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miércoles, 3 de agosto de 2022

 

CRÓNICA DEL VERANO

"LA HUERTA DEL BALATE"

Benalauría, julio de 2022

En estos aciagos tiempos de temibles incendios que calcinan los montes de España, y de repetidas desgracias, conflictos y enfermedades, bien nos valdría refugiarnos en uno de esos pequeños oasis que nos permiten atisbar algunos rayos de esperanza.

 
Aquí, en nuestro valle, bajo los bravíos peñones de la Dorsal calcárea que nos separa del hermano Guadiaro, se establecieron desde antiguo algunos espacios de huertos y sembradíos, aprovechando las fuentes y surgencias del acuífero Benadalid-Gaucín, responsable de los importantes
avenamientos de Fuensanta y Salitre, entre otros. En nuestra vertiente manan Azanaque y El Balate, de purísimas aguas y sugerentes nombres árabes que dan fe de su ancestral uso: “Los Cercados”, el primero, “Las Paredes”, el segundo. Y así es, Huerta del Balate, haciendo referencia a un extenso muro de piedra ceñido a un suave talud, y perimetral a una pequeña y fértil llanada de
aproximadamente una hectárea, a la que se suman los restos de otros muretes con bancales abandonados que escalan hacia el denso encinar instalado sobre las paredes del Monte Poyato. Por cierto, os recuerdo que la técnica del balate, o muro a piedra seca para el cultivo en terraza, es Patrimonio de la Humanidad.


El lugar no puede ser más ameno. El agua surte en la vieja alberca con su son infinito, cortejada por algunos frutales y chopos desperdigados. Allí se dieron hasta dos cosechas de cereal en tiempos de
penuria, así como buenas producciones de maíz, habichuelas, con huertos de verano e invierno. Una casa de piedra y cal con techumbre a teja preside aquel agrosistema, como hemos dicho un auténtico oasis entre los roquedales y el encinar, “una isla de ager (cultivos) sobre un mar de saltus
(bosque y matorral)”, como lo hubiera expresado mucho mejor el profesor Sánchez Blanco en su libro sobre los andalusíes del Bajo Genal. Quedan arriba las violentas cresterías de la Dorsal, ahora casi ocultas por la recuperación espectacular de las encinas, con su cohorte del aulagar y tomillar, y
las peonías y el espinar de maholetos, mientras que al frente se nos abre, inmensa y totalizadora, la gran barrera de Sierra Bermeja con sus nubecillas del Levante posadas sobre cerros y collados, hoy desolada imagen del inmenso pinar dos veces devorado este año por el fuego de la iniquidad y el abandono.
Pero aquí, las desgracias casi ni se contemplan al lado de una primorosa horticultura que Susana, Jacobo y su hijo se han empeñado en reverdecer. Venidos de la ciudad, se afanan en recuperar los usos de sus mayores, haciendo florecer con nuevas y estudiadas técnicas los viejos huertos que eran el preciado condumio de aquellos campesinos. Buena tierra, agua impoluta, clima envidiable, brisa que transporta los inimitables perfumes del monte, bosque y roquedal, además de afanes indesmayables, esfuerzos inauditos, e ideas claras, muy claras, para escapar de tiranías y vivir con y en libertad en este lugar de fertilidad, sosiego y hermosura.

 
Junto a esos variados cultivos de proximidad, en la más estricta disciplina de lo tradicional, que es la mejor de las ecologías, esta familia nos recibió menguando julio, a partir de las iniciativas y apoyos de "Montaña y Desarrollo", la Universidad Paulo Freire y otras instituciones, para presentarnos su ambicioso proyecto. De momento, un honorable suelo cernido, limpio y dispuesto para la siembra,
los pequeños pasillos de separación de los cultivos con sus tuberías para el goteo y la
microaspersión, los encañamientos para los productos del verano, como ese exquisito tomate rosa de la Indiana ahora en recuperación, del que dimos buena cuenta en el consecuente refrigerio. Todo parece dispuesto para el buen orden y la lógica de los aprovechamientos, en una distribución
racional y muy bien estudiada.

 
De momento, los primeros y satisfactorios resultados. De momento la fuerza vital de estos emprendedores que no merecen otra cosa que el éxito. Ellos nos abren el camino para lo que haya de venir, que algunos intuimos no augura nada bueno.


Y de momento, el agua casta de fondos turquesas, el austero encinar de trinos y vuelos, el inquieto mariposeo de las hojas del chopo, la fecundidad del manzano, el ciruelo y el nogal, la orla gozosa de la adelfa en sus floridos caminos del agua. Todo bajo el inconmensurable azul de un cielo potente y cercano, las fragancias del animoso viento, y el fantástico decorado de nuestra siempre Montaña Protectora.

De vuestro, cronista José Antonio Castillo.

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