EL PEQUEÑO DESAHUCIADO
(1964-2015)
Llovía a mares. Cómo
llovía en aquellas navidades. Un día, y el siguiente, y el otro, con apenas
retazos de sol cuando escampaba, justo el momento para abandonar la protección
del balcón del Ayuntamiento y seguir jugando al fútbol, o a algo parecido, en
la Plaza, nuestro único patio posible. Eso sin contar con que Carrillo el
municipal podía acudir y suspender el partido, o si pasaba la Maestra, niños,
que os vais a cargar la farola (la farola era la única luz verdaderamente eficaz
que había en la plaza, es decir, en todo el pueblo). Al poco, la tarde-noche
cernía casi de golpe su penumbra y escenificaba una imagen bella e inolvidable:
la delicada luminiscencia de las escasas bombillas de las esquinas penetraba en la
niebla que envolvía las calles, las casas y los tejados de verdín, creando sugerentes
espacios de acogedora soledad y abrumado silencio. El familiar olor al humo de las
chimeneas disipaba en parte aquella sensación de frío, y los únicos sonidos
posibles eran el de alguna inquietante ráfaga de viento, los chorros de la
fuente, el golpeo del dominó y el tintineo de los vasos en el café.
En nuestra pobre Iglesia de
cal y losas gastadas ya estaba el Belén montado, con sus corchos que imitaban ásperas
montañas, surcadas de veredas, entre lentiscos y macetas de hierba, con
pegujales de huerto y un río, a veces de papel plata de envoltorios de chocolate,
otras con agua de verdad, según la pericia del montador. Y las casitas
iluminadas que fabricó el Maestro, y los pastores y las ovejas sustentadas
milagrosamente en aquellos barrancos de mentirijillas. También los Reyes, ah,
los Reyes, majestuosos y elegantes, a caballo bajo aquel cielo de tela azul
acribillada de resplandores de estrellas. Y la cueva donde estaba el Niño. Con
el buey y la mula, y sus padres, desproporcionadamente bellos, en un pesebre,
el lugar más humilde, pues aquella familia, forzosamente salida de su lugar de
origen, no encontró acomodo, y la Madre, a punto de alumbrar, hubo de hacerlo
entre pacas de alfalfa y heno, con el aliento de los nobles animales, el ánimo
de José, la compañía de los rústicos y asombrados pastores,bajo el pálido reflejo
de una luna aterida. Un desahucio para un recién nacido que habría de cambiar
el destino de la humanidad.
Dicen que fue
Francisco de Asís, el santo más santo de todos, quien ideó esa ingenuidad en la
ermita de Greccio (Rieti, Italia), cuando en la misa de Nochebuena de 1223
colocó en un pesebre un niño Jesús esculpido por él mismo. El “poverello”
(pobrecito), el amigo de los animales y las cosas, que pronunciara en su Cántico
de las Criaturas aquello de “Laudato sie mi Signore, cum tucte le tue creature”
(Alabado seas, Señor, con toda tu creación), donde incluye al hermano sol, la
hermana luna y sus estrellas,y da las gracias por el agua humilde, preciosa y
casta…por el hermano fuego…por la madre tierra …por los diversos frutos e
hierbas…Es decir, Dios creador en medio de su obra, panteísmo puro, Dios-todo,
universo-Dios, del que todos participamos de una manera cósmica y totalizadora.
Desde San Francisco, el Belén se extendió por Italia (los de Nápoles,
verdaderas obras de arte), y más tarde a Alemania, Bohemia, Eslovenia, Austria,Polonia,
Hungría,Francia, España y Portugal, desde donde los frailes franciscanos lo
llevan a toda la América Hispana.
Ahora se oyen voces
sobre si sería menester retirar cualquier símbolo religioso de los lugares
públicos. Bien puede aceptarse que ninguna creencia pueda supeditar el poder
soberano del pueblo. Esto pertenece al pasado y en las sociedades democráticas es
notoria la necesidad de que lo religioso pertenezca al ámbito privado. Sin
embargo, esas sociedades, nuestras sociedades, son producto de una historia de
la que emanan muchas de las ideologías que han propiciado las libertades que
disfrutamos: la democracia es hija tanto de la tradición clásica greco-romana,
como de los pensadores ilustrados racionalistas que idearon un gobierno del
pueblo para el pueblo, lejos de las tiranías y fanatismos del pasado. Parte de
esa tradición se debe también al Humanismo, es decir, a la idea de la
supremacía del ser humano, y de la consagración de su dignidad y su libertad.
Pero ese humanismo posee también una honda raíz que viene del cristianismo, y
entiéndase bien, no de la Iglesia como institución, sino de la ética que emana
de la Escritura: paz, amor, libertad, perdón, misericordia, ayuda al
necesitado, igualdad entre los hombres…, es decir, lo que habría de predicar
años más tarde ese Niño nacido entre estiércol y paja, palabras y hechos que le
costaron la vida.
Y hoy, en virtud de ciertas
ideologías que desprecian esa memoria, parece que quieren acabar con la tradición
del Belén. Primero lo relegan o trasladan, finalmente lo suprimirán. En el
fondo, este mal entendido laicismo no es más que un reflejo del narcicismo y
hedonismo de una sociedad opulenta y acomodada hasta el más inclemente de los
egoísmos. Un mundo que sucumbe a las luminarias, al consumo desenfrenado, a las
comilonas sin fin, al despilfarro en el vestir y en el actuar, tan lejanos al
espíritu de esa navidad que propugnara el pobre de Asís. Ahítos de prosperidad, imponemos
un estricto laicismo como si con ello fuesen a solucionarse los problemas que
nos aquejan, pero apenas si miramos hacia los pobres y los parados sin futuro, hacia
los jóvenes sin perspectivas, hacia los millares de refugiados, con sus hijos,
que tiritan de frío, de hambre y desesperanza, y que mueren en las playas o en
los bosques, esos nuevos pesebres que ahora se montan a lo largo delas fronteras
de Europa. ¿Dónde están todos esos liberticidas de la memoria a la hora de
cuidar a los viejitos como hacen las Hermanas de la Caridad en todas partes,
los Médicos sin Fronteras en Siria, los misioneros en África, Cáritas en los
comedores sociales, los voluntarios de Cruz Roja en el lugar de cada tragedia,
los de Manos Unidas abriendo pozos en el desierto, los de Unicef salvando a los
niños de la ignorancia, la enfermedad y la muerte? ¿Dónde están, que nunca los
vemos fuera de su autosuficiencia y vana palabrería de moqueta recién pisada
por zapatillas de marca y camiseta con mensaje?
Llueve sobre la plaza,
aunque no tanto como hace cincuenta años, y como lloverá tal vez dentro de otros
cincuenta. Ahora no hay zagales bajo el balcón esperando que escampe, pues
están en sus casas con la videoconsola y el DVD. Pero las nubes, ligeras y
puras,elevan su ingravidez desde el fondo del valle, dejando su dádiva de
fertilidad sobre las laderas y el castañar despojado. Brilla el chaparral con
algún hálito de sol que se escapa por las rendijas azules del cielo, acuna un viento
amable las acículas de los pinos, y en el lejano horizonte las altas sierras se
tocan de nieve. Todo sigue casi igual en el pueblo, tanto, que en la iglesia se
ha montado de nuevo el Belén junto al altar. Con sus corchos y sus barrancos,
con sus caminos y su río, pastores, ovejitas, casas iluminadas y Reyes Magos.
En la cueva, bajo la mirada de sus padres, el olor a estiércol de la mula y el
baheo del buey, duerme el Niño pobre de aquellos días, que ahora busca acomodo
ante el nuevo desahucio que le imponen en otros lugares. El
mismo que padecen millares de seres humanos, atrapados por la desigualdad, la
injusticia, la guerra, el hambre y el frío.
De vuestro cronista, José Antonio
Castillo.
Feliz y austera Navidad para todos.
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