual, todo responde a una lógica natural y todo es la consecuencia de querer recrear un estricto edén en cada tiesto, cuya suma alcanzará a otro jardín mayor, y éstos al conjunto en que se ha convertido, por el amor inacabable de sus mujeres al campo, Benalauría.

   La procesión del Corpus avanzaba lenta por las calles. Nunca Dios pudo caminar con más orgullo por entre su obra: cada flor era un ofrenda, cada ramo un don, cada mirada hacia la inmensa montaña una señal de infinitud. Dios entre su obra, custodiado por sus fieles que, aun con sus imperfecciones y a pesar de todas sus contradicciones, se agrupan ese día, construyen altares que son como mínimos templos, ingenuos y efímeros, entre flores de nuevo, con alguna imagen rescatada de la cómoda o el aparador, manteles de fino bordado, colchas y mantones en las ventanas y, como mejor alfombra, ese pavimento de helechos, con su característico olor a húmeda abundancia traída directamente desde la umbría del castaño. Nunca podré olvidar ese olor a niñez, aquella que nos aconteció cuando, boquiabierto y sin comprenderlo del todo, se me decía que en aquella custodia dorada moraba el amor de Cristo, ahora fuera del sagrario, para estar al lado de los suyos, de los más pobres, de los más doloridos, de los que ya no tienen esperanza.

   Corría un vientecillo suave y algo fresco que paliaba cualquier atisbo de fatiga en los más ancianos, y el olor a incienso perfumaba el aire entretejido de cristales en brillos. Esplendía la limpia y honrada cal de las casas bajo el Olivo, ahora verde esmeralda, con un alto horizonte de azules purísimos, rotundos, totalizadores, por el que apenas navegaba sin rumbo algún retazo de nubes. Los cantos y salmodias nos llevaban a otras épocas y a otros rituales, tan viejos como el hombre: tal es la eterna necesidad de trascendencia en un mundo casi siempre cruel, injusto y despiadado, la búsqueda de lo espiritual como remedio a la infelicidad y al dolor, o la acción de gracias, a pesar de todo, por la dádiva de cada mañana en jilgueros y cada tarde de oro y de grana.

   Alondra estaba sentada junto a la puerta de Ana Mari, con sus ojos hermosos tristes y cansados, y miraba un tanto indiferente la comitiva que avanzaba entre el humo, el perfume, los cantos y las flores. Es posible que Dios, desde su pequeño y dorado habitáculo de cristal, además de bendecir cada espacio y de consolar a los que acudían a Él con el alma abierta en canal, contemplara siquiera un segundo a aquella gata, apacible y noble, vagabunda y solitaria, pero aún hermosa en su pose de animal elegante y selvático, y en su pelambre de tigresa amansada, que en ese momento me sugirió la impecable perfección y el estricto equilibrio de todas las criaturas del mundo.


Benalauría, Mayo de 2016. De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez. 

lunes, 14 de marzo de 2016

PRIMAVERA EN EL GUADIARO

PRIMAVERA EN EL GUADIARO

       ¡Ya es primavera en el Valle del Guadiaro!, o en el “Campo” como decimos en Benalauría, tal vez porque en el Genal sólo se atisban precipicios y arboledas. Bajo desde el Puerto hacia La Cancha acompañado de un espléndido encinar sobre areniscas y calizas. El bosque mediterráneo luce aquí en toda su rotunda y sobria belleza: tras los abusos del pasado, en forma de carboneo y excesiva carga ganadera, la serie de la encina con peonías crece y prolifera entre el roquedo con una más que exuberante masa forestal de majoletos, aulagas y ardiviejas. Las venerables encinas que sobrevivieron a aquellos desmanes de antaño se alzan hoy impávidas, solemnes, fuertes, donando su sombra protectora al resto de la enramada, creando vida, mostrando expectativas de supervivencia, significando robustez y rocoso existir. Fluyen algunos arroyos de aguas limpias y arriba, tan cerca del cielo, blanquean sus siluetas los peñones del Poyato. El paisaje, en esta tarde entretejida de bruma y brisa apacible, se colma de luz en los invisibles cristales que pueblan el aire y en las flores, como copos, de los frutales. Canta algún pajarillo, liban las abejas sobre los cantuesos, y murmura el ramaje: tal es la ceremonia de la vida en la montaña, siempre renacida así que el sol comience a calentar la humildad de esta sierra, elemental y brava.

     Tras el encinar y los roquedos salvajes, el monte se toma un respiro en su vocación de abismo. Bajamos levemente por un escalón semiplano donde medran prados, sembradíos y pequeños cortijos que destellan sus blancores al sol de poniente. Allí el bello caserón de Panrique, modelo del cortijo serrano que hoy muestra su abandono sobre el pastizal: es todo un ejemplo de plenitud antigua, casi destruida hoy tras la crisis de la cultura de las vertientes. Vedlo ahora, aún erguido en su indigencia, solitario y triste, desprovisto de su vestimenta de cal, a merced de los vientos, las lluvias y las heladas.  Frente a él, el cortijo de la Fuensanta y el copioso manantial que surge del contacto de las calizas con las arcillas, entre chopos, zarzas y mastrantos, conformando un pequeño cauce que baja raudo hacia las honduras del valle.

     Mientras contemplaba la magnífica generosidad del nacimiento, Francisca Álvarez y sus hijas habían dispuesto un copioso refrigerio para mí y mis acompañantes: tazas de yerbaluisa, esa infusión que lleva consigo todos los aromas posibles del bosque, un bote de zurrapas, es decir mucho lomo y poca manteca, madalenas, queso y, oh milagro, una hogaza recién horneada que más que a pan parecía oler al conjunto de todas las dádivas del cielo y de la tierra. La vieja hospitalidad de las gentes del Campo se hacía patente entre risas inocentes y la charla amenísima de aquella sabia mujer que nos mostró todo el buen hacer, todo el trabajo rudo y honrado, y todo el trato exquisito que estos campesinos suelen otorgar desde siempre al caminante.

     Transcurre ahora la senda por entre los pastizales jalonados por la dispersión que constituyen cortijos y casas aisladas. El cortijo de sierra no luce como los opulentos de la campiña: es un edificio, dos a lo sumo, con patio emparrado a la entrada, “casa”, cuartos y “cámara”, además de un pajar, el “andén” o establo, y el horno y cocina. Esa estricta sencillez es el referente de una vida difícil y austera, aunque no menos honorable. La dispersión alcanza hacia el sur los pagos de Salitre y Puerto de las Eras, casas-jazmines por entre los verdores de pastos y  sembradíos, hasta más allá del Panderón, a cuyo pie se adivinan Las Buitreras,titánica herida en la entraña misma del mundo. Tierras de riego, las aguas de los manantiales se repartían, años alternos para  los pueblos, en turnos y tandas, y un Alcalde del Agua (Al Qaid Al-Maa) mediaba en el buen orden de los repartos. Eran los tiempos de los maiceros, cuando el forraje alimentaba a miles de cabezas de ganado. Incluso me apunta Pedro Sierra, mi amigo profesor e investigador de Benadalid: en un tiempo se sembraba arroz en Las Vegas, a tenor de un documento que prueba robos de este cereal a fines del siglo XIX.

     Tras estos espacios abiertos alcanzamos el poblado de Siete Pilas o Pilas de Calabrina, sobre una pequeña explanada, bajo el manantial y albercas que le dan nombre. Unas pocas casas se agrupan alrededor de la ermita-escuela, rodeadas por encinas centenarias y con un fondo donde las Sierras de Líbar ocupan casi todo el horizonte. Aquella mole calcárea se alza inmensa ante nuestra vista, dejando apenas lugar a un cielo cada vez más desdibujado por la delicada luz del crepúsculo. Los altos picachos, devastados y desnudos, dan paso a unas poderosas barranqueras que dibujan el desarrollo creciente de los encinares y carrascales, con entrantes sombríos y roquedales en escorzo, hasta que las laderas se suavizan para dejar paso al mosaico del olivar y el encinar, ya en la tierra de Cortes, que extiende como un pañuelo horizontal su alba silueta, una pincelada de cal bajo los pedregales, el encinar y los pardos matorrales que sobreviven sobre las capas rojas del Cretácico.

     Más abajo de Las Pilas, de nuevo el bosque de encinas, ahora acompañadas de los recios quejigos (Quercusfaginea, subps.broteroi) que impulsan ya los nuevos verdores sobre las yemas de las hojas marcescentes. Pespuntan sauces y chopos en las quebradas que bajan hacia el río y, entre la pertinaz arboleda, surgen de nuevo las casitas y cortijillos de labor, las cercas de piedra o alambres, los pegujales de huerto, algún mínimo olivar. Ya se intuye el paso del padre Guadiaro lamiendo las casas de La Estación, o Cañada Real, dicen que de un oculto tesoro tal vez cercano al columbario romano del Cortijo del Moro. La montaña se amansa por fin en Las Vegas, otro caserío que crece al albur de los nuevos manejos, ahora industriales, donde la alameda hace patente su vertical elegancia de chopos y fresnos, ángeles custodios del generoso fluir de las aguas que bajan contagiadas de sauces, adelfas y juncos.

     La primavera ha llegado de nuevo a nuestra tierra del Guadiaro. El paisaje revive en mañanas de soles inciertos, en mágicas lunas, en brisas de oro. Las gentes se aprestan al campo, y el tren, en paralelo al fluir eterno del río, pasa, silba y galopa por la hermosa y discreta estación que es tránsito hacia Ronda y las tierras del Estrecho.

Feliz Pascua de Resurrección a todos.

Benalauría, Marzo de 2016.

De vuestro cronista José A. Castillo.

jueves, 14 de enero de 2016

GENAL DELENDUS EST

GENAL DELENDUS EST 
(El Genal debe ser destruido)

         Catón de Útica (Siglo II AC) clamaba una y otra vez en el Senado romano pidiendo la aniquilación definitiva de la patria de Aníbal Barca con una frase recurrente que hizo historia:   “Carthago delenda est”. En ese mismo sentido, cada cierto tiempo, sobre todo si es época de pertinaz sequía, frase emblemática, la clase política y sus técnicos más allegados se empeñanen anunciar y proponer presas y trasvases desde lo que ellos llaman cuencas excedentarias a las deficitarias, concepto que vende muy bien y que cala en una opinión pública angustiada ante una posible falta de agua.
        Lo malo de todo esto es que se olvida algo evidente: el agua no es infinitay por tanto, una vez utilizados todos los recursos disponibles, es imposible aumentar caudal para una demanda en teoría siempre creciente. Tal es el caso de nuestra Costa del Sol, hipertrofiada a día de hoy, con la práctica totalidad de la línea de costa ocupada por una de las conurbaciones lineales más importantes del Mediterráneo, y con un modelo de turismo de masas más ladrillo a todas luces agotado.
       Y así, leemos hace poco sobre la necesidad de un trasvase del Alto Genal al sistema de abastecimiento de la Costa Occidental, como si los caudales de los ríos de Sierra Bermeja y Nieves (Guadalmansa, Guadalmina, Guadaiza y Verde), que aportan unos 150 Hm3/año, no estuviesen ya interconectados, tanto que en época de fuertes precipitaciones se hace preciso desaguar el embalse de La Concepción. Tras la puesta en funcionamiento de estas infraestructuras se ha demostrado que el abastecimiento a la población está asegurado, y en todo caso existe una desaladora en Marbella capaz de paliar los posibles déficits.
      ¿Para qué entonces este nuevo trasvase? ¿Para seguir creciendo de manera casi exponencial en un territorio al borde ya de la saturación? ¿No sería más idóneo aumentar la calidad de la oferta, mejorar los servicios e infraestructuras (¡para cuando el tren litoral!), y diversificar los usos en este espacio para generar un empleo de calidad que absorbiese al que fue expulsado tras el estallido de la burbuja inmobiliaria?
       Por el contrario, el Valle del Genal es el territorio humanizado con más calidad ambiental de la provincia, y uno de los espacios más singulares, si hablamos de conservación de paisajes y biodiversidad, de todo el Mediterráneo. Su variedad litológica (un verdadero catálogo de rocas, desde las intrusivas a las metamórficas de los Mantos y sus orlas de contacto, incluyendo las formaciones carbonatadas, mármoles y dolomías, brechas, conglomerados y areniscas) es solar de numerosos ecosistemas climácicos, como las series del alcornocal, encinar y el quejigal, el pinar serpentinícola,criptoseries como la del robledal, así como los bosques de ribera con saucedas, alisedas, choperas, fresnedas y olmedas,y, por fin, la joya exclusiva del pinsapar sobre las serpentinas del macizo ultramáfico de Sierra Bermeja, ya de por sí una montaña digna de la máxima protección, por la rareza y singularidad del sustrato, y nichode numerosos y valiosos endemismos.
       Aunque faltan estudios para tener un conocimiento más amplio de la  avifauna existen algunos grupos taxonómicos bien estudiados, caso de los vertebrados y algunos órdenes de insectos. Al ser uno de los cursos fluviales en mejor estado de conservación de todo el sur, es explicable la variedad de peces ligada a los cursos de agua, como indicador de la calidad ecológica del río. Además, el buen estado de conservación de los biotopos hace del valle un lugar ideal para las aves, que en la época de las migraciones tienen aquí un lugar excelente  para el descanso y la alimentación. Dentro de los mamíferos, otro indicador de alta calidad ambiental es la nutria, el mejor paradigma faunístico del valor ecológico de un valle de enorme fragilidad y sujeto a permanentes  amenazas. Otros carnívoros característicos serían el meloncillo, el tejón, la jineta, la garduña etc., y dentro de los ungulados, el corzo, la cabra montés y el jabalí.
       A toda esta riqueza deberemos unir los aspectos humanos, por cuanto la ocupación del valle no trajo consigo su alteración sistemática, sino una sabia adaptación al medio. Los quince núcleos urbanos, de sugerentes y eufónicos nombres, herencia sin duda de la colonización beréber, se instalan a media ladera, y allí los campesinos establecieron policultivos arbóreos en mosaicos o bancales a solana, con irrigación por alberca, o en secano en los nortes, donde el árbol rey es el castaño, una exitosa formación plagio climácica (más de 4000 Há), mientras las zonas más abruptas, boscosas o frías se dedicaron a la silvicultura y la ganadería. Así, lejos de empobrecer o destruir los ecosistemas, lo que se forjó desde el siglo VIII de nuestra era no fue sino un paisaje enriquecido y más biodiverso que el que se encontraron los primeros colonizadores, y un acertado manejo del bosque, los montes y el agua.
         Ese paisaje ha pervivido hasta nuestros días, a pesar de la reciente y dramática crisis demográfica que ha supuesto la pérdida de más de dos tercios de la población, y por ende, el envejecimiento progresivo y su corolario de abandono y destrucción de la vieja cultura campesina de las vertientes. Pues bien; a este territorio casi dejado a su suerte, empobrecido y con escaso futuro, se quiere ahora privar de su más preciado bien, es decir, del agua, generadora y eje vital de los ecosistemas y los modelos de aprovechamiento, o sea, de los paisajes, hoy tan apetecidos, que estos hombres han sabido conservar hasta nuestros días: trasvasamos su agua al tiempo que alienamos su porvenir y destruimos su futuro. Arrebatar el agua del Genal sería prostituir ese espacio singular, bellísimo, puro, a dos pasos de esa Costa en fase de ser un espacio insostenible. Una actuación brutal, injusta y despiadada contra aquellos indefensoshabitantes,y de imprevisibles consecuencias ecológicas, en la línea irresponsable y estructuralista de los agresivos planes hidráulicos del pasado.
     No; el Genal no debe ser destruido. Basta de anuncios y proyectos que no sean los dirigidos a articular y conservar el valle más preciado y precioso de nuestra provincia, intentando cortar la sangría migratoria para sostener, como aconsejan las políticas europeas, al hombre en la montaña. Abracemos, por el contrario, la Nueva Cultura del Agua, la que huye del despilfarro y las obras faraónicas y busca la racionalización y sostenibilidad de los recursos. Esa Nueva Cultura que no es sino un reflejo de la que practicaron aquellos campesinos, tan distinta de disparatadas actuaciones desarrollistas que ya no tienen cabida en nuestras sociedades.


José A. Castillo Rodríguez

jueves, 3 de diciembre de 2015

EL PEQUEÑO DESAHUCIADO (1964-2015)

EL PEQUEÑO DESAHUCIADO (1964-2015)

Llovía a mares. Cómo llovía en aquellas navidades. Un día, y el siguiente, y el otro, con apenas retazos de sol cuando escampaba, justo el momento para abandonar la protección del balcón del Ayuntamiento y seguir jugando al fútbol, o a algo parecido, en la Plaza, nuestro único patio posible. Eso sin contar con que Carrillo el municipal podía acudir y suspender el partido, o si pasaba la Maestra, niños, que os vais a cargar la farola (la farola era la única luz verdaderamente eficaz que había en la plaza, es decir, en todo el pueblo). Al poco, la tarde-noche cernía casi de golpe su penumbra y escenificaba una imagen bella e inolvidable: la delicada luminiscencia de las escasas bombillas de las esquinas penetraba en la niebla que envolvía las calles, las casas y los tejados de verdín, creando sugerentes espacios de acogedora soledad y abrumado silencio. El familiar olor al humo de las chimeneas disipaba en parte aquella sensación de frío, y los únicos sonidos posibles eran el de alguna inquietante ráfaga de viento, los chorros de la fuente, el golpeo del dominó y el tintineo de los vasos en el café.

En nuestra pobre Iglesia de cal y losas gastadas ya estaba el Belén montado, con sus corchos que imitaban ásperas montañas, surcadas de veredas, entre lentiscos y macetas de hierba, con pegujales de huerto y un río, a veces de papel plata de envoltorios de chocolate, otras con agua de verdad, según la pericia del montador. Y las casitas iluminadas que fabricó el Maestro, y los pastores y las ovejas sustentadas milagrosamente en aquellos barrancos de mentirijillas. También los Reyes, ah, los Reyes, majestuosos y elegantes, a caballo bajo aquel cielo de tela azul acribillada de resplandores de estrellas. Y la cueva donde estaba el Niño. Con el buey y la mula, y sus padres, desproporcionadamente bellos, en un pesebre, el lugar más humilde, pues aquella familia, forzosamente salida de su lugar de origen, no encontró acomodo, y la Madre, a punto de alumbrar, hubo de hacerlo entre pacas de alfalfa y heno, con el aliento de los nobles animales, el ánimo de José, la compañía de los rústicos y asombrados pastores,bajo el pálido reflejo de una luna aterida. Un desahucio para un recién nacido que habría de cambiar el destino de la humanidad.

Dicen que fue Francisco de Asís, el santo más santo de todos, quien ideó esa ingenuidad en la ermita de Greccio (Rieti, Italia), cuando en la misa de Nochebuena de 1223 colocó en un pesebre un niño Jesús esculpido por él mismo. El “poverello” (pobrecito), el amigo de los animales y las cosas, que pronunciara en su Cántico de las Criaturas aquello de “Laudato sie mi Signore, cum tucte le tue creature” (Alabado seas, Señor, con toda tu creación), donde incluye al hermano sol, la hermana luna y sus estrellas,y da las gracias por el agua humilde, preciosa y casta…por el hermano fuego…por la madre tierra …por los diversos frutos e hierbas…Es decir, Dios creador en medio de su obra, panteísmo puro, Dios-todo, universo-Dios, del que todos participamos de una manera cósmica y totalizadora. Desde San Francisco, el Belén se extendió por Italia (los de Nápoles, verdaderas obras de arte), y más tarde a Alemania, Bohemia, Eslovenia, Austria,Polonia, Hungría,Francia, España y Portugal, desde donde los frailes franciscanos lo llevan a toda la América Hispana.

Ahora se oyen voces sobre si sería menester retirar cualquier símbolo religioso de los lugares públicos. Bien puede aceptarse que ninguna creencia pueda supeditar el poder soberano del pueblo. Esto pertenece al pasado y en las sociedades democráticas es notoria la necesidad de que lo religioso pertenezca al ámbito privado. Sin embargo, esas sociedades, nuestras sociedades, son producto de una historia de la que emanan muchas de las ideologías que han propiciado las libertades que disfrutamos: la democracia es hija tanto de la tradición clásica greco-romana, como de los pensadores ilustrados racionalistas que idearon un gobierno del pueblo para el pueblo, lejos de las tiranías y fanatismos del pasado. Parte de esa tradición se debe también al Humanismo, es decir, a la idea de la supremacía del ser humano, y de la consagración de su dignidad y su libertad. Pero ese humanismo posee también una honda raíz que viene del cristianismo, y entiéndase bien, no de la Iglesia como institución, sino de la ética que emana de la Escritura: paz, amor, libertad, perdón, misericordia, ayuda al necesitado, igualdad entre los hombres…, es decir, lo que habría de predicar años más tarde ese Niño nacido entre estiércol y paja, palabras y hechos que le costaron la vida.                                                                                                                                                                            
Y hoy, en virtud de ciertas ideologías que desprecian esa memoria, parece que quieren acabar con la tradición del Belén. Primero lo relegan o trasladan, finalmente lo suprimirán. En el fondo, este mal entendido laicismo no es más que un reflejo del narcicismo y hedonismo de una sociedad opulenta y acomodada hasta el más inclemente de los egoísmos. Un mundo que sucumbe a las luminarias, al consumo desenfrenado, a las comilonas sin fin, al despilfarro en el vestir y en el actuar, tan lejanos al espíritu de esa navidad que propugnara el pobre de Asís. Ahítos de prosperidad, imponemos un estricto laicismo como si con ello fuesen a solucionarse los problemas que nos aquejan, pero apenas si miramos hacia los pobres y los parados sin futuro, hacia los jóvenes sin perspectivas, hacia los millares de refugiados, con sus hijos, que tiritan de frío, de hambre y desesperanza, y que mueren en las playas o en los bosques, esos nuevos pesebres que ahora se montan a lo largo delas fronteras de Europa. ¿Dónde están todos esos liberticidas de la memoria a la hora de cuidar a los viejitos como hacen las Hermanas de la Caridad en todas partes, los Médicos sin Fronteras en Siria, los misioneros en África, Cáritas en los comedores sociales, los voluntarios de Cruz Roja en el lugar de cada tragedia, los de Manos Unidas abriendo pozos en el desierto, los de Unicef salvando a los niños de la ignorancia, la enfermedad y la muerte? ¿Dónde están, que nunca los vemos fuera de su autosuficiencia y vana palabrería de moqueta recién pisada por zapatillas de marca y camiseta con mensaje?

Llueve sobre la plaza, aunque no tanto como hace cincuenta años, y como lloverá tal vez dentro de otros cincuenta. Ahora no hay zagales bajo el balcón esperando que escampe, pues están en sus casas con la videoconsola y el DVD. Pero las nubes, ligeras y puras,elevan su ingravidez desde el fondo del valle, dejando su dádiva de fertilidad sobre las laderas y el castañar despojado. Brilla el chaparral con algún hálito de sol que se escapa por las rendijas azules del cielo, acuna un viento amable las acículas de los pinos, y en el lejano horizonte las altas sierras se tocan de nieve. Todo sigue casi igual en el pueblo, tanto, que en la iglesia se ha montado de nuevo el Belén junto al altar. Con sus corchos y sus barrancos, con sus caminos y su río, pastores, ovejitas, casas iluminadas y Reyes Magos. En la cueva, bajo la mirada de sus padres, el olor a estiércol de la mula y el baheo del buey, duerme el Niño pobre de aquellos días, que ahora busca acomodo ante el nuevo desahucio que le imponen en otros lugares. El mismo que padecen millares de seres humanos, atrapados por la desigualdad, la injusticia, la guerra, el hambre y el frío.


De vuestro cronista, José Antonio Castillo.

Feliz y austera Navidad para todos.

miércoles, 21 de octubre de 2015

QUE LA TIERRA TE SEA LIGERA
(Sit tibi terra levis)

     Así reza una repetida inscripción en numerosas lápidas de las tumbas desperdigadas por las necrópolis del Imperio. Los romanos, como ocurría con el resto de las civilizaciones de la antigüedad, cultivaban un acendrado respeto por los antepasados, a los que honraban con escritos epigráficos sobre las placas de mármol del enterramiento. Nosotros, como en tantos detalles de nuestra cultura, vida cotidiana, costumbres y lengua, los hemos heredado en esa dedicación, o más, si cabe: basta con acudir a un cementerio y observar las lápidas, donde aparecen el nombre del fallecido, sus fechas vitales, alguna efigie religiosa, incluso alguna frase dedicada al finado. Esta costumbre, insisto, nos viene de nuestros antepasados latinos, y como muestra muy cercana esta inscripción hallada en la necrópolis de Vega del Mar, de San Pedro de Alcántara y hoy en el Museo Arqueológico Nacional, con esta bellísima dedicatoria a una niña llamada Firmana, que se fue con tan sólo dos años:

FIRMANA
IN PAX ANIMA
DVLCIS VIXIT IN BONIS
ANNIS DVOBUSMENSES
OCTO RECOLLECTA EST IN
PACE SEPTIMV KALEN
DAS FEBRVARI DIES SA
TVRNI

(Firmana,
de carácter dulce,
vivió entre los justos
dos años y ocho meses,
fue recogida en paz
el día siete de las kalendas
de febrero, día sábado)


Cuando yo era un niño la Fiesta de Todos los Santos se celebraba, como hoy, justo antes del Día de los Difuntos. El cementerio era algo más pequeño, más humilde, y mucho peor equipado. Las lápidas eran igualmente más simples, incluso no las había en muchos nichos, tapados con ladrillo y una somera capa de mezcla pintada con cal. En el peor de los casos los muertos iban a tierra, con un simple crucifijo de madera:la muerte, que nos iguala a todos, no podía sin embargo evitar el exorno de los más potentados, que en este pueblo, todo hay que decirlo, eran escasos. Velas,apenas; flores, escasas, aunque cada familia, dentro de las penurias de la época, se esforzaba en colocar una lamparilla de aceite, y lo que se podía recolectar de las propias macetas o del campo en los comienzos del otoño.
       Los zagales solíamos ir por la noche al camino del castañar, para desde allí ver el cementerio tenue e inusualmente iluminado, con luces casi fantasmagóricas que destacaban de la entonces oscura silueta del pueblo. Aquella sugerente imagen ayudaba a que los más mayores comenzaran a contar inquietantes historias de apariciones, de seres extraños, de hechos que nos erizaban la piel bajo la temerosa oscuridad de la noche, acrecentada bajo los sombríos castaños, aún no despojados por el invierno. Entre aquellos escalofríos, el colofón era el anuncio de la llegada del temible “alicante”, una especie de “bicha voladora” que te podía matar de un picotazo: “si la víbora viera y el alicante oyera/ no habría hombre que al campo saliera”, nos explicaba alguno de aquellos mozos, que de vez en cuando nos advertía de un zumbido en el aire, es decir, un alicante que atacaba y que nos obligaba a echar cuerpo a tierra. Lo malo de todo aquello es que, además de tanto mal rato y pavor, llegabas a casa llenito de barro, cosa que nos procuraba más de un grito o pescozón.
     Se llenaba el cementerio de gente, igual que hoy, aunque sin vecinos de fuera, sólo los del lugar, reunidos piadosamente delante de sus respectivas tumbas, rezando el rosario o simplemente mostrando el más profundo de los respetos. Las noches aquellas, como las de hoy, podían ser lluviosas, siempre frescas tirando ya a frías, y el pueblo mostraba, tras el rito en el camposanto, un hálito de profunda tristeza y melancolía, tal vez muestra de una gran catarsis que había procurado la suma de todos los pesares, de todas las ausencias, de todas las lágrimas.
    Sin embargo, al levantarme por la mañana yo veía como el sol estaba ya en lo más alto de aquellos azules nítidos, brillantes y profundos que adornaban los cielos de nuestra infancia. Los alrededores del pueblo se significaban con las tímidas hierbas de los prados otoñales, en los pocos retazos hurtados al chaparral o al bosque de castaños, que comenzaba ya a urdiren sus yunques los bronces del incipiente noviembre. Esas mañanas, a veces tapizadas de nubes plúmbeas e ingrávidas que solían traer más de un chaparrón, nos hacían olvidar los terrores de la noche de magia oscura, muertos que no descansan y pavorosas historias narradas desde el fondo de los tiempos.Y recuerdo que el familiar olor a castañas asadas dominaba por doquier cuando el velo sombrío de la tarde se desplegaba sobre el valle. Por las chimeneas, con el humo de los primeros fuegos de encina u olivo, se decantaban los efluvios de la piel requemada del fruto, y en las casas, el sonido del crepitar y las repetidas vueltas al elemental perol con agujeros. Las manos ennegrecidas, quebrando el achicharrado pellejo, y al fin, como una dádiva de dulzores y aromas delicados, el limpio y pálido mondón, caliente aún, exquisito manjar que llevaba consigo todos los sabores, todos los sonidos, todos los olores y toda la misteriosa alquimia del viejo castañar.
 Así de sencillo y entrañable era en nuestra tierra el rito de los difuntos, y también en el resto de España, aunque con matices, claro. En la ciudad, los cementerios se convertían en súbitos jardines llenos de luminarias, donde el jarrón se adornaba con las flores más hermosas, y en los teatros los actores de moda interpretaban magistralmente el sempiterno drama de don Juan Tenorio y la monja doña Inés.
Puedo afirmar que hoy casi todo sigue siendo igual, o casi. Y digo casi porque de tierras anglosajonas nos llega, en mala hora, ese bodrio estúpido, esa moda horrenda, esa fiesta esnob a la que llaman Halloween, que de manera rápida y sorpresiva se ha colado en nuestra cultura, con brujas de opereta, disfraces ridículos y calabazas huecas (como las cabezas de algunos compatriotas). Mala cosa es que un país entierre sus tradiciones de una manera tan absurda, tan injustificada, cambiando la piadosa costumbre de honrar a nuestros antepasados por una suerte de carnaval hortera, sólo porque venga del país más poderoso de la tierra: es como si sustituyéramos la fiesta de los toros por el rodeo, nuestro exquisito fútbol por el beisbol, y nuestra variada y excelente cocina por la infame hamburguesa y el fastfood. En el imperio del mal gusto nunca hubo un caso de desculturización más dramático, impulsado incluso desde las instituciones, y hablo, desgraciadamente entre otras, de la escuela.
    Por eso, este cronista os pide que prosigáis con los viejos usos de estos días, que aunque haya que innovar y mirar las cosas según nos vayan dictando los tiempos, hay actitudes que no debieran cambiar. El cuerpo muere y se desintegra para volver a la arena (…Somos el río que inventaste, Heráclito, somos el tiempo…,escribió Borges)y el alma, que es de cristal invisible, tal vez vague por las altas alamedas azules y blancas de los cielos, o quizá se transmute en alguna criatura, como piensan otros, o tal vez sea sólo memoria. Da igual;ambos son nostalgia y recuerdo que nos deben llevar cada año a dedicar unos minutos ante quienes fueron parte de nuestra vida: honrándolos estamos asegurando los retazos de la propia existencia. Porque sin ese recuerdo, nuestro transcurrir se rompería en  desgarrados jirones de tiempo.
    Para eso están los cementerios, y por ese recuerdo perviven en pueblos y ciudades de todo el mundo, en cualquier época, en cualquier civilización, como nos retrató magistralmente el poeta Luis Cernuda.. En esos lugares

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo solo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.



De vuestro cronista, José Antonio Castillo,

Benalauría,  a fines de Octubre de 2015

viernes, 21 de agosto de 2015

GUILLERMO, AMIGO (In memoriam)

GUILLERMO, AMIGO
(In memoriam)

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

(Antonio Machado. A José Mª Palacio)

Guillermo, amigo ¿están ya los castaños
ahítos en verdor, y están los huertos
en la sazón estiva de sus frutos?
¿Viene el aire del día con sus densos
herrajes de chicharras, y las noches
pálidas con sus astros y luceros?
¿Florecen las hortensias en tu patio,
no se han regado aún los vericuetos
del alcorque que pueblan los rosales,
colmado el arriate, y el pequeño
pinsapo las ojivas reverdece
con su elevado afán hacia lo eterno?
¿Quedó saciada ya la sed cuadrada
de tu alberca, y el chorro lastimero
almacena caudales del arroyo
por regar los dorados limoneros,
las lunas del naranjo, los manzanos,
las gráciles ciruelas y cerezos?
¿Acaso está el bancal triste y marchito,
la casa en cal honrada con el hueco
terrible de tu falta y de tu ausencia,
esta vez para siempre y sin remedio?
¿Suena aún el arroyo en sus someras
aguas bajo la adelfa y bajo el tiemblo
verdiplata de sauces y choperas,
y la copiosa sombra de los fresnos?
¿Te has bañado en el claro contrapunto
de aguas puras y brisas y reflejos
del Charco de la Fuente?, ¿abre el aliso
los tenues tornasoles de sus vuelos?
¿No has visitado hoy la fértil tierra
De Monarda, o subido al alto sexmo
Del Estercal, que cubre la bermeja
tierra con sus chaparros soñolientos?
¿Sigue enhiesta la cumbre del Poyato,
y trepa a los azules el tremendo
Tajo que delimita el caos de sierras
Del Genal y sus verdes opulentos,
con el padre apacible Guadiaro
y las Sierras de Líbar y sus cerros?
¿Ves los breves jazmines de Salitre,
Del Opayar, Las Pilas y los Puertos?
¿No ves tendido al sol de las laderas
rojiblancas a Cortes, con sus predios
y parcos pegujales con olivos
de plata entre majanos y entre almendros?
¿Ha pasado ya el tren?, ¿suenan los silbos
y su galope en brillos y en hierro
por la Estación, dejando atrás las huertas
y los caces y azudes molineros?
¿No te asomas al alto acantilado
de Las Buitreras, vértigo y ensueño
de una sierpe que repta en los abismos,
sacra y oscura roca, como un templo?
¿Has traspasado acaso las alturas
de las recias Majadas y el Berrueco,
sumergiéndote en el mar de los quejigos
y del alcornocal pardo e inmenso?
¿No te has puesto al volante y has subido
hasta el viejo camino que el roquedo
de la cancha cobija hasta Atajate,
y hacia Jarastepar se eleva, y luego
baja hacia Ronda? Alta en su atalaya,
¿te acoge en su gentío mañanero
y en su trajín, que un puente colosal
salva en piedra tallada sobre el viento?
¿Has paseado las calles venerables
de los ricos palacios y conventos?
¿No has alzado la vista a los cipreses
y a las bizarras torres de los templos?
¿No has oído el bramido de los toros
sobre los nobles arcos y en el ruedo,
cuando baja la brisa de la encina
que vive encaramada en el roquedo,
y del aura violeta, añil y rosa,
tras la muerte y la sangre y el silencio?

***
Guillermo, amigo, pálidas montañas
son ahora tu hogar, y los veneros
y fuentes serán albos igualmente,
como el aire y las rocas , como el fuego.
Lo que dejaste aquí, aquí se queda
con el mismo color y el mismo aspecto.
Vendrá el otoño de oro y el estío
será pintado en verde por el céfiro,
por la lluvia tenaz, las densas nieblas,
el súbito relámpago y el trueno.
Tu alberca colmará en leve verdina
su fondo, y la hojarasca un lastimero
manto de podredumbre ha conformado;
fresca hierba un tapiz irá tejiendo
junto a la casa. El sol, dorados haces
filtrará entre los árboles someros,
y el arroyo que habita en la vaguada
sus aguas mostrará, breve y discreto.
Guillermo, amigo, el mundo quedará
como tú lo dejaste, y un jilguero
cantará en la mañana luminosa
que por levante viene, o por el cielo
dibujarán traviesas golondrinas
la sonrisa final de tu recuerdo.







De tu amigo, don Pablos. Benalauría, 17 de agosto de 2015.

martes, 11 de agosto de 2015

HIJOS DEL AGOBIO

HIJOS DEL AGOBIO
          Un año ya, desde que la Fiesta Mayor de este pueblo echara el telón. Un largo año, aunque no sabemos si al final fue realmente tan largo. Llegó el otoño con su lánguida neblina de hojas que se engastan en el cobre del sol, las tardes acortadas de azules que se diluyen con rapidez entre rotundas nubes de plomo, y las noches inasequibles a descifrar su misterio. Lluvias cayeron pocas, ano ser las de noviembre y, antes de que nos diéramos cuenta, la Feria de Artesanía y los primeros compases de villancicos, la compra de turrones y la cena del día 24, cada vez menos nacimiento de Dios, recato y austeridad, y cada vez más dislate, despilfarro y vacuidad.
Llegó luego enero con su estremecimiento y su pesada capa de nostalgias, y más tarde el invierno se hizo patente con fríos intensos, no vistos desde hacía décadas, y con esa ausencia de luz que en el Genal se traduce en sombras y umbrías evocadoras, en arroyos recrecidos, y en el despojo de los castañares, indigentes y grises, como implorando al cielo un poco de verdor, ellos, que son siempre fresca opulencia de ramajes protectores, y ásperos nidos donde habitanlas dulces violas de su fruto. Primavera trajo consigo el retorno acristalado de un aire fresco y alegre, que acunaba en sus ráfagas suaves la llegada de las primeras yemas y brotes, de las asteráceas, genistas o brezales, de los prados apacibles, y de las liturgias del renacer del Cosmos que, en la religión Cristiana, tan hija de los mitos clásicos, significa la muerte y la resurrección del Dios redentor, generoso en vida y esperanza, artífice de los dones de la Madre Tierra quien, ahora abierta en su seno, nos muestra su generosa prestancia a ser de nuevo fecundada para generar los frutos que habrán de recoger más tarde las criaturas y los hombres.
La primavera fue muy seca, sin embargo. Tanto, que la tierra se agostó un mes antes de lo usual, menguaron los veneros, arroyos y ríos y, sin apenas tregua, el verano se presentó de golpe, airado, enfebrecido, exageradamente cálido, hasta el punto de batir todos los registros desde los últimos treinta años. Aun así, este cronista os dice que no hay que asustarse; olas de calor han sido incluso más largas y penosas que ésta, al menos tres en el pasado siglo, porque el tiempo, el clima, tiene memoria, y de vez en vez, recurre a sus extremos, dependiendo como depende de múltiples factores cósmicos, de fuerzas, elementos y factores atmosféricos que el hombre, afortunadamente, no puede dominar. Dicen que vamos a un calentamiento global…, puede ser, pero, en fin, estudios hay también en sentido contrario. Y aunque parece que la temperatura media del planeta se ha acrecentado en los últimos doscientos años, bien estará que aprendamos que oscilaciones similares han existido durante toda la historia de la humanidad, con frecuentes glaciaciones en el pasado remoto, que sepultaron en hielo a países hoy ricos de Europa y América del Norte, y calentamientos brutales que originaron desiertos, como el del Sáhara, que antes de esos días era una gigantesca pradera o sabana, plena de vida, e incluso, más cerca de nuestros días, una denominada Little ice age, una “Pequeña edad del hielo”, desde finales del siglo XVII hasta bien entrado el XVIII, que ha quedado plasmada en cuadros y grabados de la época, donde podemos ver a los niños jugando con trineos en los helados lechos del Támesis o del Rhin. Digo todo esto, amigos, para que no cunda la alarma, y que las aguas, nunca mejor dicho, volverán a su cauce, aunque es bien cierto que hemos de evitar coadyuvar a ese posible cambio climático, dejando de consumir de una vez por todas esos sucios y peligrosos combustibles fósiles, que han de ser sustituidos por las energías limpias que cada vez, con el permiso de los gobiernos y de los poderosos grupos de presión que los dominan, se hacen más necesarios, pero esa es otra cuestión.
Decía que ha pasado un año. Durante él nos han dejado algunos vecinos; no los nombraré pues están en el ánimo de todos, y su ausencia se hace bien patente entre nosotros, dejando tras su sombra un hálito, una imagen etérea y amable de su paso por la vida. El resto hemos sobrevivido de momento, a pesar de la que dicen crisis, que también afirman otros ya ha pasado, no sé, cada cual mirará su bolsillo y verá si le han sobrado algunos billetes para alegrarse la vida tras cubrir su necesidades básicas y las de sus allegados.Quiera Dios que las cosas se arreglen en España, que cesen esas tragedias anónimas de la pérdida de la vivienda, de la penuria en el frigorífico, de la miseria que amenaza a los más débiles, comenzando por esos niños que aún no han comenzado casi a vivir. De esto, en nuestro pueblo, apenas hay, pero lugares son donde la escasez ha sido una constante en estos terribles años.
       Hoy tenemos un nuevo gobierno municipal, aunque siga al timón el mismo partido, la Agrupación de Electores, y el mismo alcalde, Eugenio Márquez, con el Partido Socialista en la oposición, y mi amigo Domingo Almagro al frente. Es el turno de la normalidad democrática, sin aspavientos, ni rencores. En un pueblo pequeño, bueno será que remen ambos en la misma dirección, con tal de paliar o solucionar las graves carencias que la villa tiene. A ver si de una vez por todas se soluciona el problema del acceso al pueblo y un aparcamiento que ya se hace imprescindible si queremos seguir avanzando. Es, sencillamente, una cuestión de supervivencia.
Y en fin, vuelvo a la Fiesta Mayor de este año.En las noches del sábado y el domingo, tras los festejos diurnos, pudimos oír algunosla magnífica interpretación de la orquesta (deberíamos redimensionar la fiesta al tamaño de la localidad, como dice Antonio Viñas. No por más elementos y sonido se toca mejor o se está más cómodo en la Plaza, sino todo lo contrario. El volumen excesivo nos expulsa de la fiesta: la feria ha de ser para todos, y no sólo para los que gustan del ruido). Decía que, en un homenaje al desaparecido grupo Triana, la banda nos retrotrajo a muchos de nosotros a aquellos días de los finales setenta cuando, en el patio de la destartalada y entrañable “Carbonería” sevillana, este cronista vio tocar a un grupo de mozalbetes, quienes, tocados por la varita mágica de la siempre presente genialidad andaluza, dieron en fusionar sones de músicas aflamencadas, quejíos de soleares y animosas trazas de bulerías, con los instrumentos y aires del Rock, y quien sabe si del Blueso incluso del Soul: una amalgama felicísima que resonaba en teclados, bajos, cuerda eléctrica y percusión, atemperados por la poderosa y fresca voz de Jesús de la Rosa, alma del grupo y conductor de tanto gesto airado y tanto lamento y tanta amorosa confesión. Y en esas noches senos hicieron patentes los “Sentimientos de amor” que inventara aquel grupo, una composición que no era sino un desesperado grito, que se elevaba entre sones que parecían por momentos efluvios de noches plateadas a la sombra de alguna torre o algún palacio, porque “me llevó de ti una ilusión”, esa que iba navegando su nostalgia e imposibilidadcon el éter del agua del Guadalquivir, cálidaen lunas y en susurros de oro. Al fin, como una parábola de lo porvenir, siempre repetido y siempre acechante, “Hijos del agobio”, nos decían,  cuán frágil puede llegar a ser nuestro bienestar, nuestra felicidad. “Hijos del agobio y del dolor”, cantaban, pero también “quiero sentir algo que me huela a vida”,pues somos supervivientes, a fuerza de ilusión o de ser ilusos, a tanta emboscada con que la vida nos atenaza.
Sobrevivimos amigas yamigos, un año más, bajo las luces nocturnas de la Plaza, con los sones de esta magnífica orquesta que nos llevó en volandas a los más veteranos a tiempos y amores que ya no volverán, cuánta nostalgia, cuánto acompasado dolor por lo perdido,  y con los refrigerios y tapas y vinos, al pie de los orgullosos pendonescon que la brisa serrana juega y enreda, bajo los que nuestra Fiesta de Moros y Cristianos nos acoge cada agosto, para indicarnos que, a pesar de tanto agobio y desesperanza,y de tanto amor desperdiciado, seguimos disfrutando de nuestra vida, plena de limpia y honrada cal, del breve jardín de la maceta, de los riscos salvajes, de las inmensas lunas bermejas, y de arboledas sin fin.


De vuestro cronista, en Benalauría, a 7 de agosto de 2015.